Hay días en los que a un perro se le hiela el corazón nada más salir a pasear. Así le pasó al Perro Paco aquella tarde en la que se encontró al pico picapinos aterrizado en el suelo, muerto en una acera escondida de Carabanchel. Pregunté a los que saben de esto sobre las causas posibles del final de la vida del ave y, con la prudencia que suele dar el conocimiento, me indicaron que muchas podrían ser e imposible de esclarecer la exacta sin hacerle la necropsia al difunto animal. Se establecieron en la charla algunas posibilidades: atropello, intoxicación, agotamiento. Se impuso como principal hipótesis el fatal choque contra un edificio, a través de un ventanal, cristalera o similar. He de decir que yo me resistía a asumir esta idea y pensaba en opciones más peliculeras, como el envenenamiento o el disparo de una pistola de bolas. El paso de los días me ha llevado, sin embargo, a convencerme de que, probablemente, el precioso pájaro carpintero se estrelló contra la luna del ascensor que le ganaron a la calle los habitantes del edificio aledaño. El Perro Paco aún duda.
Menos mal que la ciudad se las apaña para sacarte, en cualquier momento, una sonrisa simple e inesperada, como cuando en aquel portal, de un bloque de ladrillo visto medio marrón y medio naranja, del barrio de Usera, descubrimos que un alguien desconocido se había decidido a intervenir sobre ese objeto anodino de nuestro paisaje, para con un par de trazos de su imaginación tener el poder de cambiarnos la mueca de la cara, romper el tedio, arrugar la plantilla: seguimos vivos, contra pronóstico.
El caso es que sin saber muy bien cómo nos metimos en la Navidad, que yo ya sé que es territorio lleno de heridos y enemigos. El Perro Paco me confesó que a él le agradaba este tiempo, que disfruta con el disfraz de colores chillones que por unos días se pone la ciudad. Al fin y al cabo las Navidades son, sobre todo, una gran fiesta colectiva y popular, una celebración de estar vivos y de estar juntos. Lo malo, claro, es cuando esto se jode. Les dejo la fotografía de un instante en la Plaza de Ópera, con uno de esos árboles que en los últimos años se han extendido por Madrid, alumbrados tenuemente por un farol bajo la vigilancia solemne del Palacio Real mientras se compra y se vende en el enésimo mercadillo navideño que hace su agosto en una ciudad que parece trabajar para ellos.
Sube la apuesta mi amigo el Perro Paco: también le gustan las luces y no tiene problema en decirlo. Tengo la sensación de que en los últimos años hasta este tema se ha convertido en materia de vacía confrontación: luces sí, luces no, votos a favor, posiciones encontradas, como diría mi amigo Goyo. Uno, como es un perro, me dijo Paco, no acaba de entender muchas de las humanas discusiones, pero déjenme ir un poquito más allá, porque quizás ni exista la tal polémica y sea sólo una sensación, un prefabricado más, un subterfugio, un pequeño y absurdo entretenimiento navideño, una escenificación, una forma de tenernos distraídos, porque en verdad, e hizo una solemne pausa mi cánido amigo, a mí nadie me ha dicho dando un paseo nocturno por Madrid que no le gusten las luces de Navidad.
No les quiero empachar con todo esto, que aunque esta crónica de mis paseos con el Perro Paco sea un poco de despedida, me hago cargo de que habrán tenido ya lo suyo de turrón, mazapán y todo lo demás. Este diciembre fue también en el que talaron el Parque de Comillas, una zona verde de la ciudad en un barrio, el de Comillas, en Carabanchel Bajo, en el que no abundan precisamente los parques. Me di bastantes vueltas por allí con el Perro Paco y en esta revista les hemos contado algunas de las protestas que articuló el vecindario organizado para tratar de parar las obras y buscar alternativas. La realidad es que la obra no se paró y está en marcha y a toda mecha. En esos primeros días de tala y destrucción, algún vecino o vecina salió a dejar una dosis de su rabia en las vallas que separan la calle del no parque en obras. Esta pintada no sé si guardaría algún secreto, pero no duró 24 horas.
Les daré un poco de contexto, aunque probablemente ya estén al corriente, puesto que el tema ha sido bastante seguido por los medios. Resulta que el parque del barrio de Comillas ha sido el lugar elegido para introducir la tuneladora con la que se va a excavar el túnel de la obra de ampliación de la línea 11 de metro. Esta obra traerá una estación de metro a Comillas, lo que muchos vecinos saludan con alegría como una mejora para la vida de la gente, pero que se hace a costa de destruir un espacio verde en tiempos de emergencia climática y récords anuales de altas temperaturas. Ahora que a los parques les llamamos pomposamente hasta refugios climáticos, nos lo cargamos. Y todo, metan el dedo en la llaga, para afectar lo menos posible el tráfico, la circulación de vehículos. O esa es la sensación que tienen los vecinos en lucha. Quienes han diseñado y aprobado la obra han tratado el parque como un espacio que estaba vacío y, por tanto, disponible. Y esta consideración es un problema profundo. El día que comenzaron las obras, una improvisada concentración reunió a algunas decenas de personas a las puertas del CEIP Perú, colegio público situado a apenas 50 metros de las obras y cuya chavalería va a sufrir especialmente -ya lo hace- las consecuencias de la obra sin que, para variar, nadie les haya tenido en cuenta.
Y ahora cómo demonios salimos de este mal rollo, de esta desazón que deja en el cuerpo cada derrota. Pues miren, pueden pensar lo que quieran, pero queda, como uno de los más incansables vecinos de esta lucha me comentó una tarde, la pequeña satisfacción de haber salvado un puñado de árboles que fueron indultados como resultado de la revisión de la obra, un tanto cosmética, forzada por las movilizaciones del pasado invierno. Habrá a quien esto le pueda parecer ridículo o insignificante, pero para cada uno de esos árboles, y para los pájaros, insectos, perros o humanos que los disfruten, como para las estrellas de mar de la leyenda aquella, sí hay diferencia. A día de hoy, tanto la Asociación Vecinal Parque de Comillas como la Asociación de Familias (AFA) del colegio Perú continúan luchando para tratar de evitar que la tuneladora se introduzca por el parque y para conseguir medidas que atenúen al menos el impacto de la obra sobre los niños y niñas del cole.
Y, ahora, sí, una pausa.
– Me he enamorado -me dijo Paco, en cuanto nos alejamos de ella, aquella mañana, tan temprano. El Perro Paco me despachó en cero coma, desanduvo el camino a tiempo y vivió un romance inesperado de final de otoño con esta enigmática y atractiva dama de mirada demoledora. Le dio igual que estuviera volcada en la calle, a la intemperie, muy cerca del Mercado de Usera. Le dio incluso igual que viviera metida en un cristal, coloreada. Pasaron algunas semanas antes de que volviera ver a mi amigo el Perro Paco, suspendida al menos de momento esa intensa y efímera relación. Me dijo la típica frase, me confesó el perro, un tanto dolido, pero un poco distinta, y añadió un matiz de interés y profundidad a sus palabras y a su mirada que denotaban que seguía pillado por la rubia de antifaz. Me dijo: «No eres yo, soy tú», y se fue. Y cerró los ojos.
Esta fue la pieza de GVIIIE que nos encontramos el Perro Paco y yo en un garaje bastante escondido del barrio de Opañel, también en Carabanchel. Guillermo López, conocido como GVIIIE, es un artista madrileño procedente del barrio de Prosperidad que empezó con el graffiti en su adolescencia, que ha cursado diversos estudios de cine y de arte, que ha colaborado con revistas como Mongolia, con el nombre artístico de Guille Joder, y que ha trabajado en animación, en cómic y en novela gráfica, entre otros palos y pinceladas biográficas que pueden servir de presentación. Su estilo muralista se ha definido como neorupestre. Quién sabe los motivos, quién el significado, pero el Perro Paco asintió con la cabeza, seguro de haber comprendido.
Nuestro paseo invernal termina en este espacio sorprendente de la ciudad, en el mismo barrio carabanchelero de Opañel. Aquí se encuentra el Jardín de los Libros Nómadas, un proyecto comunitario, vecinal, orientado a potenciar la ecología y la cultura revitalizando un espacio en desuso de la ciudad. Allí han montado una biblioteca, un par de divertidas instalaciones arquitectónicas de las que atrapan irremediablemente tu atención, un jardín y un huerto, y organizan periódicamente actividades con las que ayudan a estrechar lazos entre los habitantes del barrio. Para todo eso, nada más y nada menos, sirven los proyectos colectivos, los espacios no orientados al consumo, los jardines, las plazas, los parques. Aterrizamos en la celebración que hacían de la Saturnalia de los romanos, del solsticio de invierno, que son otros de los nombres y caras que las fiestas del invierno han tenido a lo largo de los tiempos. Allí, al sol de invierno, le dejé al Perro Paco, feliz y contento entre las aromáticas, parloteando animado con un petirrojo que mantenía a raya a gorriones y carboneros.
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Santiago Gómez-Zorrilla
PD: qué paradoja que la fotografía elegida para la cabecera de este paseo es la que se queda sin su protagonismo en el texto. Digamos al menos que se trata de la explanada del Matadero, en la que flotaba en estas Navidades, entre los títeres de Galiot Teatre, el teatro madrileño de autómatas, el frío y la música americana, una atmósfera especial de magia y suave decadencia, que le hizo disfrutar y prometer volver a mi amigo el Perro Paco.
Sola una aclaración. El nombre que se le da cuando es a un animal al que se le examina para aclarar su muerte, se llama :necropsia.
Muchas gracias, Luis, por leer y por la aportación. Lo desconocía y lo he incorporado al texto.
Un saludo
Santi
Me gusta el toque costumbrista y social de los paseos del perro Paco. Buena pluma, Santi.
Muchas gracias, Javi
Un abrazo
Santi