Reflexiones sobre «Cultura ingobernable», de Jazmín Beirak

Reseña del libro de la autora madrileña, hija de exiliados argentinos, Jazmín Beirak (Madrid, 1978), licenciada en Historia y Teoría del Arte. En «Cultura ingobernable», la autora hace un repaso a través del término, tirando de fuentes y autores, reivindicando una cultura comunitaria para todes, de base, popular y cotidiana.

«Cultura ingobernable». Jazmín Beirak. Editorial Ariel.

En esta reseña, resalto algunas de las ideas en torno al trabajo de la autora y las posibilidades de llevar a cabo una política cultural comunitaria en la ciudad de Madrid alejada de los centros económicos gentrificados y de los escenarios de la opulencia del consumo por consumir.  

Un recorrido histórico por la concepción de cultura

El origen de la palabra cultura se encuentra vinculado a la práctica del “culting” o el cuidado de la tierra derivado del vocablo latino colere, en cuyo amplio campo de significados se encuentran las palabras «habitar», «cultivar», «proteger» u «honrar con adoración». Un término muy arraigado a la tierra, al conocimiento a través de la experiencia, la sabiduría mediada por el cuidado del otro.

Con posterioridad, y desgraciadamente, su significado pasó a usarse en sentido figurado, como cultivo del alma (agri-animi), que constituye la concepción característica de la Francia ilustrada. El término culture quedó asociado a la idea de civilización por oposición a aquellas sociedades que, aunque no lo eran, se consideraban bárbaras e incivilizadas (y que, en tanto tales, debían ser dominadas). La cultura se desarrolló como un mecanismo civilizador de las identidades de los pueblos indígenas u originarios, asociando el conocimiento al expolio, conquista y sumisión de unos pueblos hacia otros.

El romanticismo alemán, por su parte, dio inicio a otra genealogía del término que rechazó esa visión universal de la cultura y defendió, en cambio, su dimensión particularista. Asociando el término kultur a la identidad particular de los pueblos, siendo uno de los sustentos sobre los que se construyeron los Estados nación. Arraigando la idea de nación a la cultura en contraposición y diferenciación hacia el otro. La cultura y sus significados no son vocablos baladís, como dice la autora, el campo artístico es un dispositivo socializador del que burbujean nuestras emociones, y que establecen y regulan la forma en la que nos relacionamos, el campo en el que se transmiten, reproducen y producen nuestros deseos, leyes y prácticas desde los cuales se generan las estructuras del sentimiento y del pensar.

Jazmín nos cuenta que “La cultura es por su propia esencia, un territorio de comunidad. Las experiencias, las prácticas y los artefactos culturales tienen el efecto fundamental de conectarnos con los demás de formas diversas y variadas, en los planos simbólico, material, afectivo y corporal. Puede ponernos en la piel de otras personas a través de ficciones y relatos, y puede ponernos a hacer cosas con esas otras personas, cosas de carácter tan distinto como organizar una feria literaria o sincronizar nuestros cuerpos en una pista de baile. Todas esas vivencias culturales compartidas ensanchan nuestros márgenes de posibilidad de habitar y transformar el mundo colectivamente.”

Sobre el derecho a la cultura

Como lo expresa Patrice Meyer-Bisch, los derechos culturales funcionan como una palanca del resto de los derechos. El ejercicio de los derechos culturales despliega toda una serie de capacidades para expresarse, enunciar, conectarse con los demás que son condición necesaria para hacer frente a la consecución del resto de los derechos. De ahí la gran importancia de crear políticas culturales comunitarias, que permitan el protagonismo a pie de calle, un pistoletazo para despertar la participación y sin darte cuenta convertirte en actor político de tu comunidad, exigiendo derechos y haciendo política a través de la cultura.

Esto es pura magia: “Si el individuo, solo y en común, reconoce y ve reconocidas sus capacidades a través de los posibles vínculos con los recursos de su entorno, entonces los demás derechos humanos se vuelven inevitables”.

Cuando se reconoce el derecho a la cultura, se está reconociendo la posibilidad de construir un lugar de enunciación, de intervención en el mundo y de representación que contribuye al fortalecimiento de otros derechos. Los derechos culturales no tienen que ver exclusivamente con el acceso o la producción de artefactos culturales (de famosos), ni tampoco con la posibilidad de manejar una serie de lenguajes artísticos (de una elite cultural); tiene que ver con la posibilidad de adoptar una posición en el mundo que tenga capacidad de agencia para intervenirlo y transformarlo.

«Por eso la cultura es en este siglo, es uno de los campos privilegiados desde los que esperar una verdadera profundización democrática y construir un orden social alternativo. Son las políticas culturales las que pueden contribuir de una manera esencial a la lucha contra la desigualdad y a la ampliación de derechos y las oportunidades de la gente». Un ejemplo, podría ser, la creación de artefactos culturales que posibiliten relatos de clase donde sus protagonistas no sean ricos y de buena familia, sino de clase trabajadora, de barrio, con problemas reales y cotidianos generando otras narrativas comunitarias y creando escenarios de posibilidad frente a las desigualdades de clase de las y los madrileños.

«El Ser, el universo, todo está conectado y es cambiante. La experiencia es la base y las creencias en base a la experiencia nos van conectando con nuestros cuerpos, que a su vez son generadores de cultura y acción política. O como dice la investigadora Ivana Bentes, la cultura está en el centro de la resistencia hacia otro modelo de desarrollo y radicalización de la democracia.»

Ante esta situación, ya sea mediante las grandes historias o las pequeñas, debemos movilizar esfuerzos para crear espacios propicios fuera del alcance capitalista que creen imaginarios comunitarios que conecten nuestros cuerpos y experiencia contra la desigualdad, la acumulación capitalista, el ombliguismo, el efecto rentista, el ego, el poder, así como todas las formas de dominación.

«El antropólogo Arjun Appadurai afirma que el capitalismo contemporáneo utiliza la imaginación como medio y como lugar fundamental de disciplinamiento de la ciudadanía contemporánea». Construyendo nuestros deseos, leyes y practicas, aceptables o no, en base a sus fines y tratándonos a lo largo de la historia como a sujetos moldeables, ya sea como a esclavos, mano de obra, consumidores y mercancía o producto.

La cultura y la experiencia de lo común

Cambiando de tercio, y ejerciendo el derecho a la cultura como fuente creadora de mundos inimaginables, encontramos conceptos para poner en práctica en nuestras bibliotecas u otros espacios, como las “agendas de fraternidad”: conjunto de actuaciones públicas y prácticas sociales que fomentan la interrelación y la mixtura social en la vida cotidiana. A través de la cultura, las personas se reúnen no por lo que son, sino por lo que quieren hacer, por la afinidad de sus aficiones, sus gustos o sus inquietudes. La cultura abre el espacio para una experiencia de lo común enmarcada en contextos de identidades menos inamovibles y jerarquías más flexibles, posibilita el encuentro entre personas llegadas de distintos ámbitos, que probablemente ni se conozcan, pero con un interés común les permite, a partir de los afectos y conflictos que se despliegan en su dedicación a este interés, aprender a construir significados colectivos, a autorregularse, a autogestionar, a vivir en comunidad.

A menudo, cuanto más se hace política es precisamente cuando no se está hablando de política. Porque ya sabemos que cuando alguien usa el termino apolítico, lo hace como dicen en el fragmento de la película «La escopeta nacional», de Luis García Berlanga:

– Así que usted políticamente, no está comprometido.

– Apolítico, total. De derechas como mi padre.

La cultura es, como veremos, esa fuerza movilizadora de identidades, de memoria, cohesión social y por tanto construcción de ciudadanía.

Estar vivo, nos dice la autora, es por definición estar incompleto, un anhelo constitutivo del ser humano. La cultura no es otra cosa que lo que hacemos y experimentamos en el día a día. La experimentación a través del cuerpo que construye conceptos mentales traduciendo las señales corporales.

El libro aboga por unas prácticas culturales no restringidas solo a especialistas o profesionales. Entendiendo como cultura comunitaria, a cualquier práctica artística y desde comunidades en procesos creativos de carácter colaborativo y transformador. Y que esos procesos impidan la expulsión del tejido vecinal a través del aumento de los precios de la vivienda… Necesitamos políticas diseñadas específicamente para abrir el espacio de lo cultural, extraerlo de su ensimismamiento y permitirle recobrar su potencial de intervención en lo común.

El problema surge cuando la acción pública en cultura deviene exclusivamente en política urbanística, exterior o financiera… Cuando la energía, la atención y el presupuesto de las políticas culturales se destinan a construir grandes equipamientos, producir grandes eventos de marca ciudad o desarrollar circuitos artísticos-turísticos, simultáneamente se están soslayando las políticas orientadas a profundizar en su democratización.

Jon Hawkes, autor del libro «La cultura, el cuarto pilar de la sostenibilidad», destaca el papel esencial de la cultura en la planeación pública.

Aunque la realidad, es que, la administración pública no está preparada para la experimentación, investigación y exploración que conlleva el trabajo creativo. En general, su estructura está formada por departamentos muy jerarquizados y poco permeables y sus procedimientos tienen una serie de obstáculos que ralentizan la vitalidad y práctica creativa. Dado que no es competencia de la institución decidir lo que tiene cabida o no culturalmente, no le corresponde validar o sancionar lo que las personas y las comunidades hacemos en el terreno artístico y cultural. Deben crear las condiciones para que los proyectos culturales de la sociedad puedan llevarse a cabo.

En cuanto a las llamadas guerras culturales, la hegemonía de la derecha en el campo de la cultura se concreta más bien en el tiempo que lleva externalizando a grandes empresas la gestión de los equipamientos culturales públicos generando tedio, sumisión y homogenización artística.

Estrategias para construir desde la cultura una sociedad mejor

La cultura no puede ser otra fuente de exclusión, entendida como un privilegio y por lo tanto como un lujo y no una prioridad. Hoy tenemos unas políticas públicas que se han dedicado a dinamizar sectores que podían extraer un beneficio económico, a la satisfacción de consumo de quienes ya tenían medios para ello.

Para que la cultura contribuya a la construcción de sociedades más justas, debemos recuperar estas estrategias: descentralización, participación, proximidad, desborde, desterritorialización, cooperación y diversificación de los agentes. La descentralización no debe ser un mero traslado de la oferta desde el centro a las periferias. La participación sirve para vivificar la ingobernabilidad como síntesis, recursos y estrategias. Refuerza los vínculos. Por un lado, están los colectivos y profesionales y, por otro lado, personas anónimas. Posibilitando las capacidades de lo anónimo en palabras de Ranciere. Es decir, posibilitar la participación y autoorganización de las personas, en principio desagregadas.

La cultura es fundamental en la construcción de unas sociedades mejores, más justas y democráticas, pero no es un objeto mágico que, por su sola evocación, vaya a transformar de forma automática nuestra realidad. La cultura lleva en su propia naturaleza la desestabilización de las sociedades.

El concepto sufragista, de queremos el pan y las rosas, sería algo así como, necesitamos comer y necesitamos la belleza de la vida. En este caso, la cultura son las propias semillas de la planta. La cultura es a la sociedad lo mismo que la flor a la planta. Lo importante de una flor no es su belleza. Una flor es portadora de las semillas de las que surgirán nuevas plantas. Lo importante de la flor no es que nos permita el placer de mirarla, sino que posibilita la perpetuación de la vida. La cultura no es solo belleza, es que mantiene abierta y en tensión permanente la construcción de significados compartidos. Que se puedan seguir contando historias, que es lo que nos permite seguir vivos y en movimiento.

En definitiva, lean este pedazo de libro de menos de 200 páginas, que puedes encontrar en las bibliotecas públicas, en las librerías de barrio…

La cultura tiene propuestas para reforzar los vínculos comunitarios, de desplazar el canon economicista como medida del mundo y de poner en el centro la buena vida y el lujo público y comunal.

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Rafa Ramos Claudio

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One Reply to “Reflexiones sobre «Cultura ingobernable», de Jazmín Beirak”

  1. Buena reseña de un interesante libro, parece. Muy interesante el concepto de desarrollar una cultura colectiva, propia, por parte de los de abajo. Antaño se hacía, pero el capitalismo nos hizo consumidores, también de ‘cultura» y nuestra identidad se difuminó. Gracias, Rafa.

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