Rosas y espinas
Descanso en un banco del Parque Asturias, en el barrio obrero de Covibar (Rivas). El cielo está plomizo y las alargadas ramas peladas de los árboles caducifolios acrecientan la sensación de frío. La cuadrilla de jardineras y jardineros almuerza al calor del cantón. Se lo han ganado y aún queda la segunda parte de la labor.

El crudo invierno madrileño, cada vez menos duro eso sí, sigue cumpliendo su función. La Naturaleza, también la naturaleza urbana, se aletarga, hace acopio de reservas para la primavera, que ya se atisba en los primeros brotes de los rosales. Pasadas las heladas más fuertes, es tiempo de cavar y podar rosales para que dentro de pocas semanas luzcan con bellas rosas y alegren el parque y el espíritu del paseante.
La Madre Tierra es sabia porque es eterna y por eso los grandes pensadores y filósofas la han observado y tratado de imitar en muchos sentidos. ¿Una vida plena es una vida feliz? Cada día más claro tengo que no. Una vida con bienestar y serenidad me parece un objetivo más dichoso y realista. Pero un bienestar profundo, del alma, de ese del que hablaba Epicuro en su Jardín, su escuela de filosofía. Epicuro, tan tergiversado por el cristianismo triunfante después, tan lejos del simple hedonismo con el que nos lo quieren equiparar. Ese hedonismo superficial que campa a sus anchas en la sociedad consumista actual. Hace poco que estoy descubriendo su figura y sus ideas y bien interesantes me están sonando. Prosigo el estudio. Volvamos a la vida feliz. ¿Acaso un árbol ofrece frutos todos los días del año?
Como decía Epicteto, esclavo griego en Roma y posteriormente liberto y maestro de filosofía de la Escuela Estoica, es absurdo pretender que una higuera dé higos en invierno, solo un loco busca higos en invierno.
Pero en esta sociedad tan poco acostumbrada a la filosofía y tan desapegada de la naturaleza y sus ciclos, nos empeñamos muchas veces en perseguir el absurdo. Así somos de absurdos en ocasiones. Nos enciscamos en lograr la felicidad, muchas veces sin trabajarla. Pero no es el momento de la cosecha, es época quizá de buscar sosiego y cultivar en silencio.
Recién termino el libro de Víctor Amat, “Psicología punk”. Un ameno tratado, escrito de forma clara y en ocasiones risueña, contra la perversión de la psicología wonderful, del positivismo ingenuo, que se empeña en tenernos felices cada día, todos los días, y encima te hace sentir torpe y culpable si en algún momento vital no eres capaz de ser feliz. Pues bien, es que hay momentos en los que uno no tiene que estar feliz, lo cual no quita para vivir emociones más incómodas, como la tristeza, la ira o el dolor, desde cierto punto de serenidad y equilibrio emocional. Ojo, hablamos de emociones incómodas de vivir, pero necesarias, tanto o más, como la mencionada felicidad. ¿Acaso no es de locos estar feliz a todas horas? Yo no quiero estar así de tarado, por favor, déjenme con mis momentos chungos que ya me apaño.

El equilibrio y la armonía, eso es lo que nos muestra la Naturaleza a poco que la observamos. La lucha de contrarios en un baile cíclico, sin fin, balanceado, circular.
En otoño e invierno los árboles de hoja caduca reservan los nutrientes que dan color a sus hojas, tiran la hojarasca vieja, amarillenta y parda, y hacen acopio de clorofila y otras reservas para pasar el mal momento del frío invernal. ¿Están parados? ¿Se han muerto? No. En esta época profundizan y extienden sus raíces y con la ayuda de algún jardinero o del viento y la nieve si la hubiera, se podan las ramas secas o tronchadas. Desechan lo que no vale, se limpian, y se preparan para el florecimiento de primavera.
La primavera llega, siempre llega, no hay dios que la pare. Aunque haya días fríos, días de perros, de cielos plomizos. Otra cosa es que la estación florida te pille más o menos cultivado y que por tanto puedas ofrecer más o menos flores. De las flores de primavera los frutos del verano y del otoño. Cada etapa tiene sus labores. Llegado el verano Epicteto será el primero en buscar y degustar los higos, sin duda, que para algo es un hombre cultivado. Pero en invierno el sabio heleno buscará resguardo en su hogar y en sus meditaciones.
En el Parque Asturias ripense, el arce negundo, el almez, el álamo blanco, la catalpa, el olmo, entre otros, nos recuerdan que estamos transitando una etapa de labores subterráneas, silenciosas, una época para la acumulación de reservas, de pocas flores y menos frutos. Se oyen ruidos de herramientas otra vez. Ya salen los jardineros y jardineras del cantón. Acabado el merecido almuerzo, vuelven a su laboriosa tarea. En primavera cuando admiren las rosaledas en flor, acuérdense de los trabajos de esta exigua cuadrilla en los días de hielo y poco sol, en los días de perros.
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Javier Prieto Sancho, estudiante de Filosofía
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Muy buen pensamiento filosófico, que razón tiene el artículo,nos estamos acostumbrando a querer que las cosas sean como nosotros queremos y nos olvidamos que todo tiene un proceso con sus cosas buenas y malas.
Exacto. Gracias por comentar, Fernando.
Javi, buena lección de Filosofía. Tus reflexiones son muy positivas aunque renuncien a la felicidad contínua , por otra parte irrealizable.
Gracias, Pedro
Gracias por tu lectura y tu comentario, Pedro. Aprendemos unos de otros en esta revista tan ecléctica.