Pasear por esta ciudad por la noche. Escapar de las calles principales, para atajar, para huir del gentío, para encontrar ese sitio que no conocemos pero que seguro que aparecerá detrás de cualquier esquina.
Hace buena noche, no es necesario abrigarse. Te diría que si vienes conmigo lleves calzado cómodo, un bolso no demasiado pesado y si lo necesitas, un pañuelo al cuello. Esta noche me apetece andar rápido, con buen ritmo, y hace calor como para llevar chaqueta. A veces paseo con mi sombra, yo solo tirando del impulso andarín de mis zapatos; pero otras sí que me gusta ir acompañado de alguien con ganas también de andar y sin que saque a relucir todas las desventajas de esta ciudad grande, mas bien que sepa disfrutar de sus miles de cualidades. Venga, pasea un rato conmigo, todavía no es muy tarde.
A estas horas nocturnas se pasea bien por Madrid. Terrazas coloridas, gente tomando algo, calles medio oscuras, conversaciones cazadas al vuelo. Momentos para hablar, contarse cosas, caminar juntos, reírse de tonterías, dejar escapar un secreto a medias y no querer contar la otra mitad porque nos da vergüenza. No insistas que no te lo cuento.
Por momentos andar pegados, rozándose al caminar o al dejar pasar a alguien en la misma acera. En otros ratos, andar juntos pero un poco más alejados, uno delante del otro. Esperar si te quedas delante de un escaparate mirando a su interior, avanzar unos pasos para alcanzarte si he sido yo el que me he rezagado. Mirarse a los ojos y luego pasar ratos largos sin mirarse, pero sin parar de hablar, haciendo compañía al dialogo compartido.
Bromear, darte un leve empujón o soportar un golpe que me das por haber dicho algo demasiado pasado de rosca. No ir a ningún sitio en concreto pero pensando en varios a la vez. Observar, sin poder evitarlo, a la gente que se cruza por nuestro camino. El grupo de amigos que hablan en voz demasiado alta, la pareja que no habla pero viene cogida de la mano, la señora que ha bajado en bata y zapatillas a tirar la bolsa de la basura, la persona solitaria que va deprisa porque llega tarde a algún sitio o esa otra que va pensativa mirando al suelo, seguramente ya camino de su casa. Sonreír por el niño que regresa a su habitación dormido en los brazos de su padre, o escapar de la juerga de esos turistas que ya andan más que bebidos a estas horas que todavía no son tan canallas como para haberse emborrachado.
Pararse delante de la puerta de un bar y proponer entrar para tomarse una cerveza en la barra, parece que tienen buena música. O mejor hacerlo en esa cafetería en penumbras, sentarse en una mesa del fondo y tomar algo con más calma, para estar allí un buen rato y descansar de la caminata.
O sin entrar en ningún sitio. Pararse en la calle, sentarse en un portal, en unas escaleras, en un lugar acogedor como un banco en una plaza. Un portal del barrio de los Austrias, las escaleras del Reina Sofía, un banco de los jardines de Sabatini, el borde de la fuente del templo de Debod. Sentarse en la plaza del Dos de Mayo, con ese mercadillo y las terrazas de los bares. Acordarme de que aquí viví hace unos años, compartir un rato con los vecinos y sentirme de nuevo un poco habitante del lugar aunque ya no sea mi barrio.
Que la conversación gire sobre cualquier tema. Libros, canciones, películas, viajes, personas conocidas o que creemos conocer. Sin guión ni argumento ni planes que la manejen. Dejarse llevar por una frase, por una sensación y contarlo para que el otro reaccione. Hablar por hablar y escuchar por escuchar.
Oler la noche. Pensar que está bonita y decirlo en voz alta. Entonces descubrirla allí, de repente, sin habernos dado cuenta antes, ver que entre unos edificios no demasiados altos, aparece una luna llena muy clara, brillante, redondísima, espléndida. Saber que ella tiene mucho de culpa de que ésta sea una noche especial.
Puedo ver esa luna ahora mismo desde mi casa. Desde dónde estoy escribiendo estas líneas. Solamente tengo que girar la cabeza hacia mi izquierda y mirar a través de la ventana para comprobar que allí enfrente está la luna llena adornando el cielo. Si me vuelvo a girar hacia la posición inicial, si vuelvo a mirar a esta pantalla, puedo intentar sacudirme las ganas de salir corriendo de mi casa. Respirar, centrarme un instante más en lo que hago y acabar esto que me puse a escribir pensando en cómo quisiera dar, ahora mismo, acompañado por ti, un paseo imaginario por las calles de Madrid.
.
Alonso Expósito
Me he reconocido en cada párrafo durante mis años madrileños. Nostalgia a borbotones.
Me gusta saber que un texto que considero tan personal te haya hecho reconocerte y hacerte sentir nostalgia de Madrid. Es un gran halago que hayas tenido esas sensaciones. ¡Gracias por compartirlas!