La noche del 8 al 9 de enero de 2021 será difícil de olvidar. Fue la noche de la Gran Nevada de nuestras vidas para innumerables gatos y gatas. La noche de Filomena. Un año después, y dentro de ese álbum fotográfico que quien más quien menos se hizo de aquella demostración brutal e inconsciente de fuerza natural, he elegido para el recuerdo esta imagen de la Cava Baja. Así de misteriosa, silenciosa, solitaria y bella se veía en aquel 9 de enero una de las calles más carismáticas de la ciudad.
Nos sirve de excusa para dedicar unas líneas a la Cava por excelencia de la capital, a la arteria principal de los vinos de La Latina, uno de esos planes infalibles para residentes y visitantes, que quizás, quizás no, se encontraba herido de éxito en los últimos años antes de la pandemia. Pese a ese resfriado de identidad, es seguro que la Cava sobrevivirá a cualquier crisis. Su tradición es monumental y tal vez en algún momento habrá que pedir que sea declarada Patrimonio de la Humanidad.
La Cava Baja se extiende entre Puerta Cerrada y la Plaza del Humilladero y encuentra en ambas aceras un sinfín de tabernas, bares, garitos y posadas, de desigual interés y sometidos a no pocos cambios, traspasos y renovaciones, para bien y para mal según el caso. Algunos nombres míticos, como la Posada de la Villa, la Posada del Dragón o Casa Lucio allí continúan, contra viento y corona (virus).
El origen del nombre de la Cava Baja hace alusión al foso que discurría paralelo a la muralla medieval de la ciudad, de la que pueden observarse todavía algunos vestigios en la zona.
La Cava Baja, centro de recaderos y corsarios
El maestro Pedro de Répide ya definía a la Cava Baja como “una de las más típicas, pintorescas y curiosas de la corte”. “Centro de recaderos y corsarios, de allí sale para los pueblos todo lo que en ellos falta, y es adquirido en Madrid sin pasar de la Plaza Mayor, proveyéndose de ello en las tiendas de la calle de Toledo“, escribe el cronista madrileño, que insiste en la identidad de la calle, representativa al tiempo de la Villa de Madrid y de los pueblos que la rodean.
“Por esos mesones ha pasado toda la vida trajinante y trashumante de España (…)”. “Aún sirve de punto de parada a los vecinos y labriegos de aldeas y tierras de los lados de la carretera de Extremadura (…)”. Con estas referencias, subraya Répide el carácter de esta calle como vía de comunicación directa entre el campo y la ciudad. Y como tal canal de encuentro, la Cava Baja fue recorrida por carromatos, diligencias y postas, y proliferaron en sus costados las posadas, las tabernas y las palabras.
La Cava Baja quizás ha perdido en nuestros días parte de este carácter que decía Répide, para convertirse en uno de los epicentros de la famosa noche madrileña (y del tardeo y hasta de la hora del vermú, no se pierde una), en casi cualquier día de la semana, al menos hasta la llegada de la pandemia. La Cava Baja es uno de esos lugares que todos buscan y encuentran, y quizás de esa borrachera de éxito se vinieron los efectos de la masificación y el abuso del juguete. Pero como todo es cíclico, incluso dando por buena esta hipótesis, que tal vez sea sólo impresión personal o perruna, no quedaría sino esperar la belleza de la decadencia y del posterior renacimiento.
No será la última vez, a buen seguro, que hablemos de la Cava Baja, porque el Perro Paco siente debilidad por las calles de La Latina. De hecho, mientras me dicta estas líneas no hace sino aspavientos de lo que le apetece irse de vinos y viandas a la Cava y recorrer erráticamente sus tabernas en buena compañía. Quiero calibrar cuál ha sido el efecto de la pandemia y también cómo va la recuperación, dice Paco. Es por investigar, ya sabes, por hacer trabajo de campo, aclara, con sorna.
¿Quién se apunta?
Las notas de Pedro de Répide están tomadas de la imprescindible compilación de Federico Romero, que con el título “Las calles de Madrid” recogió los artículos dedicados a las calles de la ciudad escritos por Pedro de Répide entre 1921 y 1925 y que fueron publicados en el diario “La Libertad”.
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