La maravillosa colección Austral

De lecturas y lectores

Postales de mi memoria

Hace poco más de tres meses que falleció Ibáñez y yo, recordando su figura y sus inolvidables personajes, llegué a la conclusión de que los tebeos -no cómics- iniciaron mi amor por la lectura y por los libros en general. 

Desde que aprendí a leer, todos los domingos, mis padres nos compraban a mi hermana y a mí un tebeo a cada una: el mío era el ‘Pulgarcito’ (nada que ver con el cuento) y el de mi hermana el ‘TBO’. Primero se leía cada una el suyo y luego los intercambiábamos.

El ‘Pulgarcito’ estaba poblado por personajes como Zipi y Zape, las hermanas Gilda, Gordito relleno, Mortadelo y Filemón o Carpanta. De este último, por cierto, sostiene siempre un amigo mío que era un personaje totalmente subversivo, ya que siempre estaba muerto de hambre y sus sueños dorados estaban representados por un pollo asado. Claro, en esos años, en la España de Franco, eso de representar abiertamente el hambre de la población suponía ya un cuestionamiento del estado de las cosas.

Enciclopedia UTEHA para la Juventud / Foto: Cortesía de Libropiel

Más o menos a mis nueve años, mi padre compró para nosotras una enciclopedia que llevaba el pomposo nombre de ‘Enciclopedia UTEHA para la juventud’, formada por diez tomos de temas variados: fábulas, poesías para los pequeños (así se llamaba, pero contenía poemas de Lorca y de Machado), cuentos, mitología, ciencias naturales… En fin, de todo un poco. La verdad es que, aunque suene pedante, un universo se abrió ante mí con la llegada a casa de esta enciclopedia. La empecé a leer compulsivamente. Aún recuerdo cómo me entusiasmaban “Los dioses del Olimpo” o los resúmenes de grandes obras literarias que contenía y aún conservo en mi memoria muchas de las poesías que en ella aparecían. Fue enorme todo lo que me dio aquella enciclopedia. Por entonces, yo ya sabía lo que significaba leer: nunca estaría sola ni aburrida, mientras tuviese libros.

En la adolescencia, años sesenta y muchos, me hice socia de lo que se llamaba el Bibliobús, que no era otra cosa que una biblioteca pública pero en un autobús. Aparcaba en distintos puntos del barrio y cada semana, pues sólo venía un día, devolvías los libros prestados y sacabas otros. Dos o tres leía yo cada semana. Eso sí, sin orden ni concierto, llevada únicamente por mi criterio. Así leí algunos bodrios infumables, pero también descubrí muchos autores buenos. Daba igual bodrio o buena literatura, todo lo leía. Por cierto, hace poco descubrí en un reportaje en televisión que el Bibliobús aún existe, ahora visita pueblos en los que no hay bibliotecas públicas y me alegré muchísimo.

En casa de mis padres había bastantes libros, de ediciones modestas la mayoría, como la maravillosa colección Austral, muchos de ellos comprados por mi padre en su juventud, ya que como he comentado era una colección asequible, pero muy buena. Recuerdo que según el color identificabas el género al que pertenecía cada obra: azul, cuentos y novelas; verde, ensayos; naranja, biografías, etc. Yo lo que leía eran novelas. Ahí descubrí a “La tía Tula” de Unamuno, que creo que tiempo atrás había estado prohibida, y, por consejo de mi padre, a Julio Camba y Wenceslao Fernández Flórez, rey en mi opinión del surrealismo.

Pronto, esta modesta biblioteca familiar me resultó insuficiente y mis padres me hicieron socia del Círculo de Lectores, muy popular en esa época. Permanecí durante muchos años… Tiempo después, ya madre de mis dos hijos, volví a hacerme socia del Circulo hasta que ya perdió interés para mí.

Y hasta ahora no he dejado de leer. Continúo disfrutando de los libros, hace algunos años descubrí el libro electrónico y alterno el papel y el digital, que hay que reconocer que para viajes es comodísimo, no hay que ser fundamentalista, cada formato nos ofrece cosas diferentes.

Podría seguir, contando alguna anécdota relacionada con algún libro, pero tampoco quiero extenderme más. No sé, querido Perro Paco, si te habrá resultado aburrido el tema, pero algo me dice que a ti, al igual que a mí, te interesa todo…

¡Y pensar que toda esta historia de mi amor por los libros empezó por unos humildes tebeos!

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Irene Paz

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3 Replies to “De lecturas y lectores”

  1. Los mencionados Mortadelo y Filemón y los irreductibles galos Astérix y Obelix fueron en mi caso los que me iniciaron a la lectura. Y aquí seguimos, leyendo e intentando que mis hijas lean, que es un tesoro de valor incalculable. Por cierto, por los pueblos de la comarca de Las Vegas, en el sureste de Madrid, se puede ver y usar todavía el bibliobús.

  2. Nada aburrido, querida Irene, todo lo contrario, gracias por compartir un cachito de tu memoria. Efectivamente a este perro le interesa todo, salvo algunas cosas, que dijo uno. ¡Guau, guau!

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