El lunes de niebla tras el puente de diciembre se levantó en Madrid con llamadas de alerta a un lado y otro del río, a través del puente de apoyo mutuo y solidaridad levantado entre los vecindarios de Arganzuela, en defensa de su arboleda en peligro en Madrid Río, y Carabanchel, con el Parque de Comillas amenazado de muerte por las obras de ampliación de la línea 11 de metro.
Aquí estaba. El nefasto día que nadie quería que llegara definitivamente había comenzado. El día en el que el ruido de las motosierras, abatiendo ramas y troncos, ya devoraba el canto de los pájaros y el tan caro sonido del silencio y las hojas secas bajo las pisadas. Comenzaron las talas de los árboles de Madrid Río y el Parque de Comillas.
Alrededor de un centenar de vecinos cuentan las crónicas periodísticas que han acudido lo antes posible en la mañana al Paseo de Yeserías, junto a la majestuosa arboleda que las gentes de Arganzuela y de todo Madrid llevan defendiendo en todo este año 2023. Algunas de las personas congregadas han llevado a cabo distintas acciones de resistencia civil no violenta, como encaramarse a los árboles o engancharse a ellos para dificultar o retrasar la tala.
El Perro Paco acudió con andares renqueantes (no importan ahora los motivos) al Parque de Comillas, parque al que tiene particular cariño y donde no es extraño verle en los últimos tiempos mientras disfruta de las pachangas futboleras, las partidas de petanca o ecuavoley de los vecinos de todas las edades que disfrutan el parque cotidianamente. También se le podía ver sonriendo como sólo un perro puede hacerlo con los juegos de los más pequeños en los parques infantiles, salvo por el pequeño detalle de que cuando se anunciaron las obras hará prácticamente un año lo primero que hicieron las autoridades fue levantar todas las instalaciones infantiles: echar a los niños/as del parque. No te lo perdonaré jamás, dijo alguien.
Algunas vecinas se congregaban en esta gris mañana en goteo, con rabia y tristeza entremezcladas en sus pasos, para ver y escuchar el destrozo por sí mismas, bajar a la calle, pasear junto a las vallas rojiblancas que rodean implacablemente el perímetro de la obra. Charlaban, compartían sentires y frustraciones, fotografiaban y grababan vídeos, para extender la información, para pasar la voz. Rápidamente se improvisó una convocatoria de concentración para un poco después, a las cuatro de la tarde a las puertas del colegio público Perú, situado junto al parque y cuya comunidad educativa sufrirá de un modo particularmente infernal la larga obra de los 40 meses proyectados en la que será la Zona 0 de la obra del metro en Madrid.
A la tarde, la voz había corrido, y unas cuantas decenas de personas coreaban consignas, de nuevo entre la tristeza, la indignación y la rabia. Con la frustración de llevar todo un año expresando ese rechazo a la obra tal y como se ha proyectado, y ver que las autoridades ni atienden las voces de las vecinas ni se plantean ni remotamente tenerlas en cuenta para poder valorar alternativas que son reales y viables al destrozo planteado. Una forma de actuar, una manera de entender la política que se resume en que yo tengo mayoría absoluta y por tanto no debo escuchar nada más, los que protestan ya se cansarán. La política a espaldas de la ciudadanía, cuando no directamente sobre sus espaldas, cuando no definitivamente contra sus espaldas. Las decisiones que son sobre sus barrios sin tomar en consideración las opiniones de quienes los habitan, con mayor o menor gloria.
La concentración improvisada se convirtió en pequeña marcha rodeando las vallas, que se convirtieron en la diana impasible de esa rabia acumulada en forma de manotazos y patadas. Finalmente, la valla cedió y dio paso a que las vecinas concentradas pudieran ocupar simbólicamente el espacio arrebatado: el parque de su barrio.
Es importante insistir en que hay alternativas, no dejan de repetirlo los vecinos organizados. En que la reivindicación vecinal no significa una oposición al metro, sino una apuesta por hacer coexistir la mejora de las comunicaciones con el cuidado del patrimonio ambiental, social y comunitario de los barrios. Un parque no es un espacio vacío en un plano. Es todo lo contrario. Es un lugar donde encontrarse sin la necesidad de gastar dinero, de consumir nada. Donde pasear, sentarse en sus bancos o mesas, hacer deporte, charlar, lo que cada cual quiera: detenerse, vivir, dejar de correr, de estar de paso, de estar comprando.
Es lo que queda de la naturaleza en la ciudad. En un momento en el que el espíritu del tiempo en el que vivimos (y la acuciante emergencia climática, más prosaíca) piden la renaturalizacion de la ciudad, ésta no puede sino comenzar por la preservación del patrimonio ya existente, el que cuesta tantos días y tantas estaciones ver crecer y desarrollarse, ¿cuántos? ¿40 años, 60?, hasta adquirir la frondosidad, los nidos, los anillos, hasta conformar un ecosistema en equilibrio, no únicamente de insectos y aves, de arbustos y diferentes especies de árboles y plantas, sino sobre todo, ese extraño y sin embargo inaplazable equilibrio entre la tierra, el ser humano y aquello a lo que, aunque no queramos, aunque lo ignoremos, pertenecemos: la naturaleza.
Se despide por esta noche este malherido can, entre la rabia y la frustración. Pero siempre con hueco para la esperanza.
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El Perro Paco
Foto: Clara Columba
Leer más: Marcha vecinal en el barrio de Comillas en defensa del parque
Pues mucho ánimo para el vecindario que defiende su trocito de Naturaleza en la ciudad asfaltada, mercantilizada y deshumanizada. Luego se extrañan del desapego hacia la élite política.
Muchas gracias por leer y comentar, Ramos. Con lo agradable que es para un perro como yo un pedazo de tierra que pisar con mis pezuñas en plena ciudad. ¡Guau, guau!