Las esfinges de bronce del Museo Arqueológico Nacional

Mitología al aire libre: las fabulosas esfinges de bronce que guardan el Museo Arqueológico Nacional

El Perro Paco husmea hoy en dos criaturas legendarias: las dos esfinges de bronce que custodian el acceso histórico al Museo Arqueológico Nacional (MAN) desde la calle Serrano de Madrid. Su autor es el escultor madrileño Felipe Moratilla Parreto.

¿Cómo no van a llamar la atención del visitante, y también del residente, este dúo de monstruos fabulosos de cabeza humana y pechos de mujer, un cuerpo que podría ser de perro, pero cuyas garras lo convierten en león y un par de alas semidesplegadas propias de un águila? Allí se encuentran, desde los últimos años del siglo XIX, tiempos del Perro Paco, vigilando sin descanso, con gesto severo y sereno, las intenciones del personal que se aproxima al Palacio de la Biblioteca y los Museos Nacionales, en particular a la entrada que da acceso al Arqueológico. Esfinges guardaban la entrada de los templos egipcios; fueron demonios de destrucción y mala suerte para la mitología griega y guardianas del conocimiento en la Edad Media. Este par de madrileñas parecen condensar en su bronce todo ese bagaje de fiereza, sabiduría y advertencia, sobre sus podios en la escalinata del MAN.

Las estatuas de Moratilla toman como modelo la esfinge femenina clásica de origen greco-romano; nos llevan a las primitivas monedas ibéricas emitidas en la ciudad ibero-romana de Cástulo, cerca de la actual Linares (Jaén), entre los siglos III y I a. C., en cuyos reversos aparecían esfinges aladas con la cabeza cubierta por un casco puntiagudo. Casco que recuerda en ellas al gorro frigio, lo que las aproxima a Oriente, pero también a la Revolución Francesa como símbolo de libertad. Son semejantes, pero no iguales, una tiene cola de escorpión, la otra de dragón. Tienen mamas en su abdomen y testículos en sus cuartos traseros, lo que nos lleva hasta la esfinge egipcia y a su doble condición sexual. Son criaturas no binarias las esfinges del Arqueológico. En ese juego de antagonismos, Ignacio Calvo y Sánchez, conservador de numismática del MAN, sitúa a nuestras esfinges en ese umbral en el que se confunden sabiduría e ignorancia, fecundidad del pensamiento y la fuerza más letal. Sus rostros y peinados recuerdan a Atenea, pero también a Apolo, deidades de la mitología griega de inteligencia suprema.

Su presencia en el exterior del Palacio de la Biblioteca y los Museos Nacionales fue proyectada por el arquitecto Antonio Ruiz de Salces, quien en 1886 se hizo cargo, tras el cese de su antecesor, del proyecto de construcción del edificio que albergaría algunas de las instituciones culturales más relevantes del país, como son el ya citado Museo Arqueológico, la Biblioteca Nacional, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y los Museos de Pintura y Escultura Contemporáneas. El proceso de concreción, adjudicación y elaboración de las esfinges no estuvo exento de complicaciones, idas y venidas y alguna que otra polémica, pero acabó recayendo en el escultor madrileño, afincado en Roma, Felipe Moratilla.

La obra debería haber estado lista para el mes de octubre de 1892, para cuando se inaugurara el palacio coincidiendo con la conmemoración del cuarto centenario de la llegada a América de los conquistadores españoles. Las esfinges no llegaron a tiempo a la cita. La primera de ellas se terminó en diciembre de 1893; la segunda, en junio de 1894, año que figura grabado con cincel y martillo junto a la firma. El encargado de la fundición fue Ignacio Arias, el más notable representante de este oficio en el Madrid de la época, con su taller en la calle Alburquerque. Con la colocación de las esfinges se culminaba toda la decoración exterior del palacio, con la serie compuesta por 17 genios de las Ciencias, las Artes y las Letras españolas entre los que, por cierto, la única mujer era y es Santa Teresa de Jesús.

Las esfinges son las obras más conocidas del escultor Felipe Moratilla (Madrid, 1827 – Roma, 1908), que era hijo de Francisco Moratilla, célebre platero y joyero de la reina Isabel II. Felipe se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y pronto dejó Madrid para recalar en Roma (1948), donde viviría y trabajaría hasta el fin de sus días. Moratilla cultivó su arte fundamentalmente en el retrato y en temas de carácter religioso, alegórico o mitológico, como es el caso. Su obra se encuentra muy dispersa por el mundo y, parte de ella, en paradero desconocido. Se conserva alguna que otra obra suya en el Museo del Prado y en la colección de la Academia de San Fernando. También hay numerosas obras suyas desperdigadas por esos museos al aire libre que son los cementerios, en Madrid, Roma, París o Santiago de Chile. En el cementerio de San Isidro madrileño es de su autoría el panteón de los Gándara.

Como afirma María Ángeles Granados Ortega, del Departamento de Edad Moderna del Museo Arqueológico Nacional en su completo artículo «Las esfinges de Felipe Moratilla, esculturas emblemáticas del Museo Arqueológico Nacional» (Boletín del MAN 36/2017), que ha sido la base fundamental utilizada por el Perro Paco para la elaboración de este texto, las esfinges del museo «impactan por su poder evocador». Desempeñando la misma función que sus antecesoras egipcias y griegas, «son las guardianas del umbral de acceso al Museo Arqueológico Nacional que inicia el tránsito del visitante hacia un espacio diferente del que ocupa en su entorno cotidiano, un «más allá» no religioso ni funerario, pero también dotado de un sentido trascendente».

Si van a realizar una visita al magnífico Museo Arqueológico Nacional, no se olviden de mandarle un respetuoso saludo del Perro Paco a sus dos extraordinarias amigas. No les aconsejo, sin embargo, que se detengan mucho tiempo frente a ellas, no las reten, no se vean en la tesitura obligada de descifrar un enigma que tal vez no puedan resolver, con los riesgos que esto conlleva cuando se trata de esfinges.

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