Matanza en el corral

Ficciones

Karla Serrano Prieto

Una nube cargada de agua pasa como un barco a la deriva por delante de la luna llena, ocultándola momentáneamente. Los murciélagos vuelan sobre el lecho del río devorando insectos a su paso. El autillo posado en el nogal ha interrumpido su rítmico canto de tiuu aflautado. La caseta del gallinero está extrañamente ruidosa a estas horas de la noche. Las gallinas cacarean espantadas y se oyen carreras alocadas e intentos de vuelo infructuosos. Los grillos también han detenido su cansino cri-cri, cri-cri, para prestar toda su atención a los inesperados ruidos nocturnos. De repente el gallo Perico, un gran macho de más de 5 kilos y grandes espolones, sale mal herido al corral. Algo lo persigue y trata de rodearlo para buscar su espalda. El gallo se arrincona contra la valla e intenta defenderse de los ataques con rápidos y fuertes picotazos. Lanza una patada y clava su espolón en su atacante. Un gemido agudo de dolor indica que ha dado en el rival, que se retira hacia el interior de la caseta, dejando maltrecho, pero vivo, al valiente gallo. En la caseta se siguen escuchando cacareos estresados y temerosos de gallinas, pero ya de menos aves. De repente se hace el silencio de la noche. El grillo vuelve a su infatigable cri-cri y el autillo vuelve a retomar su tiuu aflautado.

Amanece un nuevo día en la ribera del río. Pero algo no marcha como de costumbre. La ardilla se ha dado cuenta que el gallo no ha cantado los albores del día. La orgullosa ave se encuentra tirada en un rincón del corral, malherida. A su lado yace el cuerpo inerte de una gallina blanca. La ardilla echa en falta también el alegre cacareo mañanero de las gallinas al salir de la caseta en busca de los primeros rayos de sol. Hoy nadie ha salido de la caseta. El autillo hace tiempo se fue a su nido en un viejo olivo, tras pasar la noche cazando polillas, saltamontes y algún pequeño y desafortunado roedor. Un trío de palomas torcaces, con su collar negro en su cuello gris, esperan en la rama del nogal, entre las verdes hojas y las nueces creciendo dentro de su drupa verde, que posteriormente perderán cuando la nuez caiga a tierra en otoño. Saben que pronto vendrá el granjero y que del trigo que eche a las gallinas por la tierra, algo podrán picotear y llenar su buche si andan rápidas. Aunque algo no marcha hoy como otros días. Ninguna gallina ha salido de la caseta.

Llega el granjero y rápidamente sabe que hay algo aquí que va mal. Las gallinas no están en el corral. Abre la puerta de la caseta. Se encuentra la escena del crimen. Trece gallinas se encuentran tiradas por el suelo. Algunas con los cuellos en posiciones antinaturales, forzados. A tres de ellas le falta la cabeza. Pero no hay sangre. Están muertas. ¿Pero cómo? ¿Las ha matado alguien? ¿Un humano? ¿Un zorro? ¿Una culebra? ¿Una comadreja? ¿Otra alimaña? ¿Quién las ha matado?

Ninfa, la gata blanca y gris de la granja, entra a la caseta y se restriega contra la pierna del campesino. Ha comido algún ratón esta noche, pero espera que le echen algo de pienso en un viejo cuenco. El avicultor siempre lo hace cada mañana. Cree la gata que es su forma de agradecerle que mantenga limpio el corral de ratones, que quisieran aprovecharse del trigo y maíz de las gallinas. Ve las gallinas muertas por el suelo y le extraña. Pero no se alarma. No es la primera vez que ve muertes. El campo es así y la noche es peligrosa. Cada noche es un juego entre cazadores y cazados. Ella misma caza ratones y evita al búho o al zorro. ¿Quién habrá matado a las gallinas del corral? Ninfa estaba lejos. Al caer el sol, recorre su territorio cazando y visitando a gatos corraleros vecinos.

Un canto roto rompe la estupefacción del granjero. El quejido lastimero viene del corral. Allí acude el avicultor y encuentra a su gallo Perico. Plumas negras, cresta roja y lomo dorado. Un bonito ejemplar maduro, sin duda. Nacido en el mismo gallinero, hoy no luce orgulloso su cola y su plumaje. Hoy no se ha subido al montón de leña para anunciar el nuevo día con su orgulloso “quiquiriquí”. El granjero lo examina con cuidado y apenado comprueba que el gallo está moribundo y sufriendo. Lo coge y el gallo se queja. Debe tener el pescuezo roto. Sin pensarlo, entra en la caseta, coge un hachuela, pone al ave sobre un tocón de pino y de un certero golpe acaba con su sufrimiento. Vida y muerte, dos caras de una misma moneda.

La detective Pat
Karla Serrano Prieto

Examina los cuerpos de las gallinas. Todos tienen dos pequeños agujeros, de dos colmillos afilados, pequeños y finos, justo detrás, debajo de la nuca. El depredador nocturno trabajaba con la precisión de un cirujano. Muerte en el acto, una vez se cierra la mandíbula sobre su presa. ¿Pero qué animal, monstruo o cosa ha matado a las gallinas? ¿Por qué faltan tres cabezas y el resto de cuerpos están enteros? Mete las gallinas muertas, junto al gallo, en sacos de cereal vacíos. Mete los sacos en el maletero de la furgoneta. Tras una charla telefónica, ha quedado con el agente forestal en echar los cadáveres en cárcavas y entre el sotobosque del monte. Esa misma noche zorras, jabalíes y otros animales que no hacen asco de la carroña fresca limpiarán los restos de la masacre del gallinero. La muerte de unos es la vida para otros. Más aún en verano cuando las jabalinas tienen que alimentar a sus jóvenes jabatos o la zorra hacer que crezcan sus cachorros antes de que llegue el duro invierno.

Algunos animales del bosque de ribera, alarmados por la masacre, han llamado a detective Pat, para que solucione el misterio. No se extrañan de la muerte de algún animal. Cada día sucede. Cada noche alguna vida se apaga para que otra brille. Así funciona la Naturaleza. Todos lo saben. Pero no les cuadran tantas muertes de golpe. No aquí, en un pequeño río de un pequeño bosque de ribera de la península ibérica.

Bajo el nogal del gallinero se han juntado ratones, un par de ardillas, varias palomas torcaces y simpáticos gorriones, verderones, carboneros y petirrojos. También la gata Ninfa se relame su pelaje, plácidamente en una sombra, con el estómago lleno. Los ratones saben que pueden estar tranquilos, pero aun así mantienen una distancia prudente con la pequeña tigresa. Del río han acudido patos silvestres y una pareja de gallinetas comunes, conocidas vulgarmente como pollas de agua. También han acudido el topo de la huerta y una familia de erizos. Todos y todas esperan la llegada de detective Pat, el más sagaz investigador del mundo animal de la comarca.

Al poco de estar reunidos y mientras intercambian pareceres sobre lo sucedido entre unos y otras, un ánade de color pardo ameriza elegantemente en el río, deteniendo así un poderoso y lejano vuelo. El ave, tras zambullir su cabeza en el agua y nadar brevemente, sale del río con un caminar simpático y menos elegante. Luce un plumaje brillante, pardo con ribetes negros y blancos a medida que se acerca a su cola. El pectoral fuerte y un pico oscuro. No es precioso, pero sí llama la atención por su mirada, de unos ojos que traslucen inteligencia, enmarcados en una línea más oscura de su plumaje marrón.

            Un pato dice a otro:

            – Mira, detective Pat es una pata.

            – Sí, soy una pata. Además soy una pata vieja, como ves. ¿Acaso un detective tiene que ser macho, joven, fuerte, con una lustrosa cabeza verde de ánade real como tú?

            – ¡Ups!… Disculpe. No pretendía ofenderla. Simplemente me ha sorprendido. Aunque no sé por qué.

            – No me has ofendido joven. Empecemos a resolver el misterio, que antes de anochecer quiero volar a mi laguna.

La ardilla cuenta lo sucedido a la vieja detective Pat. Después, todo animal que puede, aporta algún detalle sobre la escena del crimen. Entre todos son muchos ojos, narices y oídos para entender lo sucedido y saber a qué se enfrentan. La noche volverá y todos se sienten amenazados ante tan temible asesino.

            – Bien, bien. Está claro que no ha sido la raposa.

            – ¿Por qué no ha sido la zorra, Pat? Está criando a sus cachorros y necesita mucha carne. Además, tantas muertes deben ser de algún depredador grande -dice el erizo.

            – La zorra habría provocado más restos de sangre y habría devorado también partes del cuerpo. Además, por lo que me ha dicho la gata Ninfa, las marcas de colmillo bajo la nuca eran pequeñas. Demasiado para las fauces de un zorro.

            – Entonces habrá sido un hurón. Algunos malos cazadores del pueblo, que no cuidan las buenas prácticas de caza, los han utilizado este invierno para meterlos en las madrigueras de los conejos y han dejado abandonados a varios que tardaron en salir de los túneles.

            – Tampoco es un hurón sentencia detective Pat-. Un hurón no hubiera matado 14 gallinas en una noche y quizá no se hubiera atrevido con el gallo. Tampoco la comadreja es capaz de matar tanto en una sola jornada, aunque la mordida de la nuca pudiera ser suya.

 Los ratones enseñan a todos la galería en la pared de madera por la que se supone ha entrado el depredador. El agujero de entrada no es más grande que una manzana madura. Por tanto, el tejón y el mapache también quedan descartados.

            – Pero si el mapache es americano… – comenta el topo extrañado -.

            – Tú no lo has visto, topo, pero hay mapaches por nuestra tierra – dice la paloma torcaz y todos ríen pensando en que el topo no vería al mapache ni aunque estuviera a un metro -.

            – ¡América!, muy bien, topo, has dado con la clave -exclama la pata detective Pat-. Aquí no hay ratas de agua. Ratones de campo sí, pero ratas de agua no. ¿Dónde están?

            – Pues ahora que lo dices, pata Pat, hace semanas que no las veo – comenta el erizo -.

Detective Pat se queda un rato pensativa, como atando cabos, y después plantea su teoría:

            – Creo que quien ha matado a las gallinas del granjero ha sido un visón…

En ese momento una bandada de chovas o cornejas negras sobrevuelan la nogala, lugar de la asamblea animal, con su característico graznido, fuerte y con un deje metálico al final. Algo mueve los juncos de la ribera opuesta y un escalofrío, a pesar del calor del verano, recorre el espinazo de los ratones de campo.

            – ¡Un visón! – chilla alarmada una de las pollas de agua -.

Y sin más explicación se tira al agua y comienza a nadar corriente abajo. Un instante después le acompaña en su alocada huida la otra gallineta común. El resto de animales reunidos bajo el nogal se miran estupefactos entre sí, sin dar crédito a la temerosa reacción de las gallinetas. Nada se ve. Nada se oye. Nada se olfatea. Pero el caso es que la tarde avanza, la noche se acerca y la tensión crece en el bosque de ribera. Cualquiera puede ser presa esa misma noche si no toman las precauciones adecuadas.

            – Como iba diciendo – continúa detective Pat -, el asesino debe haber sido un visón…

            – ¡Imposible! – comenta el lucio dentro del río, asomándose a la superficie -. Hace años que no hay visones en el río. Además, un visón no haría mucho más daño que una comadreja o un hurón. Estamos hablando de quince gallinas, contando al gallo.

            – Te equivocas, querido lucio – le corrige la pata Pat -. A unos cuantos kilómetros río arriba hay una colonia de visones, pero visones americanos. Los visones americanos han acabado en esta zona con los visones ibéricos o europeos, pues son más grandes y voraces. Les han conquistado el territorio y los visones europeos se han tenido que ir. El visón americano se alimenta principalmente de ratas de agua y por eso navega por el río en su busca. Las ratas de agua de esta zona han desaparecido hace semanas, como decís. Las más listas han detectado al visón americano y han huido. Las menos hábiles han perecido bajo sus fauces. 

            – ¿Y qué podemos hacer detective Pat? Este es nuestro hogar: el río, el bosque de ribera, los olivares, las huertas y el monte bajo.

            – Evitar la ribera del río, sobre todo al anochecer, hasta que el asesino sea atrapado…

            – ¡Ja, ja, ja! -Una siniestra y aguda risa emerge de la orilla opuesta-. Una mancha oscura se arroja a las aguas y atraviesa el río a nado velozmente. De repente surge entre la maleza a pocos metros de donde se encuentran los animales reunidos.

            – ¡¡El visón americano!! -chillan al unísono muchos de los animales presentes en la reunión-.

            – Sí, soy el visón americano. ¡Aquí está el “temible asesino” del que habláis! -exclama un pequeño animal, algo mayor que un hurón y parecido a una marta. Se trata de un mustélido, de cabeza fuerte, orejas pequeñas, patas cortas, con anchos pies y un lustroso pelaje oscuro.

Karla Serrano Prieto (10 años)

Los ratones y las aves pequeñas se han encaramado a las ramas altas del nogal. Los animales más grandes se han agrupado en torno a detective Pat y guardan una distancia prudencial con el visón, que en caso de necesidad les da el tiempo justo para huir.

            – ¿Qué haces aquí, visón? Muy atrevido por tu parte cuando te andan buscando los agentes forestales y muchos granjeros. -Le espeta detective Pat, que se mantiene serena por la experiencia que le dan sus años en el río-.

            – Había venido a comprobar mi caza de ayer noche. Pero os he oído la mayor parte de vuestra historia y ya sé que no encontraré las gallinas que maté ayer. No temáis, no os voy a comer. Ahora no tengo hambre. Todavía no. Yo no mato por matar, como algunos humanos. Mato lo que puedo, cuando puedo, y después vuelvo sobre mis pasos para alimentarme de mi “despensa” durante unos días. No soy un asesino. Simplemente soy una consecuencia más del desorden creado por los humanos en la Naturaleza.

            – Explícate.

            – Yo no decidí venir a Europa ni vivir en vuestra tierra. Mi abuela fue capturada en América del Norte, nuestra tierra natal. Mi madre nació, vivió y fue sacrificada en una industria de pieles aquí en Europa. No hace falta que os explique el infierno de vida que llevó, si es que eso se puede considerar vida. Junto con cientos de nosotros, yo escapé de la granja peletera en un descuido. Muchos cayeron de nuevo en la persecución posterior, otros fueron abatidos y otros tantos sobrevivimos como podemos en nuestro nuevo entorno natural. Sin más. No somos ni mejores ni peores que vosotros y no hemos elegido estar aquí.

            – Tienes razón visón -dice detective Pat-. Sobrevivimos en el mundo natural que nos deja el ser humano. Que por cierto, no es precisamente el animal más cuidadoso con la vida natural de los ríos, por ejemplo. Tengo una edad y he visto cómo nuestro entorno se degrada por la acción del ser humano. Afortunadamente, también he visto cómo en los últimos años hay grupos de humanos que tratan de relacionarse de una forma más amable y respetuosa con la Naturaleza. Quizá esas personas logren recuperar, poco a poco, el equilibrio de la Madre Tierra.

Viendo el temor que inspira el pequeño y lustroso visón, interpela por última vez a los animales reunidos bajo el nogal:

            – No temáis, esta noche no merodearé por aquí. Pero a partir de mañana, volveremos a jugar al juego más viejo del mundo, al de cazadores y cazados.

Dicho esto el visón se zambulle en el río, aunque antes de desaparecer saca la cabeza del agua, mira a su aterrado público y dice:

            – Adiós y cuídense vecinos, ¡je je je!

            – Adiós y cuídate tú también, visón -le despide la vieja pata Pat.

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Javi Prieto Sancho

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10 Replies to “Matanza en el corral”

  1. Hoy he dormido a mi sobrina Noelia con la matanza en el corral. Hemos aprendido mucho y las ilustraciones nos han ayudado un montón. Muchas gracias Karla y Javi. Formáis un estupendo dúo.

  2. «El juego más viejo del mundo, el de cazadores y cazados». Omar acaba de aprender lo que es un visón y el uso que les dan algunos humanos y no le ha gustado.
    Gracias.

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