Si entro en un bar en el que he quedado para tomar algo con mi pareja o con los amigos, la frase ya suele ir rondando mi cabeza. Una vez dentro, miro de reojo las tapas que están en las mesas o en la barra. Si no veo a alguien tomando una ración de ensaladilla, estiro el cuello en busca de las bandejas que presentan las tapas bajo un caparazón de cristal y que pretenden despertar el apetito de los que se encuentran apurando la primera caña.

Nunca me han parecido apetecibles las tapas que se exponen de esta manera. Siempre piensas en el tiempo que pueden llevar allí, abandonadas a la suerte de despertar el deseo de la procesión de usuarios de la barra. Pero hay una excepción, la ensaladilla rusa. Es una tapa con salida, siempre se pide y es seguro que no lleva demasiado tiempo allí si el bar está concurrido. Y es que la ensaladilla es un placer de bar inigualable cuando está rica, pero una gran decepción cuando resulta un fracaso. Y no solo por la ensaladilla en sí misma, también porque es un claro indicativo de la deriva del resto de las tapas o raciones que se han pedido.

La teoría es la siguiente: las raciones de un bar tienen muchas más probabilidades de estar buenas si la ensaladilla está buena. De un bar con una ensaladilla mediocre solo puedes esperar desilusiones desfilando sobre las manos de los camareros.

Cuando aterrizan las primeras raciones y la cerveza ya ha abierto el apetito, mis ojos se posan directamente sobre la tapa en cuestión e inmediatamente comienzo a estudiarla. ¿Es clásica, o tiene algún ingrediente sorprendente?, ¿cómo va de atún?, ¿está mezclado o viene en apetitosos filetillos?, ¿y la mayonesa?, ¿acaso tiene demasiada, o va justa, dejando entrever todos los ingredientes?. Un primer vistazo y más o menos te haces una idea. Pero solamente cuando la pruebas, ya sabes, con gran seguridad, si volverás a pisar el bar en el que te encuentras.

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Jorge Burbano Pita