A veces damos por muertas o en peligro de extinción usos y costumbres, tradiciones, que en realidad no lo están tanto. Nos pasamos de agoreros o de fatalistas, aunque también, con el ojo en lado positivo, nos sirven de alerta, de llamada de atención, sobre lo que quizá no queramos que desaparezca. A la fresca. Una maravillosa costumbre popular muy mediterránea, cuando los rigores del verano aprietan y a la caída de la tarde, en la noche que no es noche todavía, se sacan las sillas a la calle, en busca de una tregua, para charlar a las puertas de la casa, a comentar la jugada, tras horas de estar metido en la cueva, refugiados del sol y las tórridas temperaturas. A la fresca, en la fotografía, las señoras del barrio de Zofío, distrito de Usera, con sus sillas blancas de plástico para observar a media distancia cómo se mueve el personal en la verbena de los últimos días de junio. Por ahí me encontré, repanchingado, a mi amigo el Perro Paco, no sabe nada el tío. Eso sí, hay que decirlo, últimamente ni por esas se presenta la esperada fresca.
Foto y al pie: A la fresca