El tronco del olmo atravesado en la acera

Se cayó el olmo

Sucedió al día siguiente de las grandes lluvias del jueves 19 de octubre de 2023, cuando se rompieron los registros absolutos de precipitaciones en un solo día en Madrid, al paso por la ciudad de la borrasca Aline.

Un vecino del edificio contiguo aseguró más tarde que a las nueve horas de la mañana del viernes el árbol estaba en su lugar de siempre.

Unas horas más tarde, quizás tres, quizás cuatro, ya no estaba allí. O mejor dicho, sí lo estaba, pero tumbado, roto, tronchado en el suelo, las hojas ya comenzando a perder brío, la vida escapando del ¿viejo? olmo.

El mismo vecino afirmó encontrarse en su casa durante toda la mañana en la que cayó el olmo, pero insistió en no haber escuchado nada, ningún ruido, a pesar de que el árbol se elevaba por encima del quinto piso que marca la altura de estas casas del madrileño barrio de Carabanchel. Según su testimonio, tal vez un poco fantasioso, el olmo de Siberia (Ulmus Pumila) se habría desplomado sobre la tierra con un grito ahogado, inaudible para vosotros los humanos.

Esa tarde, en uno de mis paseos rutinarios por la zona, pues soy un perro de costumbres, fue cuando lo descubrí e intenté averiguar qué podía haber pasado, hablando con unos y con otros.

Un segundo vecino de la zona se encontraba, en el momento de mi visita, jugando con su perro. Ya saben, el típico juego que nos lanzan un palo y vamos corriendo a por él como bobos. A algunos congéneres míos les divierte aquello. A mí no, desde luego.

El árbol, desmoronado en la calle

El caso es que le pregunté a este humano ataviado con pantalón corto y sudadera por lo que había pasado con el pobre árbol. Me indicó que lo que ocurría era que al árbol le faltaba alimento. Que un árbol no se alimenta sólo de agua, sino que necesita cadáveres con los que nutrirse, que necesita residuos orgánicos en descomposición que le proporcionen las sustancias que le hacen falta para estar fuerte. Y que esto, entendí que por la labor de los servicios de limpieza, se les negaba, según su opinión, a los árboles de la ciudad.

Me hizo incluso una inesperada comparación con el culturismo para afirmar que con los músculos pasa lo mismo, que también han de alimentarse y no únicamente con ejercicios de pesas, como se estaría haciendo de forma mayoritaria en la actualidad por parte de los aficionados a estas prácticas. Que quien sí lo hacía bien era el mítico Arnold Schwarzenegger, que no sólo hacía pesas, sino que por ejemplo hacía muchas poses, y que éstas eran muy importantes, fundamentales. Hoy en día, siempre según el criterio de este vecino del barrio, ni los músculos del cuerpo ni los árboles de la ciudad son alimentados convenientemente. Y pasa lo que pasa.

He de decir que ciertamente quedé asombrado con la comparativa. No pude más que fijarme en que el humano, de indeterminada mediana edad, escondía bajo su sudadera rastros probables de esa afición, como resulta obvio que no podía ser de otro modo. Algo más inquieto me dejó su insistencia en que el árbol debía de alimentarse de cadáveres. Ahí reconozco que se me erizó ligeramente el pelo del lomo.

Me despedí para acercarme un poco más al tronco, atravesado en mitad de la acera, que había doblado la pequeña vallita de hierro que circunda el jardín aledaño en el que otro ejemplar del olmo de Siberia había salvado la jornada ventosa. Allí me encontré con otro vecino, de riguroso chándal negro, ignoro si de luto, de idéntica en lo impreciso mediana edad, aparentemente menos aficionado al deporte. “Llega un momento que se caen”, me dijo con resignación. Me invitó a que le preguntara a los jardineros. Así te lo dicen. Viven unos cuantos años y se caen, no hay otra. Y es cierto que en la misma manzana al menos han caído otros dos en el último año y que otro más que yo tenga conocimiento cayó en la cercana calle del Marqués de Jura Real. Un presente ineludible, según él, para los olmos de su generación. El momento de la Verdad.

Este vecino me llamó la atención sobre las cortas raíces, completamente levantadas de la tierra, después de su caída. Unas raíces cortas, demasiado cortas, unos pies débiles, a primera vista. Pies de barro que resultaron fatales. Llovió mucho, se ablandó la tierra, las raíces no eran fuertes y no pudieron agarrarse mejor, no pudieron sujetar el árbol. Llegó el viento y lo tiró. Pudo ser así, es una hipótesis. Pero también puede que tuviera que ver la falta de alimento necrológico de la que hablaba el primer vecino. No son en realidad versiones contradictorias, sino piezas del mismo puzzle que acabó con el buen olmo en el suelo.

Recordé una conversación tomada al vuelo, sólo unos días antes, cuando recorría la ya mencionada calle del Marqués de Jura Real. Tres señores de edad respetable conversaban también sobre los olmos. Se caen y no los plantan más. Los están sustituyendo por otros, como el almez. Hasta ahí llegó mi oído, pero parecían tener cierto conocimiento de causa, que me hizo imaginarles como miembros distinguidos de la Mesa del Árbol de Carabanchel.

Al día siguiente, sus restos ya estaban recogidos

Sumido en el recuerdo de esta conversación, atando algunos cabos, apareció una tercera vecina, una señora distinguida, de acento extranjero, europeo, con el pelo rojo destacando en la tarde de lluvia de otoño. Los colores vivos, el color fuego de su cabello, los verdes y morados de su boina y su chaqueta, no pasaban desapercibidos en una tarde como esta. La mujer, que también es vecina del barrio, paseaba a un perro. No lo entiendo, decía, les cortan las ramas a todos, les dejan crecer sólo el tronco, espigado, hasta el cielo. No les deberían dejar crecer tanto, ni tampoco cortarles tanto las ramas. De ese modo serían más compactos, más robustos, y no se caerían. Y es cierto que en invierno, cuando pierden la hoja los Ulmus Pumila del barrio, parecen un famélico ejército de espárragos. Con la idea bien clara en su cabeza, también se despidió de mí.

Ya me iba, con los testimonios grabados en mi memoria de perro para poder ofrecérselos a ustedes más tarde, queridos lectores, para que puedan formarse una opinión sobre lo que piensa la gente del barrio sobre lo que le pasó al pobre olmo. A modo de despedida di un brinco y me subí sobre el tronco, ya vencido. Pensé en los pájaros y en los vecinos que ya quedarían desprovistos del verde al asomarse a la ventana, del sonido del viento en sus hojas, del bamboleo de sus ramas frondosas cada vez que soplaba, que con un poco de esfuerzo recordaba a las olas del mar.

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El Perro Paco

Hace algunos meses ya contamos una historia de olmos en El Perro Paco, pero no se crean, ¡no es el mismo árbol! Si quieren más, pinchen aquí

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2 Replies to “Se cayó el olmo”

  1. Pues un poco de todo, creo yo. El vecindario es sabio: podas abusivas, suelos pobres en materia orgánica, raíces raquíticas y dañadas por obras en la vía pública… Espero que por lo menos os planten un árbol, si no más. En caso contrario vuestro barrio será más pobre.

    Gran crónica jardinera, Perro Paco.

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