Por fin ha pasado el 4-M y las elecciones autonómicas en Madrid. Hoy el Perro Paco me ha venido a buscar para trasladarme sus caninos comentarios sobre la jornada electoral y pedirme que lo garabatee en esa especie de folios raros (sic). Tenga en cuenta el respetable que es solo un chucho el que habla, por lo que es mejor no tomárselo demasiado en serio ni demasiado en broma. Oféndase solo aquel que lo merezca, pues el Perro Paco es un perro antifascista y es por ahí por donde me ha pedido que comience. Así se las gasta.
Paco me ha dicho con suficiencia que él tenía muy claro que la Ayuso arrasaba, que lo venía oliendo por las esquinas, entre las mesas y sillas de todo el terraceo madrileño. Que la izquierda humana (ignoro si la hay perruna) ha cometido con ella el mismo error que cometió con Esperanza: despreciarla, minusvalorarla, tomarla por loca o incapaz. Me ha recordado lo que nos reíamos cuando Pablo Carbonell hacia escarnio público de la Espe en aquel mítico CQC primera época. La Aguirre acabó siendo un animal político de primer orden, casi imbatible, y de tonta no tenía un pelo. Lo mismo ha pasado con Isabel Díaz Ayuso, mucho IDA, mucho meme, pero ahí está, sentada repanchigada en el trono de Sol. Y no seré más gráfico. Conviene recordar, además, que estas elecciones se han celebrado porque Ayuso se marcó un Borgen histórico (segunda temporada) a lo Brigitte Nyborg cuando se destapó la boda roja murciana. Tenemos Ayuso para rato, ha ladrado Paco con cara de circunstancias.
A continuación me ha empezado a hablar del hombre de la noche, Pablo, como Paco le llama. No voy a ser menos que él, me ha dicho. Qué capacidad para hacerse con el foco, para colocarse en el centro del escenario. Cuando aterrizó en la campaña, hay que reconocer que ganó quilates y a más de uno le temblaron las canillas. Un peso pesado. Como Ayuso. Nadie puede discutir que ha sido el gran animador -y el gran agitador, como ha dicho un buen amigo-, de la política española en la última década. Cosechador de amor (menguante) y odio (creciente), ayer recogió un decepcionante resultado electoral, como último clasificado, Edmundo aparte; la tristeza emocionada de los suyos con su adiós y el júbilo visceral de sus numerosos enemigos. No le perdonarán a Iglesias que en estos años decidiera jugar a ser el Madrid, es decir, que decidiera jugar a ganar.
Reconocido el mal resultado, aun mejorando lo presente, Iglesias hizo pública su marcha de la política institucional, dejando todos sus cargos. Hubo lágrimas y corchos que saltaban por los aires, anunciando espuma. Gabilondo no lo pilló. Pablo Iglesias se permitió el lujo de irse en lo alto, después de abandonar la vicepresidencia del gobierno y de portar la bandera antifascista en las elecciones autonómicas. Se permitió irse recitando El Necio, de Silvio, lo que viene a ser, en la mística de toda la izquierda, por la puerta grande de la dignidad. Y ojo, me dijo Paco, que solo quien se va en lo alto, puede volver más adelante. Por eso a la izquierda siempre se le aparece el fantasma de Aznar. Por eso la derecha temerá durante unos cuantos años el regreso de Iglesias y un nuevo asalto, seguramente sin melena, a lo que es su sueño desde casi la adolescencia y que ahora era sencillamente irrealizable: ser presidente de gobierno.
La otra gran triunfadora de la noche, y pasó capítulo Paco después de que se le viera el plumero, fue Mónica García. Inesperadamente para muchos, incluso para Paco, según reconoció el chulesco can, García ha conseguido conectar con una gran parte del electorado progresista de Madrid. Hasta el punto de conseguir el tan ansiado sorpasso al PSOE que convierte a su partido en primera fuerza de la oposición, aunque sea por los pelos de Gabilondo. Está claro que el votante de izquierdas medio madrileño está ahora mismo más por el packaging moderno, tranquilo, propositivo, civilizado/domesticado (que elija cada cual) de su marca política. Está también claro que Mónica le aguantó el órdago a Iglesias y esa no era una mano fácil. Su transversal tarjeta de presentación, que a muchas chirriaba, acabó siendo eficaz: mujer, madre, médica. Todo emes. Errejonismo puro. Aquello de ensanchar el campo de juego. Le ha llegado el momento, me ha dicho mi cánido amigo. A partir de hoy se preparará para la cita que espera en dos años. Hasta entonces será probablemente la rival más incómoda posible para la presidenta en la Asamblea. No tiene pinta de arredrarse.
Mientras, tras el telón, sonreía Íñigo acariciando un gato. Sus tesis han ganado este asalto en Madrid. Nadie dudó de su talento. En una mueca agridulce, pues sabe, pues tiene bien presente, sin embargo, que su lugar es ese, en la sombra, como estratega, como cerebro, como guía oscuro y brillante de Iglesias, Carmena o García.
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Vamos con nuestra debilidad. Nadie hubiera vaticinado su derrota. Su tándem legendario con Pepu Hernández podría funcionar como tira cómica en una revista satírica con éxito notable. Estamos hablando del ya nombrado Ángel Gabilondo. Solo su sangre lenta le impidió anunciar lo que es seguro: su adiós. Es un señor sobre el que haces chistes y te sientes luego un poco mal, porque en el fondo te cae bien y le has comprado su apariencia de buen hombre (que luego vete a saber, me apuntó Paco). Su encanto era parecer un señor de otro siglo, de otra política, una que no conocimos, que tal vez no existió nunca. Gabilondo crecía cuando le dejaban ser él. Es decir, pasar del argumentario de las narices y mostrarse como un tipo cultivado, sereno y templado que venía a repartir libros y ábacos y a tratar de aportar cosas sin gritar. Candidato desastroso, siempre a por uvas, en realidad es muy posible que nos estemos perdiendo en Madrid a un gran político, de los que suman más que restan, de los que son despedidos con una tierna ovación por todo el hemiciclo, de los que construyen concordia. Pero no, no es este un país para tibios.
De Edmundo Bal recordaremos su maravilloso y literario nombre y su lata de Estrella Galicia en la mano mientras esperaba el inicio del recuento en una toma en contrapicado desde el piso de abajo que captaron algunas cámaras. Eso le sumó puntos, casi un escaño. Mira, yo me abro una birra y listo. Se acabó esta mierda. Nos recordó a Sánchez Mato y nos cayó bien un rato.
¿Echan de menos a alguien? Pues no lo hagan. El Perro Paco no blanquea a fascistas. Pero tenemos un problema con un 9 % de vecinos de ultraderecha. Con esto no hay chanzas.