Historias mínimas
Lo crean o no, el Perro Paco se proponía abrir en esta su humilde revista digital sobre Madrid una serie con sus imprescindibles en materia tan importante como es el comer y el beber en la ciudad. Un lugar reservado a aquellos lugares de los que uno no se cansa nunca, a los que siempre se quiere volver y para los que hacer un poco de publicidad gratis se convierte en un placer y justa devolución de lo recibido.
Lo crean o no el Perro Paco decidió que empezaría esa serie por su restaurante italiano preferido en los últimos años, por el Nina Pasta Bar de la calle Santa Ana, entre las calles Toledo y Ruda, y las plazas de Cascorro y Vara de Rey. Este perro acudió por última vez el pasado 11 de noviembre de 2021 y por suerte no imaginaba que sería, efectivamente, la última vez. Con el cambio de año, nos dejó su chef y responsable del restaurante, la madrileña de origen italiano Adriana Restano.
Adriana había abierto el Nina en 2018 y fue en ese mismo año cuando el Perro Paco lo conoció. Un lugar cálido y coqueto, una elegante casa de comidas de sabores italianos, con una carta no muy extensa, pero seleccionada con gusto y con sentido del humor. Una bonita historia en torno a la nonna Nina, su abuela, paseando en bicicleta desde una pared pintada. Una mezcla de bravas y gnocchi, de croquetas y parmiggiano, de Italia y el Foro.
Todo eso, pero sobre todo una comida riquísima que siempre apetecía volver a visitar, pese a que en los últimos tiempos el gran éxito que había conseguido Nina no permitía mucho a la espontaneidad en los planes. Una Carbonara imbatible; el Ragú Capote, a base de pappardelle y rabo de toro, o el Colón, con pesto genovese. Son seguramente los platos que más recuerdo, junto a un prólogo hecho de tablas de chacinas y parmiggiano reggiano y un epílogo que solía acabar en tiramisú. Pero no nos despistemos. Sobre todo, la pasta, ¡la pasta!
Todo eso, pero con el alma de Adriana Restano, que recibía a este perro callejero sonriendo con la boca y con los ojos y que tenía siempre esa expresión mezcla de guasa y de ternura en la cara. Lógico por otra parte, cuando el que entra por la puerta es un perro de aires bohemios. Adriana te trataba siempre con familiaridad, como si de algún modo al entrar al Nina estuvieras llegando a algo parecido a casa. Hay una virtud que tienen sólo las buenas hosteleras pero que es la clave. Son esas personas que te hacen sentir que formas parte de la parroquia del bar o del restaurante, que te conocen y se alegran de verte de vuelta por allí, aunque hayan pasado algunos meses. Aunque no se acuerden ni remotamente de ti. Eso nunca lo sabremos, ese secreto se lo llevan, pero tú te sientes en casa, tú te sientes recibido como te mereces.
Acompañé al Perro Paco un buen puñado de veces en sus visitas al Nina. Fui vecino del barrio de La Latina en los años del Nina de la calle de Santa Ana. Lo recuerdo en aquellas semanas en las que estrenaba paternidad, encomendándonos a todos los santos napolitanos para que la siesta durara hasta los postres o el café. Normalmente sin éxito. Lo enseñé y lo compartí, orgulloso. Lo recomendé al menos a dos buenas parejas de amigos que me consta que lo supieron apreciar.
Volvimos ya desde fuera del barrio a comer una mañana de noviembre de 2021. Era otoño y quizás por eso me animé con los Pappardelle Boletus-Trufa, por cambiar y seguir probando platos. Ese día pensé en preparar para este sitio web una serie de imprescindibles que recomendar de verdad, pero que recomendar de verdad de la buena. Esos sitios en los que celebrar la vida, con la comida, con el vino, con la compañía y con el calor del bar. Un andamio cubría el edificio y estropeaba cualquier intento de foto exterior. Localicé una imagen que me pareció bella para ilustrar el texto y salí apresurado para continuar con la gymkana del día a día.
Ahora el escaparate de Nina se ha convertido también en un altar, en el que los amigos, compañeros, comerciantes, vecinos y parroquia de Adriana la despiden con bonitos mensajes. Curiosamente hace unas semanas el Perro Paco se topó con algo muy parecido en Malasaña, con El Rincón de Falín, con la diferencia de que de esa parroquia no formaba parte, no da uno para tanto. Y de la de Nina sí.
Son tristes pero también hermosos estos altares en memoria de quienes abrieron y cuidaron refugios en los que sentirnos felices.
Como dicen por allí, por la calle Santa Ana de la Parma de La Latina, Ciao Bella.