¿Quién fue el autor de esta célebre gracia sobre el río de Madrid?
Pues al final sí que era verdad que el Manzanares es, no sé si el único, pero sí, desde luego, un río navegable a caballo Lo muestra la fotografía que encabeza estas líneas, tomada la pasada primavera, a su paso por Somonte, un enclave muy próximo a El Pardo.
Sabido es por todos que el Manzanares no es un río muy caudaloso, que poco tiene que ver en el volumen de sus aguas con otros cursos fluviales que recorren las capitales de la vieja Europa, como el Támesis, el Sena o el Danubio. Ni falta que hace, me responde chulesco el Perro Paco.
Seguro que alguna vez han escuchado aquella famosa frase de que el Manzanares es el “mejor río del mundo” por ser el único “navegable a caballo”. ¿Pero quién fue el autor de esta afirmación con presumible afán de mofa sobre nuestro querido río?
El Perro Paco me pidió que llevara a cabo una pequeña investigación y así lo he hecho.
Lo cierto es que en las pesquisas más básicas uno se encuentra con cierta confusión sobre si el autor de esta famosa frase fue el rey Rodolfo II de Habsburgo (1552-1612), emperador del Sacro Imperio Románico Germánico, o si se trató de su embajador en España allá por finales dell siglo XVI o principios del XVII.
Rodolfo II y su paso por Madrid
Del primero de los candidatos, Rodolfo II, me contó mi amigo el petirrojo hablador, que ya saben que guarda un pequeño historiador dentro de su ligero cuerpo, que fue un rey muy particular, más interesado por el arte y por la alquimia que por el gobierno de sus dominios. ¿Pero tenía este señor alguna relación con Madrid para burlarse de ese modo del Manzanares? ¿Hablaba acaso con conocimiento de causa?
Pues lo cierto es que sí. Rodolfo había nacido en Viena en el año 1552 y era hijo del emperador germánico Maximiliano II y María de Austria, que era hermana del poderoso rey español Felipe II, siendo éste, por tanto, tío de Rodolfo. Por este parentesco fue que el futuro emperador pasó su adolescencia en Madrid, donde fue enviado parece ser que de acuerdo a la voluntad de su tío para que recibiera la base de su formación en España. Rodolfo llegó a tierras ibéricas en 1564 a la edad de doce años y en compañía de su hermano Ernesto, incorporándose durante algunos años a la dureza de la vida cortesana madrileña.
Su educación fue confiada a la orden religiosa de los jesuitas, quienes junto a los capuchinos fueron la punta de lanza en territorios germanos de la Contrarreforma, que trataba de socavar las ideas reformistas de luteranos y calvinistas que tanto se habían extendido en aquel tiempo por algunas partes de Europa. Estas tensiones político-religiosas bien pudieron estar detrás de la presencia de los dos jóvenes centroeuropeos en España, a fin de asegurarse el monarca español una ortodoxa formación de su sobrino -y futuro emperador germánico- en el catolicismo, alejada de cualquier sombra de tolerancia hacia las ideas de la Reforma. El caso es que Rodolfo se quedó en España hasta 1570, cuando partió de regreso a casa junto a su hermano, después de dar el relevo en Madrid a sus hermanos pequeños Wenceslao y Alberto y de ejercer como padrino en la boda de su hermana, Ana de Austria, que fue casada con su propio tío, el susodicho Felipe II. Así de turbios han sido siempre los acuerdos matrimoniales de los monarcas.
Pero, en fin, no sigamos internándonos por los cerros de Úbeda, porque en cuanto a lo que nos ocupa hoy, podríamos decir, en resumidas cuentas, que el emperador Rodolfo II, de la dinastía de los Austrias, vivió en Madrid durante su adolescencia, entre los 12 y los 18 años, por lo que es plausible que conociera de primera mano el Manzanares y que, por lo tanto, supiera por experiencia propia de su carácter poco caudaloso, de forma que si en efecto hubiera sido el autor del célebre chiste sobre el río, podría haberlo hecho, al menos, con conocimiento de causa.
Pero la realidad nos indica que no, no fue él, no fue Rodolfo II el autor de la frase.
Hans Khevenhüller, insigne embajador del imperio en España
Como les decía antes, son numerosas las referencias en las que se atribuye la autoría de la afirmación sobre el Manzanares, como único río navegable a caballo y por tanto mejor río del mundo, a un vagamente aludido como embajador del emperador Rodolfo II. Un diplomático a quien inexplicablemente se condena muy a menudo al anonimato, sin que se desvele su identidad, imagino que por simples cuestiones del copia y pega.
Es en este punto que emerge ante nuestros ojos, en esta investigación siempre guiada por mi amigo el petirrojo, la figura de Hans Khevenhüller, embajador del imperio germánico en España entre los años 1572 y 1606, durante los reinados de Felipe II y Felipe III, representando primero al emperador Maximiliano y posteriormente a su hijo Rodolfo. Es decir, el amigo Hans residió en España y particularmente en Madrid durante más de 30 años y llegó a ser hombre de confianza del rey Felipe II, quien llegó a otorgarle el Toisón de Oro, máxima distinción de la monarquía española.
Todo apuntaba a que Khevenhüller, a pesar de no ser nombrado como tal, sería el autor de la célebre chanza sobre el Manzanares. Una afirmación que, en mi humilde opinión, entroncaría a la perfección con ese sentido del humor tan castizo propio de estas calles, con ese gusto campechano por bromas y burlas, incluyendo en la diana, por supuesto, a nosotros mismos. Todo esto reforzaría, según mi aventurado criterio, la hipótesis de que hubiera sido el embajador Khevenhüller el responsable del chiste, pues el germano, después de casi tres décadas en el Foro, está claro que era un madrileño más, de la zona, en este caso, de la Carintia austríaca.
Parece ser que Hans se quejaba a menudo de lo poco que cobraba y de estar en la ruina, lo que no fue óbice para que se construyera un casoplón en tierras de Arganda. Hans Khevenhüller falleció en Madrid en el año 1606 y como dice la canción de doble final de Sabina, quiso quedarse para su descanso eterno en el lugar en el que había vivido, consiguiendo finalmente plaza en la muy distinguida Iglesia de Los Jerónimos.
Satisfechos estábamos el petirrojo, el Perro Paco y yo con llevar a término esta pequeña investigación, cuando nos topamos con que no: parece ser que tampoco fue el embajador Hans Khevenhüller el autor de la frase.
Jerónimo de Quintana, cronista de Madrid
Nuestras pesquisas nos dirigen entonces a quien se considera uno de los más antiguos cronistas de la Villa de Madrid, el señor Jerónimo de Quintana (1570-1644), clérigo e inquisidor, además de escritor y cronista de Madrid allá por la misma época de finales del siglo XVI y principios del XVII, coetáneo por lo tanto de Rodolfo II y Hans Khevenhüller. De Quintana es el autor ni más ni menos que de la considerada como primera historia de Madrid, publicada en el año 1629 con el título de “A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid, Historia de su antigüedad y grandeza”.
Jerónimo de Quintana no escribió únicamente esta enciclopedia dedicada a Madrid, sino que fue notario apostólico del Santo Oficio de la Inquisición. Estuvo, asimismo, muy unido al Hospital de La Latina, fundado por Beatriz Galindo, del que fue rector y en el que finalmente falleció en el año 1644.
Hasta su historia de Madrid nos vamos y allí aparece, hace por tanto casi 400 años, la que probablemente es la primera referencia que se conserva a esta chanza, a la que ya podemos llamar clásica, sobre el Manzanares. Aparece en el capítulo 2 de su libro primero, dedicado al “Origen del río Manzanares, y fuentes que fertilizan este sitio”. Enseguida, mientras describe el origen y el recorrido del río, narra Quintana con belleza en castellano antiguo que adapto libremente para facilitar su comprensión:
“(…) Decía el Conde Juan de Rhebiner, embajador que fue del emperador Rodolfo II de Alemania, que era el mejor río que había en toda Europa, porque se podía en coche y a caballo ir por medio de tres y cuatro leguas sin peligro alguno, gozando de una y otra parte de amenos sotos y verdes alamedas, cuya frescura y el silencio de las aguas, con la suave armonía de las aves, que en su espesura se aposentan, no solamente deleitan y apacientan los sentidos, sino también recrean las potencias interiores y se desahogan tomando nuevas fuerzas los espíritus vitales. (…)”
Y de este modo, yendo a las fuentes clásicas y originarias de la ciudad de Madrid, cerramos satisfechos nuestras averiguaciones sobre el autor del muy antiguo y célebre chiste sobre el Manzanares, mejor río del mundo por ser el único navegable a caballo. Así se resolvió el enigma: fue el conde Juan de Rhebiner, embajador germano de Rodolfo II, según narra Jerónimo de Quintana, cronista de Madrid, en la primera historia escrita que se conserva de la Villa y Corte.
Estábamos tan contentos, cuando vino de nuevo el petirrojo a aguarnos un poco la fiesta a Paco y a mí, para lanzar la pregunta incómoda, la que no queríamos, agotados, hacernos, para la que en estos momentos no estábamos preparados: ¿Pero quién fue el esquivo Juan de Rhebiner?
Y nuestro alado amigo se fue volando.
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Santiago Gómez-Zorrilla
Muy buena y amena crónica histórica. Es verdad que tendrás que hacer un epílogo contando un poco la vida de Juan de Rhebiner, como te sugiere el petirrojo.
Muchas gracias, Javi! Se hará lo que se pueda!