Querido Perro Paco,
El verano pasado te contaba algunos de mis recuerdos más queridos sobre los veranos de mi niñez, aquí en Madrid. Te contaba que los veranos eran entonces, en aquellos años cincuenta y tantos o sesenta y pocos, muy diferentes a los de ahora. Que casi nadie se iba de vacaciones y que lo más común era, que si no tenías pueblo, te quedaras en Madrid. Así era al menos en nuestra familia.
Sin embargo no te hablé sobre un verano en el que sí nos pudimos marchar. En aquella época, los médicos, los pediatras, tenían mucha costumbre de decir que los niños tenían que ir al campo, a la sierra, como lo quisieran llamar, para respirar aire puro para el invierno. Un año, tendría yo como cinco años más o menos, nos fuimos a pasar el verano a un pueblo de Ávila que se llamaba y que se llama Navalperal de Pinares.
La verdad es que no resultó demasiado bien, porque mi padre no podía estar allí, él venía a Madrid a trabajar e iba y venía como y cuando podía. Llegaba, estaba un par de días o tres y se volvía a marchar. Iba en tren. Recuerdo acompañarle a la estación muy triste, porque tanto a mi madre, como a mi hermana y a mí, que entonces éramos dos nada más, nos costaba muchísimo, nos resultaba muy doloroso pasar las vacaciones separadas de mi padre.

Tengo un recuerdo muy marcado de una vez que le acompañamos a la estación por la tarde, porque se volvía a Madrid después de estar varios días en el pueblo, y mi padre iba silbando ‘Arrivederci Roma’, que es una canción que siempre me recuerda a él. Hace mucho tiempo que no está y hace mucho tiempo que yo no tengo cinco años, pero esa canción siempre me recuerda a mi padre.
Hay que darse cuenta de que, en esa época, todo estaba mucho más lejos que ahora. Claro que los sitios siguen estando igual de cerca o de lejos que estaban antes, pero ahora tenemos el móvil, internet… Pero entonces, mi padre nos escribía cartas los días que pasaba en Madrid, que a lo mejor eran diez días sin ir a vernos. Le escribía cartas a mi madre y a nosotras también nos dedicaba unos párrafos. Y mi madre le escribía también. Y bueno, esa era la forma de comunicación que teníamos. Ni siquiera teléfono fijo.
En ese verano en aquel pueblo de Ávila vimos por primera vez segar y trillar. Eran cosas que para nosotras, ya digo que yo tenía cinco años y además éramos niñas de ciudad, eran muy bonitas y hasta exóticas. A los que tuvieran que hacerlo todos los días al sol y por obligación, a lo mejor no les parecía tan bonito, aunque la verdad es que allí mucho calor no hacía, porque aunque era julio o agosto, teníamos que ponernos una rebequita de lana, una chaquetita para bajar por la tarde, porque hacía tirando a frío.
Y ya está, Paco, no voy a añadir nada más ahora, pero quería contarte lo que se me quedó en el tintero en mi carta del verano pasado. Creo que se notará que tuve una infancia muy feliz, con mucho amor, viendo mucho amor en mis padres, hacia nosotras, y de nosotras hacia ellos. La verdad es que sí, que yo la recuerdo como una época muy feliz de mi vida.
Querido Paco, espero que tú también conserves gratos recuerdos de cuando eras sólo un cachorro.
.
Irene Paz