Volvíamos a caminar juntos, Paco y yo, aunque extrañamente esta vez lo hacíamos a cierta velocidad de marcha y, en mi caso, con un atuendo ridículo, que aparentaba estar dispuesto para el ejercicio. Cuando le propuse hora para la cita a mi cánido amigo, resopló al otro lado del teléfono, pero acabó por darme un sí. Cuando me vio aparecer, saliendo del portal de mi casa, ya de esta guisa, su mueca no sé si fue de burla o de compasión. Yo hice un gesto de resignación y él, siempre leal, valor tan a la baja en estos días, no hizo sangre.
Caminábamos por el paseo de Madrid Río, entre centenares, si no miles, de vecinos de la ciudad: paseantes veloces, corredores, patinadores, ciclistas y quién sabe cuántas otras manifestaciones de la humana perversión. En realidad, era imposible mantener una conversación fluida a bordo del esforzado ritmo que yo imponía en la marcha. No fue hasta que llegamos al Puente del Rey y nos internamos en la Casa de Campo cuando comenzamos a conversar en condiciones. Si Paco había transigido con todo este contexto tan demoledor para el buen gusto, era porque tenía ganas de hablar.
¿Qué quieres contarme, amigo?, le pregunté, sin más preámbulo. Bueno, nada en especial, comenzó, he seguido investigando, ya sabes. ¿Sobre tu familia? ¿Sobre tu ilustre antepasado? ¿Sobre el Perro Paco? Claro, sobre qué si no. No es nada frecuente para un perro callejero como yo contar con algún elemento identificable en tu árbol genealógico. Y menos aún que se trate de alguien así, tan famoso. Eso está claro, Paco, en realidad eres afortunado. No te creas, es a veces una losa, un apellido, o un nombre en este caso, muy pesado, temo no estar a la altura, me abruman las comparaciones.
No te tortures tanto, Paco, y cuéntame, ¿qué has estado averiguando? Pues es que fíjate que últimamente me han preguntado varias veces por cuáles eran las aficiones del Perro Paco, ya sabes, en qué ocupaba su tiempo, cuál era esa su vida bohemia. ¡Fíjate que me han llegado a decir que el Perro Paco era un influencer! ¡Imagínate! Y, claro, pues yo, que como sabes tampoco sé demasiado de nada, lo que me he puesto es a preguntar y a estudiar. ¿Y qué has encontrado, Paco?
Seguro que te acordarás de aquella noche en el Café de Fornos, en la que mi pariente fue bautizado como Paco por el Marqués de Bogaraya después de que aquel distinguido señor le invitase a un pedazo de carne y el bueno de Paco le hiciera buena fiesta para agradecerle. Como comprenderás, un perro callejero es cualquier cosa menos tonto y, dada la grata experiencia, en los días siguientes volvió a pasarse por allí, por el Café de Fornos, que era el garito de moda de la época. El Perro Paco entendió al toque que había caído de pie y que había que aprovechar la oportunidad. Su buena suerte continuó. Siguieron dándole paso en el Fornos y poco a poco se hizo con el favor de toda la parroquia. Siempre pescaba algo, aunque fuese un terrón de azúcar. Cuando la casualidad quería, y coincidía con el Marqués de Bogaraya, ahí subía de categoría y cenaba sentado a la mesa, con servilleta al cuello. Pero cuando no estaba Don Gonzalo, igual no fueron pocos los que le invitaron a cenar. Paco siempre era pródigo en agradecimientos con sus benefactores. Cuando terminaba la cena, sin conocer la pereza, se levantaba rápidamente para acompañar hasta su casa al anfitrión de la noche. Hasta su misma puerta llegaba pero, de todos es sabido, nunca aceptaba las invitaciones a subir. El Perro Paco amaba su libertad y no estaba dispuesto a sacrificarla por una cálida alfombra. Si alguien se ponía un poco pesado con las insistencias, apretaba los dientes y emitía un gruñido sordo, a modo de advertencia. Con el pasar de los días, su fama de perro bohemio, libre y callejero se extendió, de boca en boca, por las calles de Madrid.
El Café de Fornos era uno de los principales cafés de tertulia de Madrid, que era a su vez la ciudad española en la que este tipo de establecimientos vivió un mayor esplendor en esas últimas décadas del siglo XIX. Eran cafés que se hicieron célebres por las tertulias que albergaban, en las que participaban escritores, artistas, médicos, políticos y hasta toreros. Paco probablemente iba por la comida, pero le fue tomando el gusto a las tertulias y, así, pezuña a pezuña, este perro vagabundo se fue convirtiendo en un can ilustrado. El Perro Paco completó toda el saber de la calle que ya tenía con otras formas más refinadas de encontrar el conocimiento y tomarle el pulso a una ciudad en explosión.
Llegó un momento, ya saben cómo son las ansias, en que el Fornos se le quedó pequeño y comenzó a explorar otras casas, como el Café Suizo, que estaba situado prácticamente enfrente, donde hoy se encuentra la calle Sevilla haciendo esquina con la calle Alcalá. Parece ser que en el Café Suizo, Paco solía ir buscando un dulce: un pedazo de pastel, un bizcocho o un fragmento de mojicón, por ejemplo. Se le menciona, también, acudiendo a los cercanos Café Inglés y Los Dos Cisnes, pero es más que probable que el listado fuera mucho más extenso. Mi pariente el Perro Paco fue, como perro de su tiempo, un enamorado del ambiente bohemio de los cafés de tertulia de Madrid.
Impresionante, Paco… ¡Un perro que alternaba con escritores y vagabundeaba de café en café! ¡No doy crédito! Pues así era, amigo, pero no creas que se apoltronó en los divanes de terciopelo, porque, pese a todo, él donde estaba más tiempo era en la calle. No son pocos los que han dejado constancia de sus paseos errantes, pensativo a veces, otras alegre, por todas las calles y recovecos de la ciudad. Hay quien afirma que a las nueve de la mañana ya se dejaba ver por la Puerta del Sol, para contemplar la salida de los tranvías. Su cuartel general se encontraba entre esas calles: Alcalá, Carrera de San Jerónimo, la Puerta del Sol y la calle Ancha de los Peligros, pero también se le refiere deambulando por el Paseo del Prado o la Castellana y, por supuesto, en el Parque del Retiro, donde no perdonaba la siesta tras comer en el Casino o en el Veloz Club.
Cuando, después de la siesta, se desperezaba a media tarde en el gran parque de Madrid, esperaba el momento de la hora del paseo para disfrutar del espectáculo de los caballeros y señoras de postín dejándose ver en singular ceremonia en sus carruajes. Así que a Paco le gustaba codearse con la high class, como decían en la época, ¿cierto? Pero tampoco sólo, o únicamente quiero decir. Dicen que sí, que así era, pero que también tenía una gran relación con los mangueros, que le regalaban una generosa ducha cada mañana, y con las cigarreras de Embajadores, a las que visitaba con frecuencia y que siempre le convidaban a alguna chuchería. Al Perro Paco, por lo demás, le gustaba mezclarse con el gentío, con el pueblo de Madrid, disfrutaba en desfiles y procesiones y hasta acudía a contemplar el cambio de guardia en el Palacio. Mi conclusión, después de todo, es que a Paco lo que le gustaba era estar metido en el meollo y le interesaba todo lo humano, como a tantos perros, inexplicablemente.
Es posible que te sorprenda, aunque a estas alturas creo que no debería, pero Paco dio, todavía, un salto más, verdaderamente asombroso. ¿De qué estás hablando? Pues de que no contento con ser un habitual de los cafés de tertulia, mi lejano abuelo le cogió el gusto al teatro. ¡Pero qué me dices! ¿Un perro callejero en el teatro? ¡No me lo creo! Como te lo digo, amigo. Él, para ese momento, ya tenía un nombre en Madrid, quiero decir que ya era bastante conocido en la ciudad, y se ve que intentó una buena noche entrar por primera vez en el Teatro Apolo, que estaba muy cerca del Fornos, también en la calle Alcalá, y se ve que el personal le dejó pasar. Desde entonces, ya sabes, el Perro Paco siempre caía en gracia, por lo que primero se hizo frecuente verle por allí, en el popular templo del género chico. Y luego, la historia se repitió. Afianzado en el Apolo, empezó a hacer sus pinitos en otros teatros de la capital. Se le refiere visitando el Teatro Español y hasta el Teatro de la Zarzuela. Pero es que, oye, se le llega a situar en el mismísimo Teatro Real que, como todo el mundo sabe, es el palacio de la ópera en Madrid. ¡Definitivamente!¡Tu pariente era un fuera de serie, nunca se vio un cánido así en esta ciudad! ¡Y con un gusto tan refinado!
Y yo no te digo que no, oye ¿pero sabes qué pasa? Que el instinto es el instinto, y la cabra acaba tirando al monte. Porque el Perro Paco podía acudir a los cafés, el casino y los teatros, pero no podía esquivar la suya naturaleza, no podía hacer oídos sordos a la llamada de lo salvaje. ¿Pero qué quieres decir? ¿De qué estás hablando ahora? ¡Me tienes en ascuas! El Perro Paco respiró profundamente. Pues se trata, amigo mío, de que si hablamos de pasiones, sus pasiones más viscerales eran, ni más ni menos, que los toros y las carreras de caballos. El Perro Paco bajaba hasta la Castellana para acudir al hipódromo madrileño recién inaugurado y no dudaba en lanzarse a la tierra para perseguir a los cuadrúpedos en sus disputadas carreras. Sí se sabe que no apostaba, y no es un detalle menor, como tampoco lo es que más de una vez lanzó un bocado al aire que pretendía alcanzar las pezuñas de los caballos.
En cuanto a los toros… -y el rostro de mi amigo se tornó sombrío y lúgubre- los toros, ya sabes… los toros fueron su perdición. El Perro Paco era, es la verdad, muy aficionado a los toros y acudía con frecuencia a la plaza de toros de Goya, que se había inaugurado también hacía pocos años y que se levantaba en el lugar que ahora ocupa el Palacio de los Deportes. ¿El Wizink? Como se diga. Tal era su afición que Paco tenía localidad fija en el tendido 9 y no te creas que acudía sólo como espectador, no señor. Podía estar en su asiento, pero en cuanto sentía esa llamada, saltaba al ruedo e intentaba participar en la faena. A veces lo hacía para plantarle cara al astado y más de un puntazo se llevó; otras veces, para protestar por las malas artes del torero. Al día siguiente, Paco era citado en las crónicas taurinas, que recogían sus hazañas a falta de mejores méritos humanos. Y es que así era Paco: valiente, libre, callejero, un tanto pendenciero, ilustrado, tan sociable y tan solitario al tiempo… ¡Qué más te puedo decir! Un tipo poliédrico, no hay duda, me pareció preciso apuntar. El Perro Paco, con su demoledora ignorancia para con el comentario vacío, continuó como si nada. ¿Influencer me dicen?¿Que si fue un influencer? ¿El primero de Madrid acaso? Pues saca tú tu propia conclusión. Y el Perro Paco se puso a trotar y se perdió de mi vista entre los árboles de la Casa de Campo.
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Santiago Gómez-Zorrilla