Sucedió hace algún tiempo. Paseábamos, en compañía del Perro Paco, por las nobles calles de Chamberí. Habíamos dejado atrás la Glorieta de Bilbao y avanzábamos por la calle Carranza. El Perro Paco me hizo una seña. Algo había despertado su instinto curioso. Era un cartel, mecanografiado, estructurado en tres párrafos, el último de ellos apenas una frase: Se recompensará. Todo el texto estaba escrito en mayúsculas y al final del segundo párrafo se incluía un teléfono de contacto.

El problema se planteaba en el primero de ellos: «Se han perdido dos mochilas negras que estaban dentro de un coche blanco la noche del domingo 19″. Tanto con la negrita, como con el tamaño de la letra, se querían destacar estos dos elementos clave.

El texto continuaba así: «Si alguien las hubiera encontrado, por favor, puede ponerse en contacto conmigo». Y cerraba con el número de teléfono y la promesa de recompensa.

¿Qué había en el interior de aquellas mochilas? Quien las halló, ¿lo hizo intencionadamente o fue todo una casualidad? En el cartel, no se consideró importante concretar el modelo de coche blanco, ni su matrícula. El destinatario, o destinatarios, del mensaje, los únicos que interesaba realmente que lo leyeran, no necesitaban de estos detalles. ¿Era una llamada desesperada o una amenaza velada? Quien lo hubiera escrito restaba importancia a simple vista al hecho de que, pareciera, le hubieran forzado y abierto el coche. Lo importante eran las mochilas, lo que llevaban dentro. Recuperarlo. En el mensaje había algo de ironía, algo de rencor, algo de desesperación, algo de ruego, algo de todo esto. ¿Se conocerían entre ellos?¿Se trataba de cuentas pendientes?¿Una jugada de suerte, buena o mala?¿Era esto ya un laberinto sin posibilidad de una salida buena?¿Conseguiría este mensaje alguna respuesta?¿Llamaría alguien para decir que sí, que efectivamente había encontrado las mochilas negras en el interior de un vehículo ajeno?

Se recompensará.