En este final atípico de invierno en Madrid, por la insistencia de la lluvia, no habrá pasado desapercibido para el paseante el espectáculo anual de los primeros prunos en flor. Porque antes que las golondrinas y que las violeteras, son ellos quienes anuncian la llegada de la primavera en nuestra ciudad, habitualmente con bastantes semanas de antelación con respecto a lo que dicta el calendario.
De improviso y durante apenas unos cuantos días, se produce su explosión de flores blancas y rosadas, llevando la belleza hasta todos los rincones de la ciudad, incluidos los más olvidados, los más abandonados por mandamases y administradores de la moderna Magerit. Poco después, está pasando ya, en el suelo, alrededor de su tronco, se formará un gran charco de pétalos caídos, recuerdo de su efímero pero seguro y puntual esplendor. Entonces, rápidamente, sus ramas sustituirán sus flores por hojas, verdes, granates, púrpuras, tras la desnudez del invierno, y el ciclo de la vida continuará su curso.
De la familia de las Rosáceas, actualmente se estima en alrededor de un centenar las especies del género Prunus, árboles y arbustos, entre los que se incluyen los almendros, los cerezos, los ciruelos y los melocotoneros. El género Prunus fue descrito por el botánico y naturalista sueco Carl Nilsson Linnaeus, conocido en estas latitudes como Carlos Linneo, quien lo incluyó en su Species Plantarum en 1753, obra fundamental en la historia de la botánica, que incluía las cerca de 6.000 especies conocidas en ese momento y establecía la forma científica de llamar a las plantas, a través de un sistema de nomenclatura binominal (por medio de dos nombres), que continúa vigente a día de hoy.
Y hasta aquí, el último capítulo del Madrid Natural del Perro Paco.