En el informe policial se describía que la mujer estaba tirada en la calzada, descalza y sangrando abundantemente. Se había suicidado lanzándose desde un séptimo piso. Empezaba mal la mañana en el Juzgado de Instrucción de Guardia de Madrid.

Era la segunda vez que leía que un suicida se tiraba al vacío con los pies descalzos. Le pregunté al médico forense y me dijo con aire de suficiencia que hay unas pautas definidas en muchas precipitaciones, como así se les llama a los suicidios de este tipo. Dos conductas habituales son, que antes de tirarse, se descalzan y se quitan el reloj. Luego, me dijo, un poco por decir algo, que puede que fuera para no manchar el mueble en el que se subían antes de dar ese salto mortal y también para no romper el reloj.

Me quedé sin palabras. Nunca había pensado que una persona pudiera hacer dos cosas tan absurdas antes de matarse. La explicación del doctor no me pareció convincente y busqué la mía sin compartirla con nadie.

Tal vez se quitan el reloj porque el tiempo ya no tiene sentido para ellos. Es el fin de su vida y quitarse el reloj que marca constantemente el tiempo, pudiera ser un símbolo de la pérdida de importancia de esa cuenta mecánica de segundos, minutos y horas, que rige nuestra existencia.

En cuanto a descalzarse, mi imaginación llegó a la conclusión de que es un último gesto poético del suicida antes de desaparecer. Quitarse los zapatos para pisar con los pies desnudos, por última vez: el suelo, la silla, la parte terrenal que las plantas de los pies tocarán antes de saltar por los aires. Sentir algo debajo de los pies desnudos el instante antes de atravesar el aire en un último salto en busca de la muerte.

Suicidarse de esta manera me parece que tiene mucho de locura, pero también de enfrentarse con valentía al recorrido hacia abajo hasta estamparse brutalmente contra el suelo. Quitarse el reloj, quitarse los zapatos, mirar al infinito y dejarse caer para quitarse también la vida.

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Alonso Expósito

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