El Perro Paco con el Marqués de Bogaraya en el Café de Fornos

Un bautismo con champán

La leyenda del Perro Paco (I)

Mi amigo el Perro Paco me contó una noche, ya lejana, que era el último representante de una larga saga de perros callejeros que llevan pateando la ciudad de Madrid desde hace al menos 100 años.

“En realidad no soy el último”, bromeó Paco, antes de soltar un ladrido-carcajada, acodado en la barra de un bar del Carabanchel profundo, después de la cuarta ronda de botellines. Humor perruno.

Fue ese día el primero en el que me habló de su lejano pariente que llegó a la fama en el Foro.

Yo en aquel tiempo no sabía nada sobre el asunto y el Perro Paco me dijo que aquel familiar suyo fue, al parecer, un personaje muy popular en el Madrid de 1880. También me contó cómo ese perro negro, sin raza, de la calle, fue una noche bautizado con el nombre de Paco.

Ignorante del legendario momento que se aproximaba, el perro vagabundo recorría las calles de aquel Madrid del siglo XIX en uno de sus habituales paseos nocturnos, cuando de pronto se cruzó en el camino de la cuadrilla del señor Gonzalo de Saavedra y Cueto, Marqués de Bogaraya, hombre de la corte, que caminaba con sus amigos, con la intención de cenar en el local de moda del momento, el Café de Fornos, situado en la calle Alcalá esquina Virgen de los Peligros. La gracia natural del can, unida a las geniales ocurrencias que suelen acompañar a la fase creativa del alcohol debieron hacer el resto. Y resolvieron una genial decisión: tan simpático animal cenaría esa noche con ellos.

De  manera que el perro mil leches no solamente se cuela en el Café de Fornos sino que, como un comensal más, recibe su propia silla sobre la que asentar sus posaderas y, por supuesto, disfruta en la mesa de su propio plato de carne asada. Un festín total para un perro callejero.

La cena tuvo que tener lo suyo y seguramente no fue regada con agua, aunque Paco, el contemporáneo, mi can amigo, no me supo decir con certeza si su lejano pariente también bebió vino. “Pero fijo…”, afirmó rotundo antes de apurar el penúltimo botijo de la ya avanzada noche carabanchelera.

Pasó el postre y llegó el momento del brindis, que en esa decimonónica noche memorable ya tenía su obvio protagonista. El Marqués de Bogaraya, noble señor con fama de calavera, con toda la pompa de su clase social, descorchó una botella de champán y, tras dejar caer la espuma al suelo, echó unas gotas sobre la cabeza del peludo animal.

“Bienvenido a la cuadrilla, vagamundos Perro Paco”, anunció el marqués, palabras más palabras menos, con solemnidad, dándole al chucho el nombre del santo del día, como la tradición católica mandaba. No pudo, designio divino, ser más apropiada la fecha, festividad de San Francisco de Asís, patrón de los animales y particularmente de los lobos, que como todo el mundo sabe son los parientes salvajes de los perros. Era el 4 de octubre de 1879.

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Nota del autor: este relato bebe de las múltiples versiones que han contado la leyenda del Perro Paco, pero es, en cualquier caso, una versión libre de la historia del Perro Paco.

Tal vez quieras saber cómo fue que me encontré con el Perro Paco. >

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Santiago Gómez-Zorrilla

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3 Replies to “Un bautismo con champán”

    1. Muchas gracias Senda! Pero él era mi tatara-tatara-tatara-tatarabuelo, la leyenda!! ¡Yo soy un joven perro (o no tanto) callejero!! ¡Guau, guau!

      1. Ya imagino, pero el espíritu de los Perro Paco que te precedieron, va ahora sobre tus cuatro patas, y ese espíritu se mantiene muy bien más de un siglo después.

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