Glorieta del Ejército

Sol de invierno junto al hospital Gómez Ulla

Los paseos del Perro Paco

Mañana de invierno en Madrid. Una mañana luminosa, fría y soleada. De esas que aparecen de pronto en mi ciudad, en diciembre, en enero, en las que el sol llega a calentar si te sientas a su vera.

Sol de invierno, como dice la canción, y cielo azul.

Caminaba yo a solas con mis pensamientos, calle de la Oca arriba, hasta que me vi junto a la boca del metro de Carabanchel, en la Glorieta del Ejército, frente a la gran mole blanca,  rayada en negro, del Hospital Militar Gómez Ulla, ahora conocido como Hospital Central de la Defensa.

El hospital militar lleva allí desde la última década del s.XIX, cuando se construyó sobre unos terrenos cedidos por el Ayuntamiento de Carabanchel junto a la carretera que unía Madrid con Fuenlabrada y que seguía el itinerario de las actuales Vía Carpetana y Camino de los Ingenieros. Manuel Cano y León, capitán de Ingenieros, fue el autor del proyecto y el director de la obra.

En 1896, aún sin estar acabado, el Hospital Militar de Carabanchel empezó a recibir pacientes.

Bastante más tarde, en los años 70 del s. XX, el hospital militar cambió por completo su aspecto, erigiéndose el actual gigante que marca el sky line del sudoeste madrileño, con sus 22 plantas, sus 89 metros de altura y un puesto entre los 20 edificios de mayor altura de la ciudad de Madrid.

Hace nada, el 1 de enero de 2011, el Gómez Ulla vivía un importante punto de inflexión al entrar en vigor el convenio entre el Ministerio de Defensa y la Comunidad de Madrid para que el hospital comenzara a atender a pacientes civiles de los barrios de Aluche y Carabanchel, desde siempre castigados por la falta de un hospital cercano de referencia.

La calle del Petirrojo

Esa mañana no llegué a entrar en el recinto del imponente edificio. Para qué visitar un hospital si no es por necesaria obligación. Giré a mi derecha y tomé dirección Vía Carpetana, en paralelo a la valla de barrotes verdosos, casi oxidados, del perímetro del hospital.

Enseguida alcancé el final de la barrera. A mi izquierda, la valla giraba y discurría paralela a una pequeña y empinada calle llamada del Petirrojo, en un barrio en el que abundan las calles con bonitos nombres de aves como el Tucán, la Alondra, el Halcón o el Pinzón.

La calle del Petirrojo tiene la mayoría de sus letreros gastados, un gato blanco en una ventana, un pequeño hostal pintado con los colores de la bandera andaluza, un bar donde se juega a las cartas, un restaurante latino y otro chino, que hace esquina con Vía Carpetana.

En la calle del Petirrojo, el sol alcanza mejor las terrazas de las rojizas casas de pocos pisos que el asfalto de la calzada. Dos mujeres en bata trataban desde la suya de capturar algunos rayos solares mientras charlaban animadamente con acento brasileiro.

Al final de la calle, en un pequeño rellano que precede a la entrada a una propiedad privada, como se encargó de subrayarme una muy agradable vecina, allí se encontraba esa mañana, disfrutando del sol de invierno, mi amigo el Perro Paco.

Pero ese día Paco no estaba solo, sino acompañado por un viejo amigo. Ciertamente yo no daba crédito a lo que estaba viendo, que volvía a confirmar el estado francamente sospechoso de mi azotea.

Espanzurrado al sol, el Perro Paco charlaba tranquilamente con un pequeño pájaro con una manchita color naranja en el pecho.

Obviamente, tomando en consideración la calle en la que nos encontrábamos y el carácter marcadamente territorial de esta pequeña ave paseiriforme de hábitos solitarios, el amigo del can Paco era un petirrojo que tiene su nido en un hueco, a poca altura del suelo, en el pequeño muro que sirve de base a los barrotes de la valla del Hospital Gómez Ulla.

El petirrojo pertenece a la familia de los Túrdidos, vulgarmente conocidos como tordos, vive en casi toda Europa y es un pajarito que se prodiga mucho por tierras madrileñas, incluyendo los parques de las ciudades. Su marca característica, que le da nombre, es una llamativa mancha en su plumaje, de color entre naranja y rojo, que comienza sobre sus ojos y su pico y alcanza la mitad de su pechera.

A mi llegada, el alado amigo de Paco no hizo ningún ademán de marcharse. Es más, pareció alegrarse. Yo, un tanto atolondrado, me uní tímidamente a la charla, sin saber responder a las llamadas a la racionalidad de algún aburrido rincón de mi mente.

El general médico Mariano Gómez Ulla

El pajarito de peto rojo había estado investigando sobre el personaje que da nombre al hospital, el general médico gallego Mariano Gómez Ulla, y trataba de ilustrar a Paco, quien a decir verdad no parecía especialmente entusiasmado:

(…) Había nacido en Santiago de Compostela, en 1878. Fue cirujano y estuvo en todas las guerras de su tiempo: en las guerras coloniales de España contra Marruecos; en la primera y en la segunda guerra mundial y, cómo no, en la del 36. Pero por lo que más se recordará a Gómez Ulla será por los hospitales transportables que se inventó en el frente en Marruecos, en los primeros años 20 del siglo pasado. Salvaron muchas vidas de soldados. Eran hospitales móviles, a lomos de mulos, que llegaban hasta la primera línea de combate y permitían una temprana asistencia. Así consiguieron reducir mucho el número de muertos. Esos modernos y rudimentarios hospitales portátiles se llamaron Gómez Ulla.

El petirrojo hizo una pausa, satisfecho, esperando haber impresionado a su auditorio. A Paco no sé, pero en lo que a mí respecta sin duda lo había hecho.

¡Pues vaya!, respondió Paco, como por darle alguna respuesta. ¿Y tú cómo sabes esas cosas, pajarito?

Pues porque me gusta saber dónde vivo. Si digo que mi nido está en un murito del Gómez Ulla tendré que saber quién es ese señor a quien estoy nombrando ¿no?

Visto así… Y bueno, ya que estamos, dime, dices que Gómez Ulla vivió la Guerra Civil, vale, pero ¿en qué bando? ¿quiénes eran los suyos?

Pues parece que ejerció como médico atendiendo a las necesidades del Madrid sitiado, desde su puesto aquí, en el Hospital de Carabanchel. Y más tarde en el hospital provisional instalado en el Hotel Palace. O tal vez en el Ritz, no estoy seguro.

¡Vaya, hombre! ¡Qué sorpresa! ¡No me esperaba que el militar fuera antifranquista!, exclamó Paco, animado de pronto.

¡No te hagas ilusiones querido Paco! Más bien fue todo lo contrario. Lo que pasa es que él estaba en Madrid cuando empezó la guerra, y como había escasez de médicos le tocó ejercer. He leído que intentó pasarse al otro lado, con las tropas de Franco, pero fue interceptado y le tocó pisar checa. Al final fue canjeado por el médico republicano y donostiarra José Bago. En cuanto pudo se puso a las órdenes de las tropas nacionales. Siento decepcionarte, pero para culminar te diré que se fue con la División Azul al frente de Rusia, con los falangistas aliados de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Así que…

¡Bah! ¡Ya me imaginaba! No sé cómo pude pensar que… si estaba claro…

Ten en cuenta que pusieron su nombre al hospital en la primera posguerra, en 1946, como homenaje después de que falleciera meses antes de un infarto. Muy sospechoso no debía de ser para el régimen. En los primeros años de la dictadura, de hecho, había continuado siendo un personaje muy reconocido, como durante toda su carrera. Fue condecorado tanto en la Monarquía, como en la República, eso sí con Gil Robles, como, desde luego, en la dictadura.

Sinceramente pajarito, me da un poco igual este tipo. ¡Un fascista! ¡Eso es lo que era este tío!

Te veo un poco crispado, peludo amigo. ¡Distancia, Paco, distancia! ¡Que son humanos, leche!¡

Entonces, y dejando media sonrisa tal vez irónica mientras el sol hacía brillar su mancha naranja, el pajarito se despidió cortésmente y echó a volar. Tras el baño de sol y la charla le había entrado hambre, así que marchó a escrutar un suelo de tierra, en busca de algún insecto, alguna imprudente araña, algún gusano tontorrón o algún incauto caracol.

Yo, la verdad, no sabía qué decir. Así que sólo habló Paco:

¡Un fenómeno! Ese pajarito es un fenómeno.

Y movió contento la cola.

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Santi GZS

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