La salud es una de las cosas más importantes de la vida, sin duda. También es cierto que muchas veces no la valoramos en su justa medida hasta que la perdemos. Con la sanidad pública, pasa algo parecido. Sin duda, es uno de los pilares de nuestra sociedad, que genera seguridad y bienestar al conjunto de la población. Es un bien común, costeado con el trabajo y el dinero de todos y todas. Por ello, la sanidad pública es percibida por muchas personas como un logro comunitario, fruto de las luchas sociales de décadas pasadas, del esfuerzo económico de la sociedad que la sostiene y del trabajo de unos profesionales abnegados, que sin ir más lejos, demostraron su valía durante los años más duros de la pandemia de covid, trabajando más allá del límite con unos medios insuficientes y poco adecuados.
El pasado domingo 13 de noviembre, Madrid volvió a protagonizar una de sus históricas manifestaciones en defensa de lo común, en este caso, la sanidad pública. Entre 200.000 y 650.000 personas salieron a la calle, convocadas por los Vecinos de los Barrios y Pueblos de Madrid, para protestar por lo que ellas entienden un deterioro planificado de la sanidad madrileña, con el objetivo final de profundizar en los procesos de privatización ya en marcha. No vamos a entrar en la guerra de cifras de manifestantes. No nos importa. La movilización fue un tremendo éxito y lo saben hasta los políticos que lo niegan en público. Tampoco vamos a tratar las ‘payusadas’ de determinada dirigente política que se empeña en insultar a toda persona que no piense como ella quisiera. No nos importa. Aquí vamos a reflexionar sobre lo que nos importa realmente…
¿Cómo se cuece una manifestación de medio millón de personas?
A nuestro juicio, la clave del éxito de la protesta ciudadana está en el trabajo de base de cientos de personas en los barrios y pueblos de Madrid. Más el trabajo de base de miles de trabajadores y trabajadoras de la sanidad que organizados en torno a sindicatos alternativos han desarrollado una lucha incesante de defensa de sus condiciones de trabajo. En torno a las asociaciones vecinales y otros colectivos de barrio, llevamos al menos dos años con un trabajo de denuncia continuado del deterioro de los centros de salud más cercanos a las personas. Pequeñas protestas, sobre todo en los barrios obreros, que denuncian cada semana que les faltan médicos, pediatras, enfermeras, que les cierran las urgencias, que no abren el turno de tarde, que las colas para ser atendido crecen mes a mes. En definitiva, una labor constante articulada por asociaciones de base, al margen de los partidos políticos institucionales en la inmensa mayoría de las ocasiones. Un ejemplo en este sentido han sido las múltiples protestas vecinales en Carabanchel. Una auténtica guerra de guerrillas en defensa de una sanidad pública, de calidad y universal.
El ejemplo y hartazgo de los profesionales de la sanidad
Otra clave para entender lo que pasó en las calles de Madrid el domingo 13 de noviembre es lo vivido en estos tres últimos años. Unos profesionales sanitarios desbordados, que lo han dado todo contra la pandemia de covid. Personal de medicina, de enfermería, de limpieza, celadores, que han sostenido a la sociedad en su conjunto en una crisis sin precedentes en nuestra historia moderna. Mientras, unos dirigentes políticos que se dedicaban más a echarse los trastos unos a otros, a buscar la propaganda en cada uno de sus actos sin exponerse realmente a los efectos de la pandemia e incluso a realizar turbios negocios con material sanitario, que quizá fuesen legales, pero de éticos tenían bien poco. Todo eso lo ha visto una sociedad hastiada y manipulada hasta la saciedad por televisiones y tertulianos ‘expertos en todo’, ya sea una pandemia, una guerra o un volcán. Sin embargo, algo quedó claro en estos años de covid: sin la sanidad pública a todos nos hubiera ido muchísimo peor. La sanidad pública, tan denostada por algunos discursos liberales, cuidó de la sociedad en el peor momento posible. Y lo hizo sola, pese a las muchas promesas de unos y otros.
Pasados los años duros del covid, las promesas políticas no se cumplieron. No se reforzó la sanidad pública y de hecho, como está ocurriendo en la Comunidad de Madrid, incluso se han agudizado las condiciones de deterioro y privatización en marcha. Se despiden sanitarios, se criminaliza e insulta a quien reclama condiciones dignas y se construyen hospitales para mayor beneficio de grandes constructoras y fondos buitre, mientras que se cierran camas o turnos de tarde en los centros ya existentes. Pese al velo de las televisiones y sus ‘todólogos’, eso lo ha visto una gran parte de la sociedad madrileña.
No hablamos de izquierdas o derechas, no se confundan. Hablamos de quién defiende lo público, lo común, más allá de la retórica, y quién hace negocio de algo que debería estar blindado por encima de las leyes del mercado: nuestra salud, nuestra sanidad, que para eso la pagamos con nuestro dinero público.
Como denuncia la Coordinadora Anti-Privatización de la Sanidad, los procesos privatizadores que aplica el gobierno de derechas de la Comunidad de Madrid son posibles gracias al marco estatal de la Ley 15/97 y el Artículo 90 de la Ley General de Sanidad (LGS) que permiten estas medidas. Asimismo, procesos similares también se aplican en otras comunidades autónomas gobernadas por partidos progresistas, como en Baleares, o en Cataluña, donde han gobernado en los últimos años tanto gobiernos de derechas como de izquierdas. Por tanto, para acabar con la privatización de la sanidad pública y que el dinero público acabe en manos privadas, en vez de en potenciar un servicio público de calidad, es necesario incidir en la necesidad de derogar la Ley 15/97 y el artículo 90 de la LGS.
Cerramos esta reflexión con un sincero agradecimiento a las miles de personas que, con su esfuerzo y tesón por un bien común, han hecho posible una mañana soleada como la del 13N en Madrid. Se ve la luz al final del túnel.
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Alejandro Prieto
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Totalmente de acuerdo,una pena que en general a todos los dirigentes perece no importarles un bien tan preciado comes la sanidad.
Habrá que recordárselo desde abajo.
Gracias por comentar, Fernando.