Filomena. Calle Toledo. Enero 2021.

Un monumento para el aligustre

En la noche del 8 al 9 de enero de 2021, la noche de la Gran Nevada, la noche de Filomena, a medida que avanzaban las horas, un nuevo sonido se hizo presente en las calles de Madrid. Un sonido de riesgo y tristeza, un chasquido, el quebrar de una rama exhausta de sujetar tanta nieve, doblada por su propio carácter perenne. Instantes después de ese grito ahogado llegaba su caída al suelo de nieve. Ojalá algún recolector de buenos reflejos se lanzara a capturar ese instante hecho sonido, esa voz queda del árbol que se rompe y acepta dignamente su derrota.

Poco a poco, las calzadas, las aceras, se llenaron de grandes ramas cargadas de hojas, acículas y nieve, en un espectáculo natural rebosante de esa belleza que solo tienen algunas cosas tristes. Un cielo irrealmente claro acompañaba la escena. Días antes, aún se reían los árboles de hoja perenne de sus compadres de hoja caduca por su falta de abrigo, sin saber que en la abundancia se escondía su perdición en estos primeros días de enero de 2021. 

En las calles del barrio de La Latina, por las que preferentemente se suele ver al Perro Paco en estos días, un árbol se distinguía como el principal damnificado en el balance de víctimas: el aligustre

Y es curioso, porque son pocas las crónicas periodísticas en las que se le mencionara por su nombre, una muestra más de lo separados que vivimos de la naturaleza, que nos hace incluso ignorar los nombres de las especies de árboles más comunes que intentan sobrevivir entre el asfalto, entre nosotros. 

Cuando termina enero y las imágenes de la Gran Nevada del primer cuarto del siglo XXI se incorpora ya al terreno de los recuerdos, lanzamos desde aquí una petición, un reclamo: dar al aligustre el lugar que se merece, reconocerle su importancia y su dolor, el peaje pagado a Filomena en forma de cientos de ramas, quién sabe si miles, amontonadas en los días posteriores como barricadas sin revuelta en las aceras de la ciudad. Reclamamos erigir una estatua dedicada al aligustre.

Lucidum, el mayor de los aligustres

El Lucidum es el mayor de los aligustres, el que prospera de seto en árbol y puede llegar a alcanzar los 15 metros de altura. Sus flores, blancas y abundantes, pueden ser bastante incómodas para las personas alérgicas. Sus hojas son de color verde oscuro y sus frutos son unas bayas que crecen en racimo y que tienen un color azulado, casi negro. Son tóxicos para las personas, ocasionando molestias digestivas, pero, en cambio, encuentran entusiastas seguidores, a juzgar por las observaciones de balcón, en los mirlos y diría que en las palomas torcaces, que también frecuentan sus copas. No logran tanto afecto entre los humanos, al teñir – alguien diría manchar -, aceras, coches y calzadas sin mayores reparos. 

Sobre sus usos medicinales, se atribuyen al aligustre propiedades reconstituyentes, especialmente para el sistema inmunológico. También se dice que sus hojas pueden ser útiles para tratar el dolor de cabeza, la congestión o la fiebre. Y que sus flores, maceradas en aceite, dan un bálsamo eficaz para los dolores reumáticos.

El aligustre ha sido nombrado de muchas maneras: como ligustro, alheña elevada, aligustre de Japón, siempreverde, capicuerno, matahombres, trueno, olivella (catalán), zuhain madarikatu (euskera) o alfenheiro (portugués), entre otros.    

Hace pocos días, el 26 de enero, se conmemoraba el Día Mundial de la Educación Ambiental. Qué mejor forma que unir esta celebración con el homenaje a los damnificados por Filomena y, especialmente, al aligustre, recordando la noche de las ramas caídas, el esfuerzo silencioso de los árboles perennes por darnos sombra y verdor todo el año, por dar alimento a la escasa fauna salvaje (no humana) de la ciudad, recordando ese sonido que ya es memoria: su quejido, su crujido, en la noche luminosa, como dice su epíteto, Lucidum.

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