Para los amantes de la montaña, ver y pasear por la ribera de un río en otoño e invierno, es un espectáculo único y vivificante. Las lluvias del otoño llenan los arroyos y acuíferos de la sierra y la cuenca alta del río recoge las aguas, que entre rocas, barrancos y saltos, bajan a tropel, impetuosas, irrefrenables, inenarrables. Las aguas empujan, corren, saltan, brincan, desbordan, atropellan, salpican. En otoño el Manzanares, en su tramo de alta montaña, coge fuerza, vigor, ímpetu e ilusiona a quien lo ve y congela a quien lo toca.
A las puertas del invierno, aprovechando las vacaciones navideñas, vamos a explorar la orilla del Manzanares monte arriba. Partimos de Canto Cochino y nuestra intención es llegar a los Chorros, una serie de barrancos y saltos donde el río luce esplendoroso en esta época, con toda la fuerza que le dan las dos últimas semanas de lluvias ininterrumpidas. Por el camino pasaremos por la Charca Verde, enclave mítico y bello de la Pedriza. La ruta son unos 11 kilómetros y algo menos de 500 metros de desnivel, que se pueden hacer a buen ritmo y con algún descanso en unas 5 horas. Vamos con chavalada, animada y acostumbrada a andar por la serranía.
Quien no vaya con ánimos encontrará los últimos trechos de la ascensión a los Chorros bastante duros, pues es el último kilómetro de ida el que más empinado se presenta, al adentrarnos en el bosque de pinos ladera arriba, abandonando momentáneamente la ribera del río, que siempre nos ha acompañado. La misma ruta la hicimos en verano y la desaconsejamos en dicha época. El río no luce igual de fuerte y bello, mientras nuestras fuerzas menguan con cada paso que damos con el abrumador calor del estío.
Esta excursión es una buena excusa para hablar con la zagalería y con los no tan jóvenes, de un uso moderado y racional de las aguas. En Manzanares del Real veremos el Embalse de Santillana, que durante los meses de sequía de este verano de 2022 ha estado a poco más del 40 % de capacidad. Sus aguas son las mismas que salen de nuestros grifos en casa. Ahora, con las lluvias del otoño está entorno a un 68 % de capacidad, pero tenemos el hándicap de que este año no hay nieves en las cumbres de la Sierra de Guadarrama, al menos no hasta ahora, por lo que el deshielo de esas nieves no podrá ir reabasteciendo las aguas de la cuenca alta del río Manzanares. El clima está cambiando hacia inviernos más suaves y veranos más extremos y los recursos hídricos en zonas como Madrid, territorio superpoblado, deberán gestionarse cada vez de forma más eficiente y ecológica, si no queremos tener problemas.
Como decíamos, partimos del aparcamiento de Canto Cochino. Recordamos que la entrada a dicho aparcamiento está limitada a un número determinado de vehículos, así que tendremos que madrugar bastante para que no nos pille el cierre de la barrera de los agentes forestales. Nosotros estábamos en Manzanares el Real a las 9 h. de la mañana y el aparcamiento ya estaba casi lleno. Sí, ir y disfrutar de la Pedriza implica ciertos sacrificios. Pero consideramos que la política de limitación del número de coches privados en dicha zona obedece a un buen criterio, para limitar el impacto de las personas en un entorno natural idílico, pero delicado desde un punto de vista ecológico. El montañero sabe que tiene que madrugar y el dominguero no pasa la barrera de los forestales, porque “el madrugón le mata”.
Comenzamos nuestro caminar por la orilla derecha del Manzanares. Nada más cruzar el primer puente de madera comprobamos la crecida del río con las precipitaciones del otoño. Buen otoño hemos tenido en Madrid. Lluvioso, con lluvia calmada y constante, que ha ido calando poco a poco en las tierras de cultivo resecas por un verano seco y abrasador.
Entre pinos silvestres o bermejos, y con el río a nuestra izquierda, comenzamos a remontar el curso de las aguas. La pendiente es moderada y nuestros pasos son cómodos. La temperatura es fría, pero bien abrigados, con guantes y gorros, el cuerpo pronto entra en calor. Recomendamos también llevar buenas mochilas, pues pronto alguna capa de abrigo nos sobrará y en algún lado habrá que meterla para llevarla con nosotros. Después, cuando paremos a almorzar, nos la volveremos a poner para no coger un buen resfriado si se nos queda el sudor frío. Abrigarse estando parados y desabrigarse un poco para andar es un buen consejo para el senderista en invierno.
Alrededor de una hora después de paseo por una senda cómoda y muy trillada, llegaremos al cartel indicativo del desvío hacia la Charca Verde. Aquí el camino está menos claro y tendremos que subir y bajar entre rocas, para disfrutar de las vistas de la Charca Verde. Hace 20 años y más, era una poza que en verano hacía las delicias de senderistas que se bañaban en ella. La proliferación de visitantes humanos, algunos de ellos poco respetuosos con la montaña, degradaron hasta tal punto las aguas y el entorno de ribera, que ahora mismo el baño está prohibido, por bien de la vida acuática y del propio río y muchas zonas de la ribera están delimitadas para favorecer el proceso de recuperación de la vegetación silvestre. Los ríos no son piscinas municipales y llenar sus aguas de aceites y grasas de las cremas corporales que utilizamos en verano es muy dañino para los ecosistemas acuáticos, para peces, anfibios y demás seres vivos del río.
Después de almorzar junto a la Charca Verde y de recoger nuestras pertenencias, incluidas lógicamente las mondas de frutas que hemos ingerido, volvemos a la senda, cogiendo esta vez la dirección indicada hacia el Puente de los Franceses. Volvemos al pinar, dejando las rocas más próximas a la orilla y nos alejamos del curso del río, que dejamos en esta ocasión a mano derecha. Pronto la senda nos conduce a una pista forestal de tierra, que cogemos hacia la derecha y que nos lleva, sin pérdida y de forma cómoda, hasta el Puente de los Franceses. Entre los arbustos, las retamas y las jaras pringosas conservan su verdor a pesar de las gélidas noches de la Pedriza, pero los helechos ya están parduzcos y secos con las primeras heladas. En primavera volverán los helechos a rejuvenecer. Los robles ya han perdido también sus hojas y la mayoría se muestran pelados, listos para aguantar un invierno más en su letargo.
Junto al Puente de los Franceses veremos unas escaleras de piedra que nos dirigen monte arriba, adentrándonos otra vez en las profundidades del pinar. Al comienzo de las escaleras tendremos la indicación de Los Chorros. El camino está bien señalado y es una ruta en la que cada cierto tiempo toparemos con otros excursionistas a los que podremos preguntar en caso de duda.
Media hora después aproximadamente llegamos al Puente del Retén, un puente de madera, con bastante encanto, que nos devuelve de nuevo a la margen derecha del río Manzanares en dirección a su nacimiento. Desde aquí la ruta se empina en un prolongado zig-zag que nos va separando del cauce de las aguas, para subir casi 400 metros ladera arriba. El paisaje cobra especial belleza en este tramo, pues en los recodos de la serpenteante senda, podemos echar la vista atrás y ver lo que estamos subiendo en poco tiempo y las laderas del valle tapizadas de pinos.
Decíamos al principio de esta crónica senderista que a este tramo hay que llegar con ganas, pues la pendiente es pronunciada y el esfuerzo es constante. Además, ya llevaremos unos 4 kilómetros río arriba, por un falso llano que camufla una pendiente ascendente continuada. Recomendamos aguantar el tirón y descansar arriba, ya a la vista de los Chorros del Manzanares, nuestro objetivo de hoy, pues si vamos parando cada poco la ascensión final se hará interminable y tediosa. Hay que saber sufrir un poco cuando toca, para jugar con nuestras energías y los vericuetos de la senda.
El camino en zig-zag no tiene pérdida, pues está bien marcado con hitos y piedras. Finalmente llegamos a nuestra meta, donde disfrutaremos de las cascadas y saltos que el Manzanares protagoniza entre las moles rocosas de la zona. Barrancos profundos, con pinos centenarios de inmensos troncos que no podremos abrazar tan solo con dos brazos, que se elevan más de 30 metros por encima de nuestras cabezas, en ocasiones al borde mismo del barranco. Por la loma donde almorzaremos de nuevo, discurren pequeños arroyos que nutren el cauce principal del Manzanares. Junto a estos arroyuelos cristalinos descubriremos las características pelotitas de estiércol de las cabras montesas.
Creo recordar que era en la película “Roma”, del director argentino Adolfo Aristarain, en la que uno de sus protagonistas se libraba de sus penas y malos pensamientos sentándose junto al cauce de un río, dejando que su rumor y su torrente, se llevara sus pesares río abajo, limpiándose así por dentro. No sé si se lleva tus problemas, pero sentarse en la montaña, rodeado de amigos y amigas, escuchando la corriente impetuosa de un río de montaña, lleno de fuerza y vigor, te puede sumergir en un estado de paz y felicidad difícil de escribir aquí. Pruébenlo, si quieren.
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Javier Prieto Sancho
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