Nos las prometíamos muy felices en el viaje al puerto de Navacerrada (1.858 m). El veterano e incombustible Manolo, nuestro ‘sherpa’ Toni, dos de mis zagales y el que esto narra pretendíamos subir a los Siete Picos de Guadarrama, también conocidos desde la Edad Media como la Sierra del Dragón.
Mucho antes de que los romanos dieran por nombre Hispania a estas tierras, cuenta la leyenda que un dragón llegó desde el Extremo Oriente buscando una veta de cuarzo y una fuente que le otorgara la eterna juventud. En las montañas de lo que hoy llamamos Cercedilla la encontró, de ella bebió y en pétreo monumento se convirtió, conservando así su eterna juventud. Nosotros, simples mortales, queríamos disfrutar otra vez de la bella Sierra de Guadarrama para conservar, en la medida de lo posible, nuestra juventud, física y de espíritu.
Ya en el coche lo empezamos a ver negro, pues unas nubes oscuras rodeaban y ocultaban los picos. “Serán pasajeras”, decíamos con la boca chica. “La predicción meteorológica daba sol”, comentábamos esperanzados. Pero la montaña tiene sus propias reglas. Refugio de dioses, antiguos espíritus y seres mitológicos, la montaña dicta el tiempo que ella quiere, ajena a las previsiones de los pobres mortales que a sus faldas moran.
Salimos desde el aparcamiento de Navacerrada a 1º grado. A medida que comenzamos la ascensión la sensación térmica comienza a bajar. Un fuerte viento congela nuestros rostros y manos incautas, desprovistas de guantes en alguno de nosotros. Gran error pensar que en abril te sobrarán los guantes. A poco andado nos comienzan a caer copos de nieve. Sí, nieve. El viento nos azota y recomiendo a Karla (10 años) se meta cantos en los bolsillos no vaya a salir volando cual dragoncita alada.
Una vez que dejamos atrás el bosque de pinos y robles y encaramos el primer pico (2.138 m), una espesa niebla nos oculta todo lo que haya 100 metros más allá de nuestras botas. Nos topamos casi con el Pico de Somontano, como se denomina la primera cumbre de las siete desde el lado oriental, siendo además el más alto de sus hermanos. Recibe su nombre en honor al excursionista que trazó la primera senda para coronarlo.
Además del frío, el viento y la cortina de niebla, ahora descubrimos que las moles graníticas por las que debemos trepar para coronar la cumbre están resbaladizas a causa de la nieve que cae. Otro truco del Dragón. Por precaución, que no por miedo a dragones, decidimos quedarnos en la falda de los riscos y proseguir nuestro deambular casi fantasmal entre el manto blanco de nubes vaporosas que nos envuelve. Después de acercarnos a tres de los siete picos y no subir a ninguno, ya cansados del frío, de los azotes del viento y de la espesa niebla que amenaza con no levantarse, decidimos en improvisada asamblea bajar a la falda de la montaña y refugiarnos de las inclemencias meteorológicas en el bosque de Valsaín.
Nos ganó el Dragón, que como bien saben ustedes, son seres que no solo escupen fuego y desgarran armaduras como si fuesen de mantequilla, sino que también tienen la capacidad de realizar conjuros y hechizos mágicos. Solo así se explica la densa niebla y la nieve, cuando horas previas no había rastro de ellas en ninguna previsión del tiempo y horas más tarde disfrutaríamos en la misma sierra de un espléndido sol primaveral. Admitimos nuestra derrota, pero “soldado que deserta vale para otra guerra”, así que nos conjuramos para volver a intentarlo en mayo. El espíritu de todo buen guerrero hace que se levante otra vez siempre que cae.
Para no volver a casa con mal sabor de boca, nos hacemos una caminata de 10 kilómetros por el Camino Schmidt hasta la Fuente y el puerto de la Fuenfría. A la vuelta, los benévolos espíritus del bosque, siempre caprichosos, recompensan nuestro esfuerzo con la presencia de dos simpáticos corzos que nos acompañan a una distancia prudencial parte de nuestro camino de vuelta. Imaginamos que para compensar en parte la mala baba del Dragón de Guadarrama.
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Javier Prieto Sancho, carne de dragón
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