Pocas fiestas son más universales que el Carnaval. Empezaron a finales del siglo XVI, casi anunciaban el fin del invierno y, sobre todo, eran tres días de festejos para prepararse antes de la austeridad que traía la Cuaresma.
Participaban la mayor parte de los madrileños pertenecieran a la clase social que perteneciesen . Todos eran bienvenidos. Sin mezclarse, eso sí. La permisividad de las autoridades constituía una válvula de escape para los más desfavorecidos. Los alguaciles dejaban hacer, pero siempre dentro de un orden.
Los comerciantes y vecinos engalanaban los barrios, se celebraban verbenas y bailes populares y el que más y el que menos se disfrazaba. Uno de los disfraces más socorridos, por lo barato, era el de destrozona, que simplemente consistía en vestir con harapos. Y eso, estaba al alcance de cualquiera.
Por el Paseo de la Castellana se celebraban concursos de carrozas… Todo esto continuó hasta la Guerra Civil, pero a partir del año 1939 se prohibió en toda España la celebración del Carnaval, no recuperándose hasta los años ochenta, cuando volvió a nuestras ciudades y pueblos.
La ilustración que acompaña este texto es “Máscaras”, obra de Ricardo Baroja Nessi (1898-1912), ubicada en el Museo de Historia de Madrid. El personaje de la destrozona se encuentra ubicado en el extremo derecho de la imagen, en primer término.