Rosas y espinas
La de jardinero es una profesión bonita para el que la ve e idealiza y bonita y dura para el que la trabaja. El jardinero trabaja al aire libre, entre flores y bajo la sombra de los árboles en verano. Así ven la profesión muchas personas que parecen ver al jardinero o jardinera solo los días de primavera, de temperaturas tibias y brisas ligeras, para acto seguido envidiarlo un poco. Pero también el jardinero trabaja en invierno, a 0º grados o menos, cuando el sol no calienta hasta las 12 de la mañana, si es que ese día calienta algo. Igualmente trabaja la jardinera en verano, bajo un sol de justicia y con ola de calor importada del mismo Sáhara. Las rosas son bonitas de ver y oler, en eso coincidimos todos. Cavar cincuenta rosales con la azada, forzando la postura corporal toda la jornada y llevándose algún que otro pinchazo, no es tan idílico. Nunca mejor dicho, tenemos costumbre de ver “el jardín del vecino más verde que el nuestro” y el trabajo de jardinero es de esos que se suelen envidiar los días de primavera, cuando la trabajadora va tranquilamente paseando por el parque, probando riegos, pero que resulta invisible en otras épocas menos favorables para quien laborea en la calle.
Precisamente son esos días de trabajo duro, de doblar el lomo una y otra y otra vez, cuando descubres a tus verdaderos amigos. Esos que con su presencia te sacan una sonrisa y un respiro, te levantan un poco el ánimo y te permiten un fugaz descanso para seguir con tu labor y llevarte así a la satisfacción personal de un trabajo bien hecho al final de la jornada. En esa lista de amigos, ocupa una indudable posición de honor el petirrojo (Erithacus rubecula).
El petirrojo es un pájaro pizpireto, curioso, vivaz, valiente y coqueto. Su panza rojiza lo hace fácilmente identificable, pese a ser del tamaño de un gorrión. Se le conoce como ‘amigo del jardinero’, pues cuando éste acomete tareas de escarda y cava entre las plantas, suele aparecer con frecuencia en las proximidades de quien maneja la azada. Se acerca, se posa en un rosal, baja a tierra, picotea lombrices, semillas, pequeños insectos, se luce ante el jardinero y se vuelve a alejar un poco. El trabajador para, se apoya en la azada y esboza una sonrisa solo de ver a su regordete y bermejo amigo. Lo sigue con la mirada, trata de acercarse un paso, para observarlo más de cerca, para intentar captar su belleza con la cámara del móvil y el Erithacus rubecula se mueve lo justo para desaparecer del enfoque. Comienza el baile de pájaro y jardinero, que visto desde fuera resultará cómico. Pero es un respiro en horas de bailar con la azada, en horas de cavar la tierra, quitando hierbas adventicias y aireando raíces.
Este pájaro es característico de Eurasia, pero en la Península Ibérica tenemos el gusto de tenerle durante todo el año, ya que a las poblaciones autóctonas se unen en invierno las aves que migran de territorios más gélidos para pasar en nuestra tierra y en el norte de África los meses fríos. No mide más de 15 cm de largo y unos 20 cm con las alas extendidas. Pecho y cara naranja rojizo, gris azulado bordeando cuello y pecho, y marrón en cabeza, alas y patas. Plumaje del vientre blanquecino. Ojos negros. Su dieta es mayormente insectívora, aunque también come semillas y bayas. Hembra y macho colaboran para sacar adelante los polluelos entre primavera y verano. Pasado el primer año de vida, donde mueren muchos de ellos, esta ave puede tener una vida longeva de más de 15 años.
Se acerca de nuevo el alado personaje. Se posa junto a la flor. El petirrojo agradece al jardinero que le abra la tierra y le descubra exquisitos manjares. El jardinero le agradece al petirrojo un instante de juego, de respiro, de belleza silvestre y con un poco de suerte también su trinar melódico. Ha nacido una amistad, una breve y curiosa relación de apoyo mutuo que se repetirá ocasionalmente, cuando el ave quiera, cuando el ave vuelva. Adiós panzón rojizo pizpireto. Seguiré engalanando el jardín para no desentonar con tu belleza natural. Nos vemos.
.
Javier Prieto Sancho, amigo de petirrojos
Ilustra: Karla Serrano Prieto (10 años)
.
Nuestros lectores más veteranos recordarán también al petirrojo urbano, amigo del Perro Paco e historiador aficionado, que ya apareció en sus paseos por Carabanchel junto al hospital Gómez Ulla, en las proximidades del monumento a Eugenio d’Ors o conversando con él en los primeros tiempos del coronavirus.
Efectivamente un trabajo duro,la vida es así,también pasa en otros gremios se ve una parte pero hay otra invisible que prepara todo para que luego se disfrute el resultado de ese trabajo
Gracias por dejar tu comentario en la revista, Fernando. Así la hacemos un poco más entre todos: “cuentahistorias” y lectores.