Salvavidas

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Salvavidas

El agua estaba fría, aquella tarde de verano iba ser mi punto y aparte. Quería encontrarme con la muerte, llamar a su puerta y practicar previamente uno de los posibles desenlaces que bailaban en mi mente desde hacía meses. No es nada fácil elegir cómo quieres hacerlo, tienes que tenerlo todo muy controlado para que el corazón deje de bombear dejando en silencio las burbujas. No voy a fallar, nunca lo hago, pero para llegar ahí siempre hace falta un ritual, practicar y practicar para llegar a ser la mejor y conseguir tus objetivos –decía siempre mi padre exigiendo hasta mi último aliento.

Había elegido el día, la hora, la posición del sol, el peinado y la ropa que iba a llevar. Si quería simular el desenlace de mi propia vida tendría que probarlo antes, los errores se pagan, resonaba esta vez el mandato de mi madre. Atado y bien atado, prueba y prueba hasta que lo tengas, que nadie pueda venir en tu ayuda y controla todas las variables.

Esta es la decimonovena zambullida y la penúltima inmersión a la muerte. Vuelvo a estar sola, no hay nadie que me vea, es la hora de la comida que acaba en una buena siesta. Y la zona del valle durante esta época es un páramo silencioso, un refugio donde no ser vista y poder dar rienda suelta a toda esa rabia y vergüenza que me arde por dentro. Ojalá esa llama que llevo se apague mojada y me devore las entrañas inundadas.

Todo ha salido como me lo había imaginado, repito cada movimiento y desmiento ese refrán que dice no hay dos días iguales, yo, ya llevo casi veinte. Lo más importante son las sensaciones, me obligo a no respirar, notando cómo mis pulmones se hinchan hasta casi perder el sentido. Me gusta esta sensación, me siento libre de mis pensamientos rumiantes y es en ese instante cuando vuelvo a la vida entre burbujas, mojada y fría.

Tiritando y exhausta mi cabeza sobresale del agua, miro al cielo y dejo que sol me abrase con sus rayos, me hago la muerta y respiro angustiada durante varios minutos hasta recobrar una expiración tranquila. Me dejo llevar por la corriente hasta que toco suelo y camino sobre la tierra mojada llena de algas pegajosas.

La rutina termina y me agarro a esa rama larga en la orilla para subir la pendiente. Me agarro igual que me agarré ayer a Luis como a un bote salvavidas. Ya sé que uno se enamora cuando no es feliz y en esas estoy yo ahora mismo, necesitando cualquier estímulo que consiga mantenerme a salvo.

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Rafa Ramos Claudio

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2 Replies to “Salvavidas”

  1. Qué importante buscar los sentidos de nuestras vidas, ¿verdad? Esos salvavidas que no te dejan ahogarte. Dicen que Víctor Frankl, ejerciendo de terapeuta, preguntaba a sus pacientes: «Y usted, ¿por qué no se suicida?…» En sus respuestas hallaba parte de su sanación.

    Inspirador tu relato, Rafa.

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