Balcones en tiempos del coronavirus

Conversación entre el Perro Paco y un petirrojo en días del coronavirus

No se puede decir que las calles de Madrid estén desiertas ni de lejos, pero es una obviedad que se han vaciado considerablemente. Nuestra ciudad es actualmente zona cero del territorio pandémico del maldito coronavirus, compartiendo fatídico honor con otras zonas rojas, enormes y amenazadores círculos en el mapa digital, como la Lombardía italiana o la ciudad china de Wuhan, aunque esta última, a día de hoy, 21 de marzo de 2020, parece que empieza por fin a salir del agujero.

Asomarse al balcón es ahora contemplar el ir y venir de seres humanos que caminan solos, o bien con una bolsa o carrito de la compra o bien con una correa que tira de un canino compañero que está sacando petróleo de esta cuarentena. Muchos de estos humanos que deambulan, que deambulamos, van enguantados en plástico y portan en su boca-nariz una mascarilla que consiguieron quién sabe con cuánta previsión, pues días antes de la declaración del estado de alarma en España ya era difícil conseguirlas en las farmacias de la capital del reino.

Los perros se han hecho con la ciudad, aunque permanecen atados y con collar y de momento no hay orden de que bajen solos a pasearse y hacer sus necesidades, lo que sería justo, realmente, para eliminar los privilegios ganados de la noche a la mañana por aquellos que optan por compartir sus vidas con un can. Y esto que parece absurdo es sin embargo posible. Recuerdo a un pequeño chucho en Carabanchel hace algunos años, al que su amo le abría la puerta de la calle para que andase solo a pasear. En cierta ocasión pude ver cómo cruzaba temerariamente pero seguro de sí mismo la calle General Ricardos y todos sus carriles de vía rápida en el interior urbano, sorteando las luces de los faros de coches y autobuses. Creyendo que el pobre perro estaba abandonado y desamparado, le acompañé un trecho y vi cómo aminoraba el paso, tomaba una calle más tranquila y moviendo el rabo se acercaba a un portal y ladraba alegremente hacia la puerta de cristal para dar la señal de que bajaran a la calle a abrirle. Luego posible es. Aunque también es cierto que desconozco cómo de larga fue la vida de este perro autónomo.

Lo cierto es que se puede decir que en estos días de miedo a la muerte, al aislamiento y a la soledad, hay perros que no se han visto en otra, que salen más veces y más tiempo a la calle que en toda su perra vida. Se diría incluso que hay perros con agujetas, con esguinces y luxaciones. Se ha reportado también el caso de algún perro atrincherado en el cuarto de baño para evitar que su familia humana le obligara a salir sucesivamente con todos los miembros del clan.

Una charla singular

La cuestión es que la otra tarde, en una hora nublada y confusa, llena de andares nerviosos y miradas aún más nerviosas, se podía divisar a vista de pájaro, o de dron, otro de estos elementos distópicos que se han adueñado del imaginario colectivo en estos días de tristes coronas, la escena de una singular charla entre un pájaro y un perro, entre el Perro Paco y un petirrojo de nombre desconocido. Se hablaban con aire de familiaridad.

¿Qué hay pajarillo? ¿Cómo estás llevando esto?

Pues francamente, yo encantado, ya sabes que los petirrojos somos muy territoriales, y aunque nos gusta acercarnos a los humanos, aquí en la ciudad hay demasiados. Por eso se nos ve cada vez menos. Ahora, con esto del estado de alarma, se está de miedo, la verdad, nunca mejor dicho, jeje. ¿Y tú, Paco, qué me dices?

Psss… pues yo lo llevo peor, la verdad, con todos los bares, los garitos cerrados. Y los cines, y los teatros. ¡Y el fútbol! Que también se ha ido a la mierda el fútbol… con todo desierto, está todo gris y con un ambiente jodido.

Ya veo, Paco, te lo digo siempre, tienes afinidades y gustos demasiado humanos. Tratas de vivir entre dos mundos y esto no es tan sencillo.

Son cosas de mi estirpe, pajarillo, ya sabes que pertenezco a una estirpe antigua. Además, qué quieres que te diga, los perros acompañamos a los humanos desde hace muchísimo tiempo y, con todas sus cosas, los apreciamos.

Hay quien dice que la naturaleza se está vengando…

Mira, no sé, me cargan un poco esos mensajes de aire tan mesiánico o new age. Yo lo que creo es que es una enorme putada.

Sí, pero tanta conciencia de boquilla de que había que parar el cambio climático. ¡Pues así se tiene que parar el mundo, leñe! ¡Pararlo de verdad!. Y está claro que sin una fatalidad como esta la máquina sigue a su ritmo. ¡El humano sólo reacciona así!

No me jodas, pajarillo, que tengo a muchos amigos en su casa sin poder salir. Y hay gente que se está muriendo sola, mucha gente mayor, después de toda una vida, todos los días, todas las horas… ¡la situación es espantosa, Petirrojo! ¿No miras a tu alrededor? No me vengas tú también con ese rollo de castigos divinos o naturales, no me jodas. Yo lo que veo es un enorme sufrimiento que me tiene triste y muy preocupado. Así que no, Petirrojo, no quiero ese tipo de monsergas que sólo muestran un total desinterés por el dolor ajeno.

Tranquiiiilo, Paco, no te sulfures, que no es mi caso y lo sabes, ¿eh? Solo digo lo que digo. Que el ser humano se creía invencible, el gran dominador de todo y de todos los seres animales y vegetales y de pronto llega un microscópico bichillo y en dos meses le pone de rodillas y termina con toda su forma de vida. ¿Y dónde está ahora toda esa soberbia planetaria?

A la mierda, Petirrojo, ya te he dicho que hoy no estoy para esas mierdas.

Dicho esto el Perro Paco se dio la vuelta, con el ceño fruncido y la boca cerrada, dejando escapar no se sabe muy bien por dónde un gruñido sordo, ancestral, de puro instinto, que no había sido acallado por la humanización cierta que le señalaba la pequeña ave paseriforme unos momentos antes. El Perro Paco echó a correr por las aceras y calzadas tan vacías, miedosas y lúgubres de una ciudad, su ciudad, que es siempre todo lo contrario.

> Accede a la sección de Palabras para una Pandemia, del Perro Paco.

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