Un mozo de cuadra me hace subir tirando de las riendas por unos tablones que unen el muelle y la nave. Me fío del muchacho que me ha dado de comer heno y paja los últimos días, pero no del tablado, que se alza por encima del agua cuatro o cinco veces mi altura. Intento recular, pero el zagal tira del bocado y alguien por detrás me fustiga en la grupa. Troto y estoy en cubierta. La nao es un gran cascarón flotante donde nos apiñamos hombres, caballos de guerra, mulas de carga y otros animales como cabras y gallinas negras castellanas que viajan enjauladas.
Con lo bien que estaba yo pastando y trotando en las marismas del Guadalquivir. Allá en la ribera me montaban para perseguir toros campo a través y para pastorear ganado. Cuando no era montado pacía tranquilo, hacía cabriolas para impresionar a la yeguada y me coceaba y mordía con otros machos. Soy negro azabache, no muy alto, resistente, fuerte y un capitán de soldados se fijó en mí. Me embarcan en Sevilla, rumbo a un lugar que llaman las Indias. Me amarran en las bodegas bajo cubierta, pues me he encabritado al ver tanta agua rodeando el barco. Al menos me vuelven a poner paja y heno en un pesebre.
Llevamos semanas metidos en esta caja de madera flotante. Me mezco a un lado y a otro. Sigo amarrado y estoy deseando trotar y cabalgar. Comida por ahora no me falta. Aunque como sin ganas, para pasar el tiempo, pues no hago hambre aquí parado.
– ¡Tierra a la vista! -gritan en cubierta.
Dicen que estamos en una tierra que llaman la Nueva España, dentro de una tierra más grande que llaman las Indias. Que quieren, en nombre de un rey llamado Felipe III, todavía más tierra. Corre el año de 1601 desde que nació un tal Jesucristo. Los soldados con armadura que cabalgan encima de nosotros son dirigidos por un líder, que le llaman adelantado Juan de Oñate. Yo siendo caballo poco entiendo de lo que os cuento, pero esta gente habla mucho a la que vamos para un lado y para otro y así os relato lo que se cuentan.
Vadeamos un río que es muy grande y muy bravo. Algunos lo llaman río Grande. Para otros es el río Bravo. No se estrujan la cabeza con los nombres estos soldados. Ante nosotros se extienden las Grandes Llanuras, donde hemos visto una especie de toros, que aquí llaman búfalos. Estas llanuras son tan vastas como el mar que atravesé metido en las bodegas de la nao. Me gusta más que mis cascos recorran el camino y levanten polvo y mis ollares se llenen de aires cargados de olores. En esta “pradera de pastos altos”, que dicen que así la ha descrito Oñate, sería feliz. He oído decir que estamos en las tierras de los apaches, unos nativos que viven de la caza del bisonte en estas praderas.
Es de noche. Duermo de pie junto a unas yeguas. Los soldados de peto de metal duermen alrededor de fuegos. Alguien se acerca. Relincho desconfiado. Una mano me palmea el cuello y me da de comer grano. No lleva armadura de coselete. De hecho lleva el torso desnudo y la cara pintada. Tampoco tiene ni barba ni bigote, como la mayoría de españoles. Tiene el pelo largo y suelto por debajo de los hombros. Parece joven, un muchacho. Corta las amarras con las que me han unido las patas delanteras para que no me fuera lejos de noche. Aunque no llevo silla de montar, se sube en mí a horcajadas. Otras personas como él han hecho lo mismo en algunas yeguas que me rodean. Mi jinete aprieta sus piernas contra mis costados y palmea mi grupa con fuerza a la vez que grita. Gritan no, ululean, aúllan a la vez que tapan y destapan sus bocas con una mano. Me uno a la algarabía, relincho y me pongo de manos.
– ¡U luuu luuu luuuuú!
Salimos al galope por las praderas de pastos altos. Mi sangre bulle. Mi corazón palpita como un tambor de guerra. Mis cascos atronan la pradera. Mi montador acompasa su cuerpo con el mío. A mi lado galopan desbocadas cuatro yeguas. No llevamos riendas. Nuestros jinetes agarran nuestras crines al viento. Nos dejan galopar hasta que perdemos de vista las hogueras del campamento. Quizá nos quieran para perseguir búfalos, como hacía con los toros en las marismas del Guadalquivir. Creo que hemos cambiado de dueños. Creo que ahora somos apaches.
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Javier Prieto Sancho
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Pareciera que podemos galopar sobre este caballo y sentir con él tanto el encierro del viaje en barco como la libertad de correr por las llanuras. Además de aprender algo de historia…. Muy chulo! Gracias
A ti por leernos 🐎
Muchas gracias por compartir. He disfrutado mucho l leyéndolo y el final me ha sacado una sonrisa. Creo que ahora somos apaches.
Por cierto, preciosas las ilustraciones
Gracias a ti por tus amables palabras y por tu lectura, Carmen.