– La semana que viene en el cole podéis contar que habéis estado entre
India y Pakistán y habéis subido al Majalasna.
– Sí, una montaña de 1.900 metros.
– Podéis decir un poco más… ¿19.000?
– ¡Ja ja ja! ¡Te has pasado, Álvaro!
¿Dónde ha ido nuestro grupo senderista en el ‘puente’ de todos los santos, también conocido como Halloween por la zagalería? ¿Dónde han subido Unai (15 años), Aurora (13) y Karla (10)? ¿Habrán cogido un avión al Nepal o a la India? ¿Tan intrépidos son? ¿Tanto dinero atesoran? Pues no, que estamos en tiempos de crisis, o saliendo de una y entrando en otra, que ya ni se sabe al ver las noticias. Nuestro grupo senderista ha cogido nuestra furgoneta familiar, ha llenado las plazas con buenos amigos y amigas, y tras el consabido madrugón ha ‘aterrizado’ en el Valle de la Fuenfría, cerca de Cercedilla, en la sierra de Guadarrama. Objetivo subir al Majalasna. Sí, amigas y amigos, la montaña de Majalasna, con ese nombre tan molón de pico del Himalaya está en Madrid.

La ruta campera de hoy parte del aparcamiento de Majavilán, en Las Dehesas de Cercedilla. Día otoñal en el valle de la Fuenfría. Cubierto de un cielo plomizo que a primera hora de la mañana esconde el sol y crea un ambiente fresco para los montañeros. Toca abrigarse un poco y echar a andar cuanto antes para entrar en calor. Comenzamos a subir, arroyo para arriba, siguiendo las marcas, primero verdes y después amarillas, que ascienden hacia el Collado Ventoso, entre centenarios pinos que crean una cúpula verde a más de 20 metros por encima de nuestras cabezas. Algún roble también salpica las cercanías de la senda, dando un toque amarillento al camino, pues el árbol ya está secando sus hojas para reservar energías de cara al invierno.
Manolo, el más veterano del grupo, y Unai encabezan la marcha. A las jóvenes les está costando algo más estos primeros kilómetros de ascensión y los padres nos quedamos con ellas, haciendo la goma, como dirían los ciclistas, con el dúo de cabeza, que de vez en cuando nos espera para no romper el colectivo. Un buitre sobrevuela nuestras cabezas a poca altura. ¿Tan mal verá la marcha de las más rezagadas?
Cada cierto tiempo interrumpimos la subida para comer frutos secos y algún plátano que den energía para proseguir la marcha. Partimos de 1.305 metros y la cota máxima a alcanzar hoy está en 1.896 metros. Es decir, medio kilómetro de desnivel, que naturalmente nuestros cuádriceps y gemelos están notando.
En el sotobosque nos encontramos macizos de enebros y retamas o piorno serrano fundamentalmente. A medida que ascendemos, los claros en la senda nos permiten contemplar las laderas de enfrente y montañas cercanas, cubiertas en su inmensa mayoría por un manto verde de pinos silvestres o, como ya sabemos de otras excursiones, también denominado pino de Valsaín, bermejo o serrano.
Llegamos a una fuente donde disfrutamos de un trago de agua de manantial, la inclinación de la subida se suaviza y ya pronto nos encontramos en las bonitas praderas del Collado Ventoso. Luce el sol, pero haciendo honor a su nombre, un frío viento recorre el collado, donde nos reunimos numerosos grupos de montañeros para almorzar, cada cual haciendo una pausa en su respectiva ruta.

A mano derecha según subimos ya vemos los primeros de los Siete Picos. El Majalasna es el primero por esta vertiente del Valle de la Fuenfría y el más pequeño de los ‘hermanos’. Junto con el de mayor altitud, son los únicos que tienen nombre propio. La subida ha costado lo suyo a las más jóvenes y hacemos un pacto con ellas. Si llegan a la cima, buscamos un buen chocolate a la taza en Guadarrama; si no quieren subir, también pueden esperar en las praderas del collado a que suba la parte del grupo que quiere terminar la ascensión. Tres buitres sobrevuelan las alturas. Las jóvenes se miran entre sí, sonríen y echan a andar, imaginamos que pensando en el chocolate de Guadarrama.
Una vez recuperadas las fuerzas en las praderas del Collado Ventoso, acometemos los últimos cientos de metros hasta el pico Majalasna, por la senda de los alevines, donde a mitad de camino nos encontramos la fuente del mismo nombre. En esta parte la senda discurre ciertos tramos entre grandes piedras, que harán necesario algo de trepa por nuestra parte. No es nada complicado si se tiene cierta agilidad y se está en forma, pero suponen una dificultad moderada para algunas personas. Ojo por tanto al elegir esta ruta. Los más jóvenes, sin embargo, con la precaución necesaria por nuestra parte, ven esta pequeña trepa como un aliciente en la ‘aventura’ de hoy.
Por fin, tras tres horas de caminar cuesta arriba aproximadamente, llegamos al pico Majalasna, saliendo de la bóveda verde del pinar, a un claro donde luce un sol de otoño que se agradece, ya que el viento a estas alturas no ha parado y viene más que fresco. La ascensión al Majalasna también lleva aparejada una pequeña trepa donde nos tendremos que ayudar de nuestras manos y elegir bien el camino a seguir. Insistimos, no es especialmente difícil, pero sí hay que tener cierta precaución para no dar un mal paso y acabar nuestra excursión en la camilla del helicóptero de rescate. A la cima también ha llegado un perro con otro grupo. Si venís con vuestro amigo de cuatro patas, le tendréis que ayudar en los últimos riscos de la ruta y sujetar con correa, para que no acabe despeñado por un exceso de ímpetu o un resbalón. Insistimos en que la montaña es para disfrutarla y pasarlo bien, con precaución.

El pico menor de los Siete Picos resulta ser una cima rocosa bastante bonita, con una panorámica de sus hermanos a un lado y el pinar al otro. A su falda, unas nuevas praderas de alta montaña, con un verdor que invitan a descansar de nuevo antes de comenzar las dos horas de descenso. Y como si en una cumbre mítica del Nepal estuviéramos, el viento nos azota en la cima y se lleva nuestras risas y voces de júbilo por haber subido otra montaña juntos. No, no son 19.000 metros, pero casi.
Antes de irnos a descansar, del descenso vamos a destacar dos cosas: la flor ‘quitameriendas’ (Colchicum montanum). Esta curiosa flor de montaña, que parece salir de la misma pradera, nos anuncia que el frío invierno ya está aquí, que los días son más cortos y que por tanto, como antaño los pastores, ya no necesitamos llevar merienda a los prados altos pues hay que recogerse de la montaña antes de que llegue la temprana noche. Y como buenos pastores, después de guardar las cabras en el aprisco, buscamos una buena cafetería en el pueblo de Guadarrama porque lo prometido es deuda. Un buen chocolate a la taza, acompañado de bollería variada, y la promesa de seguir explorando montañas y cafeterías para encontrar meriendas.
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Javier Prieto Sancho, desde el ‘Nepal’ madrileño
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