Monte Igueldo - Vallecas

Somnolencia

Hoy tenemos la suerte de presentaros una nueva acompañante ocasional del Perro Paco, que nos regala su relato “Somnolencia” desde el barrio de Vallecas de Madrid. Con ustedes, Belén Ruiz.

Mi madre no era como las demás. Se preocupaba por mí mucho más que las otras madres. Sufría hasta el borde del infarto cuando llegaba tarde a casa. Una vez, cuando tenía 16 años, me soltó un tortazo cuando llegué un domingo a las tres de la madrugada, otro día -y digo ‘día’ porque eran las 10 de la mañana- me la encontré llorando, tenía palpitaciones, la llevé a la cama mientras me decía que no se merecía eso y me llamaba ‘mala, mala’. Eso me dolió más que cualquier cosa en el mundo. Porque siempre fui buena, la hija pequeña, la más mimada, la que sacaba las mejores notas.

Cada vez que salía de fiesta y llegaban ciertas horas, me venían fogonazos de mi madre en estado de espera lacerante. Dejaba de divertirme, empezaba a agobiarme y salía pitando a casa; así estuviera la fiesta en todo su apogeo, tuviera una copa a medias o estuviera a punto de ligar con un chico guapo. Lo peor era cuando dependía del coche de otra persona. En alguna ocasión llegué a perder los papeles y agarrar al conductor de la pechera mientras lo amenazaba con no volver a hablarle si no me devolvía de inmediato a casa.

Recuerdo una noche de invierno en Madrid. Por entonces ya tenía treinta y tantos años y vivía sola en Puente de Vallecas. Mi madre había venido del pueblo a pasar unos días. Hacía unas semanas o meses que había conocido a Michael. Era inglés, delgado, con el pelo largo. Tenía 10 años menos que yo. Nos lo pasábamos bien en la cama, pero no perdíamos ni un segundo en hacer planes para el futuro, los dos sabíamos que juntos no íbamos a ningún lado.

Un día, después de echar una partida de ajedrez en mi casa, fue al baño. Esperé 10 o 15 minutos. Me acerqué a la puerta, toqué, le oí decir algo con voz gangosa y abrí. Lo descubrí fumándose un chino. Vaya, resulta que le daba a la heroína, ahora veía su delgadez con otros ojos.

Después, como mi madre vino a visitarme, teníamos que vernos en su casa. ¿Cómo describirla? ¿Yonquipiso? Las luces fundidas, ropa tirada en el pasillo… Ropa que había recogido de un contenedor, entre la que había cosas de chica que había rescatado para mí, porque la gente hoy en día estaba loca y tiraba cosas nuevas, dijo. Fuimos a la cama y se me pasó la aprensión.

Al terminar, nos quedamos agotados, él se dormía. Yo le dije: voy a poner el reloj a las cuatro y me acompañas a casa. Andar por las calles de Monte Igueldo a esas horas, una sola, era un riesgo que no me apetecía correr. Cuando sonó la alarma, lo llamé, pero no se despertaba. Lo agarré de los hombros y lo sacudí, pero tampoco. Seguro que había consumido, pensé. Estaba como inconsciente. Empecé a alarmarme, si mi madre se despertaba y veía que a esas horas no estaba en casa, tendría un problema. Cogí agua del baño con las manos y se la tiré por la cara, meneó un poco la cabeza. Busqué en el móvil un tema de Marilyn Manson y se lo puse a todo volumen en la oreja. Dijo ‘joder’ y se giró. Pensé en irme sola, pero me moría de miedo. Lo cogí de nuevo por los hombros y lo sacudí y lo sacudí hasta que se despertó y pudo escuchar mis ruegos y súplicas.

Me acompañó a casa en absoluto silencio, con un gesto de cabreo indisimulado. No había ni un alma en las calles. Entré rápido al salón, abrí el sofá cama y me metí dentro vestida y todo. Me estaba cubriendo con la manta cuando escuché la puerta de la habitación de mi madre, y su andador arrastrarse pasillo adelante. Mi madre asomó la cabeza, vio mi bulto en el sofá y regresó a su habitación. Deseé que fuera rápido el día siguiente, iríamos a su lugar favorito, a la churrería de mi barrio. La llevé en coche, y al bajar le pillé los dedos con la puerta. Desde entonces, no recuerdo haberle dado ningún disgusto más.

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Texto: Belén Ruiz

Fotografía: Manuel Soriano

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