La maleta viajera

Hoy nos acompaña Purificación Sánchez, vecina de Madrid, con su relato «La maleta viajera», que ha conseguido en 2023 el segundo premio en el concurso anual de relatos de la Asociación de Alumnos Mayores de la Universidad Complutense (ADAMUC) de Madrid.

Desde el primer momento en el que vio que el fabricante la había convertido en una maleta, fue feliz. No iba a ser un bolso ni una mochila, iba a ser una maleta y las maletas viajan que es lo que que siempre había deseado. Ver mundo, conocer países diferentes, paisajes hermosos. Todavía no se lo podía creer.

Además la hicieron preciosa. Tenia color violeta y con las ruedas, las asas y la cremallera en verde manzana que hacía un contraste muy bonito.

De la fábrica la llevaron a una tienda y la pusieron en el escaparate a esperar que alguien se fijara en ella y la comprara. Por suerte se acercaba la Navidad, que era época de regalos y no pasó mucho tiempo aguardando.

Se la llevó una chica muy guapa para regalársela a su madre porque, según le explicó al vendedor, la que tenía ya estaba bastante estropeada.

A la mamá le encantó Violeta, la he puesto este nombre por el color de su piel y porque resultaría muy frío referirnos a ella llamándola solo maleta. Yo soy de la opinión de que todas las cosas tienen alma y pueden sentir y soñar como cualquier ser vivo. Si yo os contara las conversaciones que he tenido con un cuadro o simplemente con una fotografía que me ha llevado a un pasado lejano y perdido, pensaríais lo mismo que yo.

Estación de tren. Lisboa
Estación de tren en Lisboa

Pero ahora prosigamos con nuestra historia. Adriana, que así se llamaba la señora, la guardó en el maletero junto a la vieja maleta y cuando todo estuvo en silencio empezaron a hablar.

– Hola, dijo Violeta algo cohibida. ¿Qué tal estás?

– ¡Uf! Cansadísima, no sabes en qué casa has ido a caer. Esto es el no parar.

– ¿Viaja mucho Adriana?

– No te lo puedes ni figurar. Parece que en cuanto lleva dos meses en casa la pinchan con alfileres.

– Cuenta, cuenta, dijo Violeta muy feliz, porque en ese momento supo que había encontrado la horma de su zapato.

– He recorrido medio mundo de aquí para allá. ¿Por qué te crees que he perdido una rueda, se me ha roto la cremallera y estoy tan trotada? Hemos viajado por Europa, África y cruzado el Atlántico más de 10 veces.

– ¡Qué suerte!

– Y para colmo, un hijo de Adriana se ha ido a vivir a Valencia y la señora va y viene como si fuera una peonza.

– ¿Y cómo es eso de viajar? Yo estoy deseando empezar.

– Bueno, ya me dirás cuando tengas tantos kilómetros como yo a tus espaldas. He ido en tren, en coche, en avión y en barco. Cada medio de transporte es diferente. El que menos me gusta es el coche, te meten en el maletero y no ves nada.

El tren va muy rápido pero da tiempo a ver el paisaje. En el avión te encierran en un sitio que lo llaman bodega, hace mucho frío pero como a veces, son viajes de muchas horas, te da tiempo a hacer amistad con otras maletas y te pasas el trayecto charlando. Siempre se hacen dos grupos, las maletas normales como nosotras y las de marcas caras, como Vuitton, Samsonite, etc. Estas no nos dirigen la palabra durante todo el vuelo, sólo hablan entre ellas.

En el barco estás todo el tiempo en un camarote, que es como una habitación de hotel pero ves el mar, que es maravilloso. A mí al principio me gustaba viajar tanto como a ti, pero cuando vas cumpliendo años y te vas estropeando, lo único que quieres es descansar tranquilamente en el maletero. Nos dan muy mala vida, sobre todo en los aeropuertos, en ellos nos tratan a patadas y yo ya no estoy para esos trotes.

– ¿Cuándo crees que será mi primer viaje?

– Vamos a ver, estamos en Enero ¿no? Pues no tardarás.

Y efectivamente. No había pasado una semana cuando Adriana abrió el maletero y sacó a Violeta.

– ¡Suerte, amiga!

La señora la llenó con su ropa, con la vieja y pequeña radio que la acompañaba en todos sus viajes, con su labor de punto y con los objetos de arreglo personal.

Al día siguiente se despidió de su gato y se fue a la estación de trenes para tomar uno con destino a Valencia.

Durante el trayecto vio desfilar ante sus ojos tierras sin ninguna vegetación y cubiertas con la nieve que había caído días atrás. Era bonito, un poco triste pero bonito. Al cabo de un tiempo todo se fue transformando. Empezaron a sucederse huertas y plantaciones de naranjos que tiñeron el paisaje de verde. Aparecieron pueblos con sus iglesias de cúpulas redondas cubiertas de brillantes tejas de un azul añil que relucían con los rayos del sol.

Violeta estaba hipnotizada. Por fin se había cumplido su sueño de viajar y ver mundo, de llenarse de luz y de los aromas y colores que iba percibiendo. Y esto sólo era el principio.

En Valencia no estuvieron mucho tiempo porque al día siguiente Adriana salió con su hijo hacia Tarragona en otro tren. Éste no era tan rápido como en el que vinieron de Madrid y esto la permitió ver más tranquila todo lo que pasaba ante sus ojos.

Y llegaron al mar. El tren iba paralelo a la costa y Violeta se cubrió de ese azul inmenso que la conmovió hasta lo más hondo.

A los pocos días volvieron a casa y le contó a su amiga todas las maravillas que había visto y lo feliz que se sentía.

Estación de tren. Tokio
Estación de tren en Tokio

En Mayo viajó en avión por primera vez. El destino fue New York. Qué razón tenía su amiga. ¡Qué golpes! y qué manera de tratarla. Durante el vuelo hizo amistad con varias maletas y hasta un maletín de cuero legítimo se le insinuó varias veces.

New York la impresionó. ¡Qué edificios, madre mía! No me extraña que los llamen rascacielos. Se quedó prendada y encantada con esta ciudad mágica y por suerte volvieron a ella varias veces más. Con el tiempo Violeta perdió la cuenta de la cantidad de sitios en los que había estado y de todos y de cada uno de ellos le quedó un recuerdo muy especial.

De Túnez, el desierto del Sahara con sus dunas interminables; de Brasil, su luz y su alegría; de Argentina, su tango y el glaciar Perito Moreno; de Chile, su inmensa cordillera; de Cartagena de Indias, sus gentes y su ciudad vieja. En fin, la lista sería interminable.

También fue en barco. Un crucero desde Atenas recorriendo varias islas griegas. Qué suave era el balanceo del buque y qué azul tan intenso tenían el cielo y el mar.

Cuando volvieron de nuevo a Atenas para volver a Madrid, no sé si porque era ese su destino o porque la facturó un operario incompetente, se perdió Violeta.

Adriana estaba desconsolada. Hizo la correspondiente reclamación y se fue a casa con la promesa de que en uno o dos días aparecería la maleta. Pero no ocurrió así.

Violeta iba de un aeropuerto a otro sin que nadie la recogiera y mareada de dar vueltas y vueltas sobre la cinta transportadora.

– ¿Qué va a ser de mí? ¡Qué tristeza!

Después de tanto trotar de un lado para otro había perdido la esperanza de regresar a su hogar. La metieron en una oscura habitación donde había montañas de maletas en su misma situación.

– Pero, ¿para qué sirve mi etiqueta? ¿Es que no saben leer?

Se acabaron sus planes de recorrer mundo en compañía de Adriana. Acabaría sus días en esta sucia oscuridad o la tirarían a la basura cuando lo creyeran conveniente. Además no tenía ni idea de dónde se encontraba.

Pasaron los meses y Violeta perdió toda esperanza de encontrar a su dueña.

Estación de tren. Valencia
Estación de tren en Valencia

Una mañana entró un empleado a depositar a una nueva compañera perdida. Violeta asomaba tímidamente sus vistosos colores entre la montaña de maletas grises y negras. Su etiqueta llamó la atención del muchacho. Era una graciosa cabeza de Nessi, el monstruo del lago Ness, en color verde y con una gorrita en cuadros escoceses. Se la había comprado Adriana cuando fueron a Edimburgo y ella la lucía orgullosa y coqueta, hacía juego con su cremallera. Sintió lástima de verla allí tan bonita entre tanto polvo y suciedad. La cogió, la sacó de ese cementerio de maletas y la llevó a una especie de oficina en la que estaba trabajando mucha gente.

– Mirad chicos lo que he encontrado en la sala de equipajes perdidos.

Violeta se dio cuenta entonces de que todos hablaban español, lo entendía todo perfectamente aunque tenían un acento un poco raro. Más tarde supo que se encontraba en Málaga, tantos meses tan cerca y tan lejos de su casa.

– Es preciosa, dijeron los demás pero ¡qué sucia está!

Ella se avergonzó del aspecto que presentaba en esos momentos, pero era lógico después de los tumbos que había dado de aeropuerto en aeropuerto…

– Es de Madrid y en la etiqueta viene un teléfono y una dirección, no sé cómo no nos hemos dado cuenta de que estaba identificada. Voy a llamar, no hay nada que perder y puedo dar una alegría a esta tal Adriana.

Cuando ésta se puso al teléfono y le informaron de que había aparecido su maleta, dio un grito de alegría. Le parecía imposible. Pronto la vería porque se la iban a enviar a su domicilio en un par de días.
¿Cuánto tiempo había pasado? Meses, pero eso ahora carecía de importancia. Lo importante era que iba a recuperar su maleta, la compañera con la que había compartido tantos momentos felices. Cuando Violeta llegó a casa, Adriana la observó pensativa, no tenía grandes desperfectos, sólo algún roce y arañazos, que como cicatrices de guerra mostraba orgullosa. Nada que no se pudiera reparar con agua, jabón y un toque de cera. Primero vació su contenido, después la limpió con mucho cuidado y por último la guardó en el maletero al lado de su vieja amiga.

– Pasa, pasa, tendrás muchas cosas que contarme. Estaba muy preocupada por ti. Pero Violeta cerró los ojos y sólo acertó a decir:

– ¡Por fin en casa!

.

Purificación Sánchez

¡Sigue al Perro Paco!

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

One Reply to “La maleta viajera”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *