Se despierta la ciudad un día cuaquiera, qué más da que fuera lunes.
Estoy en el Puente de los Capuchinos. Bajo mis patas, los diez carriles de Santa María de la Cabeza, una de las vías de salida de la ciudad, dirección Toledo, dirección Plaza Elíptica. Al paso de esta última e inhóspita glorieta, llamada plaza, como si esto fuera una plaza, un lugar donde encontrarse y no distribuirse, no perderse; cuando rebasemos este último obstáculo, decía, la carretera correrá rauda e infinita en dirección a Toledo, ya convertida en una arteria alfanumérica, la A-42.
Pero estamos suspendidos en el aire, sobre el puente, en ese preciso instante en el que el sol apenas comienza a ascender, en el preciso lugar en el que Santa María de la Cabeza todavía es calle, ¿quién lo diría? Hablo del tramo del vial que transcurre entre el río Manzanares -la definitiva entrada a la ciudad-, y la Plaza Elíptica de la que les hablaba. El sol es una esfera, fantasmal, casi mágica, luminosa, incancendente, que inicia su reinado diario sobre los humanos, los motoristas y los camiones.
Los padres capuchinos que dan nombre al puente que separa Usera y Carabanchel lo clavaron. La Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Usera, que ellos regentan, que se puede ver en la parte derecha de la fotografía, en la margen derecha de este enorme río de asfalto, sobre la que asciende el barrio de Moscardó del distrito de Usera; la iglesia, les decía, eleva su torre, su fachada principal y su altivo crucerío por el lugar por el que se levanta el sol, al menos en este preciso momento del año. El efecto es poderoso.
Pero yo venía hoy con aire reivindicativo, que se me desvía entre perrunas divagaciones. La cuestión es ¿hasta cuándo una autopista en la ciudad? ¿Hasta cuándo el ruido continuo, las emisiones de humos automovilísticos elevadas a la enésima potencia en un espacio en el que la gente nace, vive, muere e intenta ser feliz mientras hace todo esto? ¿Hasta cuándo esta cicatriz sangrante en mitad del barrio, de los barrios? ¿Hasta cuándo este muro, esta frontera que lo único que trae de bueno es el placer de sumergirse por unos segundos, desde las alturas, en tan tremendo no lugar (pero que existe) y quedar hipnotizado, entre paréntesis, entre el ir y venir de coches, autobuses, camiones, motocicletas, furgonetas, entre el ruido constante del mar de fondo, y el mérito de pergeñar la ensoñación de convencerse a uno mismo de que es el océano de las ratas de ciudad el que está allá abajo, bajo nuestros pies?
Ustedes que mandan y que nos organizan la ciudad, y la vida, tengan a bien de una vez realizar y ejecutar un proyecto que convierta la autopista de Santa María de la Cabeza en una calle habitable. No les pido grandes utopías, ahí está Vía Lusitana, unos metros más adelante. Podría servir algo así. Reduzcan carriles, reduzcan tráfico rodado, planten árboles, pongan semáforos y pasos de cebra. Y dejen los puentes, para contemplar la entrada en la ciudad. O la salida. Y el sol elevarse sobre las señales principales del poder de los capuchinos, para recordanos que la Edad Media nunca terminó. Y para que alguien pueda comparar fotografías.
PD: Les dejo una posdata. ¿Hay algún ingeniero en la sala? ¿De caminos y puertos? ¿A nadie se le ha ocurrido que la polémica ampliación de la línea 11 de metro entre Carabanchel y Arganzuela, por la que se pretende arrasar los parques de Comillas y la arboleda de Madrid Río, podría seguir el trazado de esta autopista urbana de Santa María de la Cabeza? Que la estación proyectada en Comillas podría estar al pie del puente de los Capuchinos y la de Madrid Río a la altura del cruce del Manzanares con Santa María de la Cabeza? Qué sé yo, si sólo soy un perro, probablemente no es posible ¿Pero y si lo fuera? ¡Corten el tráfico! ¡Paren la ciudad!
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El Perro Paco
Me ha gustado tu artículo, y totalmente de acuerdo con el mensaje reivindicativo.
Me alegro de que te haya gustado, Pedro, y de que coincidamos. Gracias por leer ¡Guau, guau!