El Perro Paco, el antiguo, el fundador de la saga, dormía cada noche en las cocheras del tranvía de la calle Fuencarral, según han recogido múltiples cronistas de la Villa de Madrid.
Por más que sus eventuales o habituales amigos y mecenas de cena y quién sabe si copa insistieran en que se quedara a dormir en su casa, Paco siempre declinaba la invitación y volvía a su guarida. Era difícil de atrapar. No tan diferente al fin y al cabo de tantos habitantes del Foro enganchados a las noches de jauría.
Paco era libre y no estaba dispuesto a venderse ni por un pepito de ternera, que ya es decir. Cuentan, de hecho, que si su acompañante de turno se ponía en plan cargoso con lo de entrar en su casa, Paco se revolvía y enseñaba los dientes, con un gruñido bajo y sordo a modo de advertencia. Paco tenía buen carácter, pero como sus parientes salvajes, sabía defender su lugar.
Él prefería volver cada noche a aquellas cocheras de la calle Fuencarral y hacer ruido para que el guardés apareciese y le abriese el portón de entrada. Paco paseaba en la madrugada observando a los noctámbulos de esta ciudad que nunca duerme, pagando el precio del frío o de la lluvia, que le sirvieran para recordar que los buenos tiempos siempre pueden terminar.
Las crónicas hablan de aquellas cocheras en la calle Fuencarral, pero sin embargo no aparecen fácilmente huellas de su existencia.
Una tarde, el Perro Paco, mi colega, el chucho aquel que una noche me habló en Carabanchel, y yo, nos pusimos a investigar, preparando nuestra siguiente incursión en busca del rastro de su ilustre antepasado, en ese intento suyo de reconstruir sus perdidas raíces. Este Paco, que de vez en cuando se pone trascendente.
Siguiendo a José Manuel Seseña, experto en tranvías madrileños, Paco y yo llegamos a la conclusión de que aquellas antiguas cocheras en las que dormía su antepasado sólo podían ser dos, ambas cercanas a la calle Fuencarral aunque ninguna de ellas coincidiera exactamente con el recorrido actual de esta importante vena comercial de nuestra ciudad.
Estaban por una parte las cocheras de Magallanes, que se alzaron sobre los terrenos en los que antes había estado el Cementerio General del Norte y en la zona en la que tiempo después se levantó el barrio de Arapiles, en el distrito de Chamberí, en la manzana en la que hoy se encuentra la Plaza del Conde del Valle de Súchil. Desde allí, y siguiendo las calles de Rodríguez San Pedro o Alberto Aguilera-Carranza, no se tarda mucho en llegar a Fuencarral.
Por otra, hacia el otro costado de la calle Fuencarral, aunque a una distancia algo mayor, se situaban las cocheras de Santa Engracia, próximas a la Glorieta de Chamberí, en la esquina entre la calle de Santa Engracia y Manuel Cortina, según Seseña. Y más concretamente en el espacio que hoy ocupa el Colegio Oficial de Farmacéuticos.
Acotado el terreno, seguimos nuestras averiguaciones y nos encontramos con el dato de que, según el mismo autor, las cocheras de Magallanes fueron inauguradas el 3 de agosto de 1916, cuando la vida, no tan larga, del Perro Paco, se situó en la década de 1880. No cuadraban las fechas. Vía muerta. Descartada.
El Tranvía del Norte o tranvía de Chamberí
La vieja estación de Santa Engracia, por su parte, fue utilizada por el Tranvía del Norte, que unía la Puerta del Sol y la calle Alcalá con el barrio de Chamberí. Estas cocheras desaparecieron cuando se prolongaron las líneas del tranvía hasta Cuatro Caminos en 1923. Primer paso: las fechas coincidían.
La historia del tranvía en Madrid duró 100 años, entre 1871 y 1972. El 31 de mayo de 1871 se inauguró el primer servicio, que cubría el itinerario Salamanca-Sol. Este primer tranvía venía fabricado por la casa británica William Morris & Company. Sus primeros 45 viajeros pagaron entre medio real y dos reales por subirse a este nuevo medio de transporte de dos pisos, el de arriba descubierto, y tracción de sangre.
Tracción de sangre. Esta formidable expresión aludía a que este primer tranvía funcionaba gracias al esfuerzo de algunos sufridos animales. Tracción de sangre o tracción animal. Un tranvía tirado por caballos o mulos que arrastraban el carro sobre carriles Loubat instalados en la calzada. La tracción de sangre fue suprimida en el año 1906, siendo progresivamente sustituida por el vapor y la electricidad.
Cuando se nos mostró esta pista, Paco y yo nos miramos. Esto sí que encajaba a la perfección. Tal vez no fuera así, pero era verosímil pensar que Paco se encontrara cómodo durmiendo entre otros cuadrúpedos, entre los caballos y mulos que pudieran descansar de su penosa jornada laboral arrastrando el tranvía en alguna suerte de establo situado al menos en nuestra imaginación en las cocheras de Santa Engracia.
El tranvía de Chamberí o Tranvía del Norte, que había echado a andar el 28 de octubre de 1878, tenía sus cocheras efectivamente en Santa Engracia. Comenzaba su recorrido en la Puerta del Sol y desde allí se bifurcaba en dos recorridos independientes que terminaban ambos en la actual calle de Eloy Gonzalo, entonces Paseo de La Habana, junto a la Glorieta de Iglesia. Los cobradores del tranvía voceaban en la Puerta del Sol: “¡Chamberí por Hortaleza! ¡Chamberí por Fuencarral!”. Así, en uno de los recorridos del Tranvía del Norte, el carro tirado por animales salía de la esquina entre Montera y Alcalá, en la Puerta del Sol, con dirección Hortaleza. El que subía por Fuencarral partía de la calle del Carmen, a pocos metros. Muy cerca de la Puerta del Sol, en la Calle Alcalá, esquina con Virgen de los Peligros, estaba el Café de Fornos, el garito preferido del Perro Paco. Un nuevo indicio a favor.
Las fechas, la cercanía al Fornos, el tranvía que subía por Fuencarral, la tracción de sangre. No podemos tener la certeza de estar en lo cierto y habrá seguro quien nos considere dos investigadores de pacotilla, nunca mejor dicho, pero definitivamente así lo creemos: las cocheras a las que iba a dormir el Perro Paco ‘The Original One’ tuvieron que ser las de Santa Engracia.
Cuentan además, y también encaja en el puzzle del deconstruido perro canalla, que el Tranvía del Norte, que viajaba a Chamberí desde la Puerta del Sol, empezó a llenarse de anécdotas, muchas de ellas nocturnas, relacionadas con los últimos servicios de cada jornada y los problemas que encontraban los más trasnochadores para no perder el último viaje.
La noche madrileña y el último tranvía
Si se nos permite el inciso podemos reconocer nuestro orgullo de ser, por otra parte, herederos de una larga tradición propia de los madrileños que comenzó como mínimo en los últimos años del s. XIX. ¿O es que acaso nos es extraño ese escalofrío de llegar tarde al último servicio del metropolitano madrileño? ¿O esa incertidumbre helada en una solitaria marquesina a una confusa hora en la que se llega a sentir que jamás volverá a pasar un autobús por allí? ¿O la más salvaje de las competencias humanas, máxima expresión de la darwinista lucha por la supervivencia, por atrapar, casi cazar, la luz verde de un taxi antes que cualquier otro congénere? ¿O ese deambular perdido, cuando no arrastramiento, con rumbo errático, sabiéndose derrotado por no acertar a tomar el último tren?
La próxima vez que te veas en esas piensa en tu solera, en que al fin y al cabo eres un clásico, en que no haces sino perpetuar un modo de vida, en no ser sino el último relevo hasta la fecha, en ese momento y para siempre, de una carrera que ya corrieron miles para darle carácter a esta tu ciudad. No vas a llegar antes a ningún sitio, ni nadie te va a acortar tu particular travesía por ese desierto de cemento, pero tus pasos se plantarán un poco más firmes sobre las aceras, algo en tu forma de caminar recuperará la chulería que olvidó en los últimos lances del juego de aquella noche y hasta es posible que una sonrisa irónica, tal vez altiva, pero también feliz, se dibuje en tu boca.
Justo después de llegar a estas conclusiones de alcance, el Perro Paco y yo le pillamos una lata más a un vendedor ambulante y brindamos en la Plaza de los Carros, esta vez en el viejo Madrid, por los últimos tranvías que se agarran, que se esperan o se pierden.
El caso es que en esa ciudad de finales del siglo XIX que comenzaba a hacerse grande, los madrileños ya lidiaban con ese toro, ese tributo nocturno, y estas incidencias empezaban a calar en el acervo popular hasta el punto de inspirar la creación del sainete “El último tranvía”, estrenado con éxito en el Teatro Lara el 5 de diciembre de 1884, como ilustrativa metáfora del valor de lo que está en juego cuando se aprovechan o no las oportunidades. Quién sabe si no asistió Paco a aquel estreno.
¿Quieres leer más? El día que el Perro Paco volvió al Café de Fornos. >
Notas
El Perro Paco, como buen perro que es, cuando tiene sed bebe de todas las fuentes. Pero en esta ocasión hay algunas que han proporcionado abundante agua fresca:
Historias Matritenses. Sensacional blog dedicado a Madrid. Con especial agradecimiento a las historias de tranvías de José Manuel Seseña.
Andén 1. Asociación de Amigos del Metro de Madrid. Y especialmente de su foro de debate.