15-M de 2021

15-M: diez años después, mejor volver a empezar

El 15-M me pilló a contrapié. Yo corría hacia un lado de la pista y de pronto la bola salió disparada justó al rincón del que me estaba yendo. 

No fui a la manifestación de aquel domingo de mayo, día de San Isidro, fiesta grande en Madrid, a pesar de que conservo un flyer que la anunciaba, que probablemente me dieron en alguna movida que tendría lugar seguramente algunos días antes, pero que no recuerdo. 

Sí recuerdo que ese 15-M me encontró en el Universimad 2011, en el Paraninfo de la Complu, escuchando en directo a Los Coronas, Albert Pla y los argentinos de La Bersuit. Hacía bastante que ya no era universitario, no vengo aquí a hacerme el joven.

Al día siguiente pasé por la Puerta del Sol camino del trabajo y vi a unos locos que se habían quedado a dormir y a quienes despertaba la mañana madrileña de lunes. Creo recordar que era una mañana clara, de esas que el sol escuece en los ojos desde primera hora. Quizás no fue así, de todos modos. No di un duro porque durase más de unas horas. 

Lo que me parece significativo es que recuerdo lo que estaba haciendo ese día, como me sucede solo con un puñado de acontecimientos de la historia colectiva, esos que se recuerdan casi siempre del mismo modo, con un número y la inicial del mes. Con una fecha. Porque con eso basta para explicarlo todo. 

Aquella acampada de veníos arriba empezó a crecer y se desbordó en una plaza, en la madrileñísima Puerta del Sol, que pienso de verdad que ahí cambió para siempre. Creo que nunca antes habíamos reparado en que la Puerta del Sol llevaba un nombre tan alucinante, tan poderoso: el nombre del sol. Y pienso de veras que por unos días, los que siguieron, esa plaza iluminó el mundo

No estuve en primera línea, no me quedé a dormir ni una noche, no participé en las múltiples comisiones, espacios, asambleas, que empezaban a florecer por doquier. Yo simplemente paseaba, paseaba por allí. Durante aquellas semanas, cuando tenía ocasión, al salir del trabajo a mediodía, o en la tarde, antes del anochecer, caminaba por aquellos pasillos llenos de vericuetos de campamento gigante. Por aquel entonces, aún no había conocido al Perro Paco. Observaba, disfrutaba, alucinaba con los carteles encaramados a los andamios de los edificios históricos de la plaza. Me preguntaba: ¿Pero esto es verdad? ¿Esto está pasando? ¿De dónde ha brotado todo esto? Me sentaba al azar entre la gente que se encontraba en cualquiera de las multitudinarias asambleas y escuchaba un rato. Después me levantaba y seguía paseando o me iba a casa. 

En estas semanas se han cumplido 10 años de todo aquello. El 15 de mayo de 2021 una humilde convocatoria junto a la ballena acristalada de la entrada a la Renfe de Sol recordó la efemérides. Un pequeño gesto de nostalgia, ese sentimiento que tanto amamos y tanto odiamos a la vez. La cronología dice que tal día como hoy hace 10 años se desmanteló el campamento de Sol. El 12 de junio. No moría el movimiento. Esa energía tan abrumadora necesitaba volver a derramarse, esta vez en los barrios. Tenía todo el sentido. Toda la coherencia. La revolución permanente. Al movimiento de los indignados le quedaba aún mucha cuerda y grandes momentos, pero convengamos en que el poder brutal del símbolo se quedaba ahí, en la Puerta del Sol. Era necesario. Ser eterno. Ser estrella. Morir joven.

En la década anterior había pasado unas cuantas horas en oscuras salas en las que casi siempre hacía frío porque, precisamente, apenas entraba el sol. No estaba solo, para nada, sino acompañado por un grupo de locos cuerdos con los que ocupábamos nuestras noches de viernes y nuestras tardes de domingo con órdenes del día, actas y otros quebraderos de cabeza autogestionarios. No había turno de palabra en nuestras reuniones, porque en nuestra pequeña dimensión no era para nada necesario. Las decisiones eran por consenso. Las votaciones, un mecanismo simplón y superado. Los grupos de trabajo, una receta infalible. Hacíamos pegatinas, carteles, revistas; charlas, encuentros, jornadas, manifestaciones; convertíamos cualquier sótano inhóspito, cualquier local ruinoso, en un hogar en el que tejer rebeldías y también afectos. Paseábamos en las frías noches de invierno por el barrio con un cubo lleno de agua mezclada con cola y un par de cepillos de barrer. Al día siguiente íbamos al trabajo, o a estudiar a la facultad, o nos quedábamos en casa. Soñábamos, discutíamos, hacíamos. Éramos felices y protagonistas. 

Llegó el 15-M y yo ya no estaba allí. En poco tiempo habían aparecido nombres de colectivos y grupos que nunca había escuchado, o que solo me sonaban vagamente. Llegó esa ola y aquello fue el asombro, lo imposible por fin hecho. El mundo –la militancia- del que yo procedía, del que se alimentaban mis ideales, se regía por aquellas reglas marginales, sobre las que nosotros mismos hacíamos chanzas y de las que nos reíamos muchos sábados con unas cervezas. De pronto, aquellos códigos secretos, aquellos ritos, aquellas liturgias, eran asumidos por todos, eran superados, eran barridos por la creatividad descomunal, inasible, de la gente en acción.

Mis mejores recuerdos de aquellos días tienen que ver con encontrarme casi al azar con algún viejo amigo, alguna vieja compañera, y descubrir la felicidad en sus ojos: la ilusión, la emoción, el asombro, el desconcierto. Amigas y compañeros disueltos en la multitud, sin dar lecciones a nadie, sin buscar protagonismos ni reconocimientos, con los ojos brillantes diciendo sin decir, apenas insinuando: ¿pero estás viendo esto? ¿entonces era posible algo así?

Octavilla animando a acudir a la manifestación
del 15-M de 2011.

Mi mayor orgullo dentro del fuera de juego en el que me sorprendió el colegiado fue haber sentido mi mirada limpia y también emocionada, ni cínica ni torcida, rendida a una sorpresa inesperada, entusiasta, consciente de la excepcionalidad del instante, de estar pisando exactamente el lugar más interesante del mundo en aquellos días. Aunque solo caminara, aunque no tomara nunca la palabra, aunque no construyera más que con mis despistados y erráticos andares sin rumbo. Aunque de algún modo estuviera por primera vez en mucho tiempo más en el vivir para contarlo. 

En estos días he leído algunos recuerdos escritos de aquellos días. Si alguna conclusión saco es que cada quien tiene su versión sobre lo que sucedió y conviene no ser demasiado apasionado en rechazar las de los demás. Todas pueden ser ciertas. Se alternan los enterradores, con sus trajes oscuros y sus miradas torvas; los resultadistas, que afirman que nada tangible cambió, nada material se consiguió; aquellos quienes explican por lo que pasó entonces todo lo que vino después; los análisis racionales que se esfuerzan en  establecer un hilo conductor entre lo anterior y lo sucesivo; también están los religiosos del 15-M y sus altares napolitanos, entregados a regar cada noche sus flores de plástico, vigilantes de que nadie los profane. Están los enemigos de la nostalgia, como elemento paralizador del cambio social. Y también los nostálgicos, creadores de historias, de mitos, quien sabe de si mentiras, entre los que probablemente me encuentre. Cada cual es libre de sentir y de expresar, supongo. Hay quien nunca entendió aquel mayo. Yo pienso que fue el nuestro.

Al menos hasta la fecha. 

En un día como hoy de hace diez años aquel zoco mágico se desmanteló, aquel carnaval de sueños se disolvió por decisión propia, sin que mediara intervención política o policial, después de aguantar por la fuerza de los hechos durante casi un mes a las mismas puertas de la sede del gobierno regional, en el mismísimo kilómetro 0 de la capital del reino. Se deshizo voluntariamente para brotar en los barrios, para multiplicarse, para no detenerse. Fue un final feliz de aquella etapa que daba lugar a otra, la siguiente, la que fuera. 

El mundo al que pertenecen mis utopías –esas que sirven para caminar- tiende a alimentarse e idealizar experiencias temporales, más o menos fugaces, definitivas, deslumbrantes, en las que todo cambió o estuvo a punto de hacerlo. En las que todo pareció posible. El 15-M fue para mí exactamente eso. Una prueba, una demostración, una posibilidad real. Una extraordinaria explosión. Un fogonazo de luz. 

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One Reply to “15-M: diez años después, mejor volver a empezar”

  1. Tejido por cientos, miles de personas, locas-cuerdas, que de pronto salieron de sus locales fríos para encontrarse al Sol. Da igual la versión que se tenga del 15M. Lo cierto es que fue una erupción del Madrid rebelde que siempre ha estado ahí, soterrado bajo el Madrid oficial, capital del reino. Un capítulo más y no el último, de un Madrid insumiso con siglos de historia, que a buen seguro ahora mismo esté tejiendo las mimbres de su próximo fogonazo.

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