La llamada

Relato ganador del Certamen Literario Morata de Tajuña 2024 en categoría de la Comunidad de Madrid

La lluvia repiquetea en el alfeizar y salpica los cristales de la ventana. Isidro trajina en la cocina mientras escucha la radio en el transistor. Corta un puerro, lava una zanahoria que tiene tierra pegada del huerto, coge un diente de ajo de la alacena y con el aceite de oliva bien caliente en la olla lo echa todo a sofreír. Sus movimientos son lentos, pero seguros. Sus manos y piernas guardan la fuerza de décadas de trabajo en el campo y en el taller de la fábrica, bajo su arrugada piel.

La cocina no es grande y en ella se maneja sin bastón. La maldita artrosis que le hace cojear de la pierna izquierda no le da cuartel. Pero lleva la retranca con dignidad y estoicismo. La garrota, madera de olivo, tallada con cabeza de perro en la empuñadura por él mismo, aguarda junto a la puerta el paseo de Mapu.

La fiel pastora alemana descansa junto al fuego hasta que el anciano deje listo el cocido. Entretanto, con suerte, escampa.

            – “…Miles de refugiados palestinos huyen con lo puesto de las bombas del ejército israelí, sin saber a dónde ir…”

La radio descarga su cotidiana retahíla de malas noticias. Isidro recuerda su infancia, huyendo de otras bombas de la mano de su madre. Recuerda las sirenas antiaéreas y el olor a humanidad refugiada en los subterráneos del metro de Madrid, mientras aviones alemanes bombardeaban la ciudad republicana.

            – Otros tiempos. El mismo dolor. -murmura para sí y la perra lo mira como queriendo entender.

Escurre los garbanzos que llevan en remojo toda la noche. Añade al sofrito tocinos de veta y uno blanco, un chorizo y carne de morcillo.

            – El doctor dice que no abuse del tocino, Mapu. Pero del hambre de posguerra no nos decían nada, ni de trabajar como mulos… ¡diantres! En cualquier caso, a estas alturas de la película poco daño podrá hacer ya un buen tocino, ¿no crees? -el viejo sonríe al saltarse las recomendaciones de su médico de cabecera y la perra ladea la cabeza en su colchoneta tratando de descifrar a Isi.

Isidro se mantiene fuerte y toma las palabras del doctor a su manera.

            – Doctor, ¿sabe cuál es el problema? -le dijo al médico el otro día en consulta-. Que hoy hacen demasiados análisis y sacan hasta lo que uno no tiene.

Con el cucharón de madera remueve carne y hortaliza y cuando la primera ya está en su punto y la verdura está bien pochadita añade la legumbre, llena la olla con agua caliente para que hierva antes y pone la tapa.

            – Mapu, ¿dónde hemos metido el pitorro de la olla?

La perra levanta las orejas al oír su nombre. Isidro lo encuentra en el cajón de los cubiertos y pone el chisme. Baja el fuego al mínimo. Afuera comienza a clarear y ya solo caen cuatro gotas desde las copas mojadas de los olmos.

El abuelo se calza sus zapatillas camperas, apaga la radio, que no ha acabado de dar malas noticias, coge el bastón y se pone la zamarra para cuidarse del frío primaveral.

            – Vamos, Mapu, tenemos un ratito hasta que esté el cocido. Paseemos.

La chucha se levanta, menea la cola contenta y restriega su cabeza contra la pernera de Isi, mientras este le pone el collar y abre la puerta de madera. Mapu e Isidro se mantienen en forma mutuamente a sus 12 y 87 años. Los paseos diarios mantienen sanos sus cuerpos cargados de primaveras y achaques. Su mutua compañía los rescata de una soledad no elegida. Isi nunca ha comprendido a los viejos que apagan sus vidas en el bar del pueblo. Prefiere la cotidianeidad del bosque de ribera, el arrullo del río, sus ratejos de pesca y el trinar del mirlo al alba.

De vuelta al hogar, que huele a cocido rico, rico, Isidro seca las patas de la perra, apaga la olla y se calza las alpargatas de estar por casa. “¡Ring, ring!”. Suena el teléfono. Descuelga el auricular y una voz femenina lo saluda.

            Buenos días, papá.

            – Buen día, bonita.

            – Mamá ha preguntado por ti…

Un silencio se apodera de la casa. El teléfono mudo. Isidro meditativo. Hace mucho que no se han visto. Se amaron, formaron familia, vinieron problemas y se distanciaron y se tuvieron que olvidar. Él se fue al pueblo en la sierra. Ella se quedó en el barrio tratando de mantener a flote a su hijo. El sueño compartido se resquebrajó. Cada año dos llamadas mantenían una llama encendida. Por el cumpleaños de ella. Por el cumpleaños de él. No había navidades ni años nuevos entre ambos. Solo dos llamadas. Tampoco visitas, pues eran demasiado dolorosas. Hasta que las llamadas dejaron de tener sentido.

            – Papá, ¿sigues ahí?…

            – Sí.

            – Mamá ya no nos reconoce. El alzheimer tiene su cabeza como un queso gruyere. Ya no se levanta de la silla. A duras penas se hacen con ella en la residencia para el aseo y las comidas, pero ayer preguntó por ti… Quiere verte.

            – Lo dudo. No quiere verme desde que murió Toñín. Siempre me culpó.

            – No te culpó, pero no entendiste cómo afrontó el problema.

            – Tu hermano nunca encaró su vida y tu madre no le ayudaba dejándole hacer. Toñín era un bala perdida.

            – Tu hijo era heroinómano y mamá se comió sus monos y sus cárceles sola, mientras tú andabas en tu sindicato y tus luchas -le recrimina su hija, Ana.

Un silencio incómodo atraviesa el hilo telefónico.

            – Papá, perdona. No quería decir eso.

            – Pero lo has dicho…

            – ¿Vendrás a verla? Por favor.

¿Cuántos años de regreso? Alegrías y penas pugnan por salir de su corazón. Baja la mirada y controla sus emociones. La ve sentada en una silla de ruedas. La mirada perdida. Sus ojos verdes han perdido brillo, pero siguen igual de hermosos. El pelo blanco, bien peinado, cabellera corta a la altura del cuello. Las manos en el regazo. Manos que nunca pararon. Mirada que nunca se perdió.

Ha venido a verte alguien, madre.

            – ¿Tú quién eres, guapa?

            – Soy Ana, tu hija.

            – Anda, anda… ¡no digas tonterías!, mi hija vas a ser…

Isidro avanza apoyado en su garrocha. La maldita artrosis no da tregua. La cabeza tristemente lúcida.

            – ¿Cómo andas, Amanda?

Ella gira la cabeza con su melena cana y clava sus ojos claros en el anciano que acaba de llegar.

            – ¡Qué guapo estás, Isi! Has tardado mucho en volver hoy de la fábrica. Si hace bueno damos un paseo por el parque y nos contamos la mañana. Llevo todo el día sin parar…

            – Claro -y una lágrima resbala por la curtida mejilla de Isidro. Tuve asamblea del sindicato, por eso he tardado.

            – Tengo malas noticias. Han detenido otra vez a Toñín. Dicen que atracó una farmacia… No sé qué hacer con él.

            – No te preocupes, chiqui. Yo me ocupo esta tarde. Iré a la comisaría. A ver si conseguimos que lo suelten y se ponga con el programa de rehabilitación.

            – Seguro que todo irá bien. Toñín tiene buena madera, aunque esté perdido.

            – Seguro, cariño. Todo irá bien.

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Javier Prieto Sancho

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18 Replies to “La llamada”

  1. Me ha encantado el texto. Está sensibilidad pegada a la tierra que rezuma y ese final que viene a enmendar el otro final, el de antaño cuando Isidro y Amanda andaban en luchas tan distintas que acacias por alejarlos.
    Enhorabuena, Javier. Un beso

  2. Enhorabuena Javi.
    Me ha emocionado enormemente el relato
    lleno de sentimientos y sensibilidad,me hace pensar en lo que es el final de la vida y como hay que adaptarse y recuperar sentimientos perdidos.
    Gracias por estos buenos momentos de lectura.

  3. Qué bonito y emotivo relato, qué bien escrito, da gusto deslizarse por esas palabras y dejarse llevar, breve pero intenso, hay tema para una novela!!!

  4. Gracias Javi!!
    Me sentí Isidro…. Mapu, Ana e incluso Amanda…
    Leerte siempre me hace viajar a recuerdos bonitos.
    Me emociono mucho tu relato! ¡
    Enhorabuena por el reconocimiento!

  5. La enfermedad de Amanda ofrece a Isidro el regalo de este encuentro-acercamiento para vivir la ilusión de cambiar aquello que siente allá en el fondo que pudo hacer mejor, de afrontar los problemas de otra forma, sus relaciones, la vida.
    La lectura de la sola posibilidad de poder enmendar errores del pasado de esa manera tan natural, inocente y espontánea, me ha emocionado repentinamente. Gracias, Javi, y enhorabuena de nuevo.

    1. Los errores del pasado son más fáciles de enmendar a posteriori. Pero precisamente es errar y reflexionar sobre lo hecho lo que nos da una nueva perspectiva de las situaciones pasadas.

      Gracias por tu lectura y tu reflexión. Pasa buen día, Puri.

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