Madrid será la tumba del fascismo. Concierto de Fermín Muguruza 15/02/2025

Quedarse a vivir en el akelarre antifascista de Fermín Muguruza en Madrid

Hay conciertos en los que uno se quedaría a vivir. Esta afirmación, que a muchos les podrá parecer exagerada o incluso idiota, tiene que ver con lo que te hace sentir un concierto mientras dura. Con lo que te hace conectar. El concierto que se vivió (que viví) este sábado 15 de febrero en el Palacio de los Deportes de Madrid (a la mierda ya con las corporaciones que cualquier día se atreven a ponerle su nombre a nuestra madre) fue una de esas ocasiones. Estoy hablando de la noche que durará años, según las propias palabras del músico vasco, que nos ofrecieron Fermín Muguruza y toda su banda.

Las expectativas eran muy altas y todas las superó. Fermín está celebrando 40 años de música con una gira que ya ha pasado por Bilbao, Tenerife o Barcelona y que le ha de llevar a París, Berlín, Roma, Buenos Aires, México, Montevideo o Tokio, por citar sólo algunas de las escalas de este viaje. Una pasada que, como toda su carrera, no será televisada. No importa. No le hace ninguna falta.

La honestidad del artista. Nos había prometido un concierto que repasara esas cuatro décadas de música y nos dedicó tres horas a un ritmo frenético, sin prácticamente tomar aliento, repasando tema tras tema, golpe a golpe, una buena colección de sus grandes canciones, entre ellas un puñado de himnos, con Kortatu, Negu Gorriak y todos sus posteriores proyectos firmados con su nombre, aunque nunca en solitario. Tres horas para gozar, para no parar de bailar y ser feliz en buena compañía. Una noche de renunciar al móvil, para qué voy a grabar nada, si tendría que grabarlo todo. Para qué perder el tiempo en registrar o difundir si lo puedo vivir. Comprometido, con su legado, por supuesto con su gente, sin guardarse nada, sin escamotear ni un ápice de energía ante su público madrileño. Creo sinceramente que esta gira de Fermín Muguruza es un regalo, el mejor regalo, del irundarra a su público por todo el ancho mundo. Quién sabe si será de despedida, esperemos que no, pero la noche del 15 de febrero en el Palacio se nos quedará bien grabada en la memoria de quienes estuvimos allí.

El akelarre. Muguruza había prometido que la noche sería un akelarre antifascista y esto, que a unos cuantos les hará torcer el gesto, fue exactamente lo que ocurrió en Madrid el pasado sábado. Porque Fermín Muguruza es un militante que ha hecho de la música y la cultura su campo de batalla, su línea del frente. Y en nuestro querido Madrid, qué duda cabe, estábamos muy necesitados de este akelarre, de esta reunión de más de 14.000 brujas y otros seres endemoniados para conjurarnos contra la bestia amenazante del fascismo, pero también contra la hegemonía neoliberal desbordada en nuestra ciudad y contra esa alianza perfectamente engrasada entre la una y la otra que personifica la diva pop del trumpismo patrio.

El mapa de Fermín. Fermín Muguruza es, y siempre ha sido, un abertzale orgulloso que, ahí cortocircuita todo, ha sido capaz en todos estos años de mover multitudes en la capital del reino, en el corazón de la bestia, en la ciudad del Perro Paco. Su estación de radio emite desde su Euskal Herria natal y vital, pero lo hace con sonido nítido y rotundo para todo el mundo, trazando un mapa con todos los nombres, con todas las batallas y las causas, dibujando los caminos y los puentes, generando sintonías, un mapa nuevo que incorpora a cada rato nuevos puntos de conexión, un mapa que se expande, confederando resistencias y despreciando, con la fuerza de su mensaje de respeto y unidad, las rémoras que tan bien conocemos de la división, el cainismo y la insidia. Y en ese mapa, que ha sabido recorrer con sus propias botas, también está Madrid, por supuesto, con su pancarta del ¡No pasarán! saludando la entrada a la Plaza Mayor por la calle Toledo en 1937; está Carlos, el joven antifascista que fue asesinado plantando cara a los nazis en el metro de Madrid en 2007 y está Lucrecia, la mujer dominicana, migrante, pobre, que fue asesinada por la misma gentuza en Aravaca en 1992. Tuvo que venir el amigo Fermín el pasado sábado a a ponernos sobre fondo negro y letras blancas: Madrid será la tumba del fascismo. ¡Recordadlo ya, hostias, creéroslo de una vez!, pudiera haber añadido, pudiera haber sido el texto oculto que, elegante, no nos recriminaba directamente, sólo nos zarandeaba.

Porque no nos engañemos, estamos noqueados en este momento, estamos tambaleándonos, hay gente que la está peleando, seguro, no se den por aludidas quienes no deban, pero lo cierto es que en este momento el pulso no parece que lo estemos ganando, ni en Madrid ni en el mundo. Nos hemos caído en un pozo, nos hemos enredado en una maraña viscosa, se nos han metido dentro los valores neoliberales, nos dividen y si no, nos dividimos; nos odian y además, nos odiamos; nos hemos creído que luchar es publicar un post en las redes sociales que tenga muchas interacciones y organizarse estar en un grupo de whatsapp de ingenioso nombre. Nos hemos creído que todo es comunicación y efímero impacto; argumentario y representación; que se puede construir o destruir algo sin cansarse, sin sacrificio, sin disciplina y sin perseverar. Nos hemos creído, se nos ha metido en el flujo sanguíneo por el aire que respiramos o a través de invisibles microplásticos, la idea dominante de que cada cual se labra su futuro, obtiene lo que se merece y de que lo colectivo es una palabra vieja, en desuso, medio inútil, que sólo tiene sentido como fotografía, o película, de homenaje en papel asalmonado y sacando réditos de la nostalgia. Nos creímos que la batalla cultural la teníamos tan ganada que no íbamos a dedicarnos, que no íbamos a rebajarnos, a librarla con la escoria, y las tornas han cambiado.

Abrazo de Fermín Muguruza y Begoña Bang Matu
Abrazo entre Fermín Muguruza y Begoña Bang-Matu

Reconexión. Mientras no parábamos de sonreír -no había más que mirar las caras alrededor-, mientras nos recorrían de la cabeza a los pies todas las canciones, reconectábamos a Sandino y Mandela; saltábamos de Palestina a Congo; honrábamos a Aitor Zabaleta, con su nombre coreado en Madrid 26 años después, a los 7.291 de nuestros mayores que murieron abandonados en las residencias madrileñas sin derivación hospitalaria por los protocolos de la vergüenza durante la pesadilla del covid y gritábamos por la libertad de las 6 de La Suiza condenadas a prisión por hacer sindicalismo. En las pantallas, mientras tanto, no cesaba la permanente artillería audiovisual marca de la casa con la que facilitarnos los desplazamientos en este viaje de vida y luchas. Y nos emocionamos, claro, con el homenaje de Fermín a su hermano Íñigo Muguruza, músico, componente de Kortatu, Negu, Joxe Ripiau, Sagarroi, fallecido en 2019, o con el regalo del bertsolari Jon Maia al Foro, atreviéndose a improvisar por primera vez sus versos de resistencia en castellano.

Y quiso la casualidad, qué va, no fue casual sino causal, que de pronto me vi compartiendo esta noche tan especial con viejos amigos y compañeros de otros tiempos con quienes forjamos sueños y proyectos de cambiar todo empezando por lo que nos rodeaba, que acabaron por apagarse o difuminarse, pero que quizás fueron -fuimos, creamos- también algunos pequeños puntos de conexión, minúsculas aldeas, barrios, calles de ese mapa, que aún enterradas por arenas, vientos, mares, años, silencios, dejaron su relieve, sus huellas, sus semillas. Nada desaparece del todo. Seguro no fuimos los únicos. Es cierto que era lugar común en el concierto la cantidad de gente que conocíamos, en un plural que no es gratuito ni grandilocuente porque afectaba a todo aquel con quien te encontrabas y cruzabas cuatro palabras. Es cierto que estábamos todos, o casi todos, pero en realidad eso es poco. Es cierto que había un indudable sesgo generacional, de amplio recorrido, sí, pero en cualquier caso definido, no infinito. Pero sí siento de veras que el akelarre de Muguruza en Madrid fue tremenda ocasión para la reconexión colectiva, con lo que somos, con lo que fuimos, con lo que quisimos, queremos, podríamos… ser. Fue una invitación, una sacudida, para continuar la conversación, el trabajo, el baile, la pelea, desde la alegría, sí, pero también desde el deber, la convicción de que es eso o la nada, o la barbarie. Y bueno ¿A qué estamos esperando entonces? ¿Retomamos la faena o qué? El temblor es que para las nuevas batallas necesitaremos más fermines o tremendas jaurías que nos reúnan para danzar y darnos todo el subidón de energía rebelde para combatir la injusticia, la desmemoria, la indiferencia, la tiranía. Necesitaremos más, pero no es nada fácil relevar a los extraordinarios.

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Santiago G-Zorrilla Sánchez

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6 Replies to “Quedarse a vivir en el akelarre antifascista de Fermín Muguruza en Madrid”

  1. Gracias por compartir tus sensaciones y reflexiones y, sobre todo, gracias por haberlas escrito sin poner el freno a tus emociones. Te aplaudo esta crónica emocional del concierto de Muguruza mucho más que si hubieras escrito una crónica musical. Hay que zarandear a Madrid y a los madrileños para salir de esta pesadilla. Me llena este Perro Paco que ladra con fuerza y que insiste en que está difícil pero no es imposible. Textos asi dan ganas de leerlos una y otra vez. En realidad, parafraseándote, es un texto en el que me quedaría a vivir.

    1. Muchas gracias, Pedro, por tus generosas palabras.

      Un gusto enorme y un honor que dediques un tiempo a leerlas.

      Un abrazo

      Santi

  2. Decía Olga, una compañera sindicalista, que le chirriaba un poco lo de akelarre antifascista. Entendía ella, seguidora también de Fermín, que algo de postureo debe haber entre tanta gente para que se note tan poco su influencia en el Madrid real. Me parece interesante su crítica y autocrítica.

    Estupenda crónica, por otra parte, Santiago. ¡Y gora Fermín!

    1. Muchas gracias, Javi, por leer y comentar. Faltaste tú, amigo. Creo que lo habrías disfrutado a lo bestia.

      Y la verdad, yo postureo no vi por ninguna parte, otra cosa es que en Madrid haya muchas gentes y no todas de bien.

      Un abrazo y por supuesto ¡Gora Fermín!

      Santi

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