Los Celtas Cortos celebraban este fin de semana con su público madrileño 40 años de música desde que algunos de sus miembros originales se encontraran en el Instituto Delicias de Valladolid alrededor de su interés común por el folk. Para tocar en el Palacio de Vistalegre de Carabanchel eligieron además una fecha tan simbólica para el grupo como es el 20 de abril y anunciaron que sería un concierto especial, lleno de amigos e invitados. El resultado fue un sorprendentemente rápido sold out para el 20 y la apertura de una segunda fecha para el viernes 19 de abril que, al menos en pista, también acabó consiguiendo el lleno. Y esto a pesar de que el precio de las entradas no era precisamente barato, con 38,5 euros para bailarlos y cantarlos a pie de escenario. Este éxito a nadie le hubiera sorprendido en los años 90, pero a día de hoy, después de tantos discurrires de la banda y de la vida, fue algo, para mí, que quiero mucho a este grupo, muy grato, una especie de reconocimiento justo del tiempo y la afición.
Mis expectativas para la velada eran pues bastante altas, aunque me hubiera dormido y no hubiera llegado a las entradas para el 20, sino sólo para el viernes 19. Por ahí siempre hay alguien que comenta: espero que no estén con el freno de mano echado, para reservarse para mañana. Si fue así, yo no lo noté, y los Celtas regalaron (es un decir) un concierto largo, de alrededor de dos horas y media, prácticamente del tirón. También en las conversaciones se especulaba sobre el público que nos encontraríamos: va a ser un geriátrico, se escuchó a alguien, por supuesto incluyéndonos a nosotros en el grupo de veteranos que previsiblemente compondría abrumadoramente el respetable. Pero ni tanto, porque siendo evidente que era un público maduro, me dio la impresión de que había no poca gente joven. Como aquel chaval con el que me tocó esperar turno en los baños, que había nacido en el año 1999, casi todo lo mejor de los Celtas ya cantado, y que les cogió el gusto de escucharlos en casa, de sus padres y que, de hecho, había venido a verlos esta noche con su progenitora. Supongo que habría unos cuantos así.
Lo tenían pues todo a huevo para salir por la puerta grande, incluida una generosa cobertura mediática. Jesús H. Cifuentes, vocalista de los Celtas, salió al escenario con una camiseta con la bandera palestina y la leyenda ‘Free Palestine’, como no podía ser de otro modo en estos terribles tiempos, en un gesto apreciable y coherente con la trayectoria del grupo. El público estaba entregado, con ganas de sentir y disfrutar a tope. Estaba todo a favor y el balón en el punto de penalti. Ya sólo faltaba meter gol y hacer el conciertazo. Y la pelota se fue fuera.
Muy a mi pesar, el concierto fue decepcionante, con un repertorio mal escogido, que no acompañaba todo el cuento del concierto especial, el 20 de abril y los abundantes invitados. No es que no cantara las preferidas mías o de cualquiera, lo que siempre va a suceder en conciertos de bandas con décadas de andadura, es que eligieron mal, sin que el concierto en ningún momento llegara a tener continuidad, ritmo e intensidad, sin que se sucediera un puñado de buenas canciones con las que encender y hacer vibrar al personal. Un concierto lleno de jarros de agua fría que impedían a cada rato que el caldo comenzara a hervir. La impresión que me dio es que era un concierto de su gira o su momento actual que habían sabido envolver a las mil maravillas con brillante papel de regalo. Maldito marketing.
Fue además, porque al fin y al cabo yo no sé mucho de música, sino de lo que me hace sentir, un concierto frío, sin emoción, sin apenas comunicación entre el grupo y la gente, con nuestro querido y odiado Cifu a su rollo, en su movida, como por otra parte es habitual. Los Celtas no supieron tampoco aprovechar la presencia de sus invitados, entre los que había gente tan potente como Miguel Ríos, Fito Cabrales y Rozalén, y tan prometedora como las Tanxugueiras. Todos parecían bailar en un extraño segundo plano que la verdad es que no era capaz de entender. Y el problema no era el público, que estuvo entusiasta y deseando venirse arriba en todo momento.
Últimamente me gusta fijarme especialmente en la canción de apertura de cada concierto, que en este caso siguió el guion previsible, pero siempre bien, de ‘No nos podrán parar’ (¡qué ganas teníamos de empezar gritando lo de Nacimos hace unos años en Pucela capital, nos llamamos Celtas Cortos y empezamos a tocar!). Los mejores momentos para mí llegaron con las lentas y esto también es un termómetro. Especialmente con “Lluvia en soledad”, cantada a dúo con Miguel Ríos en uno de esos momentos que ya valen un concierto. Al mismo nivel pongo a cuando apareció el carismático flautista Carlos Soto, que se fuera hace tantos años del grupo, para marcarse “Siempre tarde”, una canción preciosa del disco “En estos días inciertos…”. Ese reencuentro fue para mí el momento más emotivo de la noche, pero tampoco desde allí arriba se le dio el mínimo subrayado. Lo tenía que elaborar cada uno. Pareciera por momentos que nada debía brillar más de la cuenta. Con Carlos Soto nos acordamos de Nacho Castro o de Oscar García, entre otros, que también se quedaron pa atrás. Por cierto que de la formación clásica, que no original, quedan Jesús Cifuentes (guitarra y voz), Goyo Yeves (flautas, saxo) y Alberto García (violín y trombón), y yo también incluyo a José Sendino (guitarra), aunque quede fuera de las fotos oficiales. Por supuesto especial fue “La senda del tiempo”, cantada esta vez con Rozalén: jamás defraudará esta canción, cuántas veces todo, ¿no? Apareció por allí también el amigo Fito para sumar con guitarreo y voz, con “Retales de una vida”, el último gran clásico del grupo (2008).
Y así, entre fogonazos, buenas canciones, otras más discretas, fue pasando el tiempo, fue pasando la noche. Se escucharon temas de los últimos tiempos que han conseguido el favor del público, como “Silencio” o “Un millón de motivos”; volvió a sonar actual “El emigrante” y esto significa que hemos retrocedido, porque hubo años en los que parecía superada; clásicos como “Tranquilo majete”, canciones potentes que nunca fueron mayoritarias como “Legión de mudos” y otras tan simbólicas como “Hay que volver”. Me cuestiono y tal vez el mío sea sólo un problema de contexto, de demasiado contexto. O tal vez no. Fue objetivamente lamentable el pantallón que nos metieron en el tramo final para los agradecimientos, espero que esto, que no había visto nunca, no lo vuelva a ver: una pantalla con una voz enlatada y artificial dando las gracias a una serie de gentes. Ahí reconozco que acabamos abucheando, la verdad, fue largo y absurdo aquello, no nos lo merecíamos. Como el final, con “Cuéntame un cuento”, ¿nadie quiso pensar un poco esto? Fue la síntesis de lo vivido. Faltó emoción y creo que faltó cariño, pero allá en el escenario. En la pista sobraba.
Hasta la próxima, Celtas, espero que la haya.
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Santiago Gómez-Zorrilla
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Has clavado el artículo sobre el concierto, sabiendo reflejar muchas de las sensaciones que compartes en tu texto y además dando datos objetivos que lo enriquecen. Gracias por explicarlo tan bien.
Muchas gracias a ti, Alonso, por leer y por tus generosas palabras, amigo.
Santi