Hora H

Ficciones

Un día. Veinticuatro horas. Mil cuatrocientos cuarenta minutos. Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Ese tiempo faltaba para la llamada ‘Hora H’, la reconquista de la Patria, de la Francia querida. Con la ayuda de los aliados no sería muy difícil acabar con Hitler, o eso se suponía. Tengo dieciséis años, pero si me pregunta un oficial no te asombres si digo dieciocho. Aunque con lo desabastecidas de soldados que están las filas no creo que le importe a nadie si tengo o no la mayoría de edad. Llevo toda mi vida entrenando para lanzarme con mi escuadrón de paracaidistas. Mentira, llevo entrenando el último mes en una base a las afueras de Manchester. Mi madre, criada entre las calles de París. El amor de su vida, mi padre, había muerto luchando contra los nazis. En eso pensaba para darme ánimos cuando el piloto del avión de prácticas me dijo: Vamos Jacques, eres el último. Era la última práctica antes de la ‘Hora H’. ¿Qué pasaría? ¿Saldría bien o mal? Un día. Veinticuatro horas. Mil cuatrocientos cuarenta minutos. Ochenta y seis mil cuatrocientos segundos.

Ya eran las seis de la mañana y me había reunido con Jacob y con Ethan. Eran con los que más amistad había hecho dentro del escuadrón de los trece. Los dos eran mayores que yo, Jacob era un judío de 19 años y Ethan tenía 20. Entonces Jacob preguntó por Liam, nuestro otro compañero. Siempre llegaba tarde, así que no me preocupé. Pero lo que no sabíamos era que había sido arrestado por intentar desertar. Nos estábamos preparando para subir al avión con el que iríamos a la batalla y hablando con el piloto sobre el tiempo cuando vimos llegar a Liam cojeando y con un ojo morado.

Cuando se acercó le pregunté: ¿Qué te ha pasado Liam?

-No os preocupéis, solo me he caído de la litera.

El piloto era canadiense, al igual que Liam, y se llamaba Theo. Nos montamos en el avión que nos llevaría al punto de encuentro. Después de que Connor Wilson, el cabo primero de nuestro escuadrón, nos diera ánimos y nos explicara por última vez la misión que teníamos que realizar y que todos habíamos estudiado con detalle, partimos. 

Otra vez soy el último en tirarme. Yo nunca fui muy religioso aunque ahora mismo no sabía si disculparme por todos mis pecados porque hacía mucho viento, lo cual aumentaba las posibilidades de que sufriera un accidente. Salté. No se cuánto tiempo pasó pero sí se que fue el suficiente para ver pasar mi vida por delante de mis ojos. Abrí el paracaídas. El viento me llevó bastante lejos del punto donde deberíamos de haber caído. Cuando llegué al suelo me senté y me quité el paracaídas. 

Me puse de pie y comencé a andar hacia el punto de encuentro. Por el camino me encontré con Jacob ayudando a Ethan que iba cojeando. No vi a Liam por ninguna parte y Jacob me dijo que a Liam se le había enredado el paracaídas entre las ramas del árbol donde había aterrizado, con tal mala fortuna que terminó ahogándose con su propio paracaídas.

Seguimos andando hasta el punto de encuentro. Habíamos sido los últimos en tirarnos, y a los que más nos había afectado el viento, así que si todo había ido bien nos deberían estar esperando los demás miembros del escuadrón y nuestros aliados. Cuando llegamos al punto de encuentro parecía que todo estaba yendo como se esperaba. No había habido más bajas aparte de la pérdida de Liam y la lesión de Ethan, los aliados ya habían llegado. Eran cinco miembros de la Resistencia Francesa que tenían la misión de guiarnos a través del bosque en el que nos debíamos de apostar para emboscar al convoy que llevaba provisiones a los alemanes.

En el bosque se podían apreciar una gran cantidad de robles y algún que otro álamo. El suelo estaba cubierto de helechos y en casi todos los árboles había al menos un liquen. También se dejaba ver alguna que otra colonia de setas y uno de los miembros de la Resistencia vio heces de jabalí.

Hora H
Ilustración: Javi Prieto

Los maquis tenían un aspecto rudo y fuerte y se les veía decididos y con confianza. Se veía de lejos que eran veteranos. El más mayor tenía pinta de rondar los cincuenta años, aunque ninguno parecía bajar de los 35. Los miembros de la Resistencia Francesa nos guiaron hasta el punto de emboscada a través del bosque. En el camino no hubo muchos problemas y nos apostamos entre unos densos matorrales que había en el borde de la carretera. Los maquis tenían una ametralladora Colt-Browning M1895. La instalamos lo más escondida que pudimos y nosotros también nos instalamos y camuflamos como pudimos. Por suerte los resistentes tenían pinturas y venían más preparados a la hora de camuflarse.

Según la información que habían obtenido nuestros espías, el convoy no tardaría más de dos horas y estaría formado por dos camiones con suministros de armas y balas y dos coches que lo protegían. Nuestro objetivo era destruir todas las provisiones. Estuvimos atentos durante una hora y media. Entonces escuchamos varios vehículos llegar por el camino. Las respiraciones lentas y tensas que habían marcado la espera fueron silenciadas por el ruido de los motores acercándose.

Pasa el primer coche, el segundo, el tercer vehículo y cuando el cuarto está en ángulo de tiro la ametralladora empieza a disparar ráfagas de balas. El último camión explota, el primero y el segundo dan un brusco giro y se bajan cinco alemanes de cada uno. El tercero frena de golpe y los soldados empiezan a bajar. Aunque intentan esconderse detrás de los vehículos la mayoría son derribados o por nuestra ametralladora o por nuestros fusiles. Mientras la ametralladora recarga, los cuatro alemanes que se han escondido detrás del segundo coche intentan responder a nuestros disparos. Cae uno de los maquis y dos alemanes. Cuando la ametralladora vuelve a estar operativa el coche acaba explotando. La misión ha salido bien, ha caído uno de los nuestros y veinte soldados enemigos. Destruimos las provisiones y emprendemos el camino de vuelta después de enterrar al Resistente caído.

En la vuelta después de que toda la adrenalina del combate desaparezca pienso en lo sucedido. No sé a cuánta gente habré matado y aunque fueran enemigos que también querían matarnos eran, por encima de todo, seres humanos y yo les había quitado la vida. Una familia y unos amigos llorarían su pérdida. A lo mejor no querían ni siquiera participar en la guerra y habrían preferido dirigir una granja y ahora no podrían porque una bala salida de mi fusil había acabado con sus sueños. Esa idea no dejó de rondarme la cabeza por mucho que la intentara alejar con argumentos como: era mi obligación; es una guerra; o él me habría matado si hubiese podido.

Llegamos al punto de recogida, nos despedimos de los maquis y nos subimos al avión. Cuando llegamos a la base nos recibieron con un aplauso y después de una buena comida, nos dieron tres días libres antes de empezar a entrenar para la nueva misión.

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Unai Serrano (15 años)

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7 Replies to “Hora H”

  1. Enhorabuena por el relato, Unai! Sólo con leer las primeras líneas y ya consigues que nos metamos de lleno en la historia. Y has contado con un ilustrador de lujo… Guau, que diría el perro Paco. ;o)

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